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MATANZA EN MADRID | Las víctimas

MIGUEL ANTONIO SERRANO LASTRA / El móvil que nadie pudo coger

Tenía 28 años, vivía con su madre y dos de sus cinco hermanos en Leganés (Madrid). Desde los 21, en que dejó los estudios, Miguel siempre tuvo un apego especial hacia su familia. Con su cuñado José Luis, marido de su hermana Alicia, compartió el oficio de fontanero durante siete años.

Las bombas le sorprendieron en Atocha, cuando se disponía a coger un tren de cercanías para ir a unas obras de construcción en Alcobendas. El 11-M su familia estuvo buscándole todo el día. Sabían que esa mañana Miguel debía pasar por la estación de Atocha. Mientras la televisión mostraba las imágenes cruentas del interior de los vagones, los suyos comenzaron a llamarle al móvil. En el auricular se oían los pitidos de la llamada, pero nadie respondía. Sus hermanos preguntaron en todos los hospitales de Madrid. En ninguno les dieron noticias sobre su paradero. Finalmente, los voluntarios remitieron a la familia al gigantesco tanatorio instalado en el Ifema, lugar donde los forenses trabajaban en la identificación de los cadáveres. Sin perder la esperanza, la de que Miguel no estuviese allí, sus familiares se aferraban al móvil, que seguía y seguía sonando. Hasta que dejó de hacerlo, seguramente porque se le agotó la batería, casi a la par en que se confirmaba su muerte. No se sabe nada del móvil, aunque quizás esté en algún rincón de las vías de la estación de Atocha. La pesca y el fútbol (el Real Madrid) eran sus dos pasiones. "Algunos domingos se quedaba en casa, compraba sus pipas y veíamos el partido", contaba ayer su madre, Flora, de 64 años, rota por el dolor. La mujer quiere que en el obituario de su hijo conste el deseo de la familia "de que el mundo se contagie de la mitad de su humanidad, generosidad, bondad, nobleza y sentido del humor". "Y es que fue un hombre honesto, cariñoso y fiel a sus amistades", dice Flora entre lágrimas.

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