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CIENCIA FICCIÓN

La pseudociencia y la física cuántica

MUCHOS LECTORES RECORDARÁN un popular anuncio que en la década de 1990 acudía periódicamente a la pequeña pantalla: dos vehículos coincidían en un semáforo y una de las ocupantes, tras reconocer al conductor del otro automóvil, afirmaba: "Es mi profesor de física cuántica". En un nivel más reducido, el canal autonómico catalán (y puede que algún otro) emitía una entretenida serie titulada The Quantum Leap (El salto cuántico, 1989-1993). Ambos aspectos, aparentemente desligados entre sí, ponían de manifiesto la aparente penetración popular de uno de los grandes pilares de la física del siglo XX, la teoría cuántica.

La cosa cuántica parecía imprimir un toque de modernidad, hasta erigirse en una especie de panacea tecnológica que usurpaba el trono que, siglos antes, había ocupado la electricidad. Como en Star Wars, la historia presenta también su lado oscuro: muchos partidarios de lo paranormal encontraron en la física cuántica la jerga y verborrea adecuada para imprimir un toque de cientifismo en sus absurdas pretensiones.

El influjo de la teoría cuántica en las pseudociencias ha sido analizado en diversas obras. En un artículo publicado en 1984 en la revista de investigación crítica sobre el mundo paranormal The Skeptical Inquirer, Steve Shore, actualmente catedrático de astrofísica de la Universidad de Pisa (Italia), abordaba abiertamente la cuestión. "El mundo psíquico ha descubierto la microfísica": así se iniciaba su interesante artículo titulado La teoría cuántica y lo paranormal: el falso uso de la ciencia, a cuyas reflexiones dedicamos la presente columna.

La teoría cuántica viola nuestra experiencia cotidiana. Nuestros sentidos reaccionan con recelo ante un microcosmos dominado por una distribución de estados (niveles de energía) discretos, un mundo salpicado por discontinuidades, probabilidades e incertidumbres.

Visto bajo el prisma de la paraciencia, la física cuántica constituye un mundo maravilloso, un Shangri-la donde la certeza se desdibuja en aras de distribuciones de probabilidad, donde la conciencia puede ejercer un papel significativo, donde los diversos componentes que constituyen un sistema parecen cohabitar en régimen de comunicación instantánea... En definitiva, un terreno abonado para la telequinesis, la percepción extrasensorial y otros presuntos fenómenos psíquicos que, tras años de batalla con la ciencia tradicional, encuentran refugio en la teoría cuántica. Algunos libros, como por ejemplo El tao de la física (The tao of physics, 1975), de F. Capra, abogan decididamente por dicho planteamiento.

La descripción cuántica de un sistema macroscópico ha supuesto un verdadero caballo de Troya para los defensores de lo paranormal, el refugio desde donde perpetrar su engaño. Una de las diversas interpretaciones de la teoría aboga por el concepto de superposición de estados en la descripción de un sistema. Imaginemos una presunta lotería cuántica. Antes del sorteo, el número ganador está compuesto por 100.000 números simultáneamente (función de onda), cada uno de ellos caracterizado por una probabilidad de 1/100.000.

Sólo al realizar el experimento y extraer la bola con el número elegido se fija cuál de los 100.000 estados posibles deviene real, lo que en la jerga especializada se define como colapso de la función de onda. La responsable de fijar el estado real del sistema es la interacción del proceso de medición con el mundo cuántico.

Nash (nada que ver con el matemático galardonado con el Nobel de Economía) utiliza este planteamiento en su descripción cualitativa del mundo extrasensorial. En su opinión (difícilmente sostenible), la participación de un agente psíquico (un médium o alguien dotado del talento necesario) antecede a cualquier posible experimento, y su intervención es la causa directa del colapso de la función de onda. En otras palabras: el mundo paranormal en auxilio de la realidad física.

Esta idea ha generado ríos de tinta en la comunidad de partidarios de lo paranormal (por no hablar de la legión de detractores): prueba fehaciente de la existencia de canales de comunicación extrasensorial, e incluso de (atención a la jerga) "conectividad cuántica superlumínica". Ideas que se fundamentan con la solidez de un castillo de naipes, claro está, aunque revestidas de un halo marcadamente científico con el innegable intento de obtener credibilidad. ¿Quieren dotar de base física a una teoría insostenible? Empiecen por utilizar el lenguaje de la ciencia.

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