Testigo del asesinato de su padre
Salvador Ulayar presenció con 13 años cómo un etarra mataba a su padre en Etxarri Aranaz. Ahora ha vuelto al pueblo
Dice que hoy, 25 años más tarde, aquel chaval de 13 años que era él en 1979 sigue parado en la acera, esperando. Un terrorista de ETA, vecino del pueblo, acaba de matar a su padre, Jesús Ulayar Liciaga, ex alcalde de Etxarri Aranaz (Navarra). Dice que sí, que ya sabe que no pudo haber hecho nada, que bastante tuvo con ver lo que vio: un hombre con el rostro desfigurado por una media que se acerca a su padre, flexiona las piernas, apunta con una pistola negra y sin brillo, dispara tres tiros, hace una pausa, presiona el gatillo dos veces más y sale corriendo hacia un coche donde otros dos terroristas, quizá tres, lo esperan con el motor en marcha y la cara también tapada. Dice que el hombre que ahora es sí entiende que aquel chaval de 13 años saliera corriendo, asustado, imaginándose perseguido por el asesino, pero que durante muchos años nadie, ningún vecino del pueblo, se acercó para preguntarle "Salvador, ¿cómo estás?", y que sí estuvieron en cambio al lado de los asesinos, colgando su fotografía en el balcón del ayuntamiento, mandándoles dinero a la cárcel, tratándolos como héroes cuando volvieron de prisión.
"Fue un vecino del pueblo, que recibió honores de héroe al volver de la cárcel"
Salvador, aquel chaval de 13 años, tiene hoy 38, y es uno de los cuatro hijos de Jesús Ulayar, quien en 1979, cuando lo asesinaron, tenía 54 años y había sido alcalde de Etxarri Aranaz (Navarra) entre 1969 y 1975. Dice Salvador que recuerda con total nitidez todo lo que ocurrió antes de los disparos -las últimas palabras de su padre, el bidón de gasóleo para la calefacción que estaban cargando en la furgoneta, la pistola sin brillo en la mano del asesino- pero que todo se volvió nebulosa a partir de la primera detonación. "Salí corriendo, creí que el asesino vendría a por mí y sentí un frío muy intenso en la espalda", explica todavía emocionado, "luego regresé sobre mis pasos y corrí inútilmente tras el coche del asesino. Cuando volví a la puerta de casa, mi padre ya estaba muerto, en medio un charco de sangre; le grité que se despertara, que me hablara. Por eso digo, aunque suene a literario o falso, que aquel niño de 13 años sigue allí, esperando que su padre le diga algo".
En contra de lo que pudiera parecer, aquella escena sólo fue el principio de un calvario muy largo. Aquel año, 1979, ETA asesinó a 78 personas. Las familias de las víctimas de entonces saben bien que la contestación de la sociedad al terrorismo era muy distinta a la de ahora. Si el asesinado era policía o militar, y por tanto forastero, a su muerte le seguía un trámite rápido de funeral y vuelta a casa en una caja de madera. Si la víctima era vasca, la situación se volvía aún más complicada porque la bala solía llegar acompañada de una campaña de desprestigio brutal, del "algo habrá hecho" que buscaba justificar a los asesinos y dejar en la soledad más absoluta a los familiares de la víctima. Salvador Ulayar sufrió todo eso punto por punto.
El correspondiente comunicado de ETA acusaba a su padre de "actividades fascistas y antivascas", dando por buena su ejecución. "Nos tocó callar", recuerda Salvador, "mi madre y mis hermanos íbamos metiendo los papeles de mi padre y los recortes de prensa en una maleta negra. Yo tenía mi angustia, mi vergüenza por haber salido huyendo..., todos mis miedos metidos en una habitación; y la había cerrado con llave. No hablábamos entre nosotros en profundidad y mucho menos con los demás del asesinato de mi padre. La religión -y tengo que decir que yo soy creyente- nos tenía narcotizados. Sentíamos que en parte del pueblo importaba más la suerte de los asesinos que la nuestra".
La detención de los criminales les vino a confirmar que estaban en lo cierto. Se trataba de vecinos del pueblo, Vicente y Juan Nazábal, Jesús María Reparaz y Eugenio Ulayar, hijo de un primo carnal del ex alcalde asesinado. Etxarri se volcó con ellos. En 1996, cuando empezaron a volver de la cárcel, se les agasajó como a héroes. El asesino fue invitado a lanzar el chupinazo de las fiestas y recibió el nombramiento de hijo predilecto. Se organizó en su honor un pasacalles que desfiló por delante de la casa de los Ulayar.
"Aquellos días fueron terribles", confiesa Salvador. "Mi hermano José Ignacio se encontró con Vicente Nazábal por la calle y no pudo soportarlo. Se acercó y le llamó sinvergüenza y caradura. El asesino de mi padre, lejos de avergonzarse, lo llamó hijo de puta y le dio una patada en el pecho".
El sábado, Salvador Ulayar volvió a Etxarri Aranaz acompañado de su familia y de otras 2.000 personas que quisieron honrar la memoria de su padre. El entorno de Batasuna intentó boicotear el acto ensuciando las paredes y llamando a la huelga. "Algunas ventanas seguían cerradas", cuenta Salvador, "pero es verdad que muchos vecinos se han sacudido el miedo y han venido a abrazarnos. Aquel niño de 13 años se ha llevado por fin una alegría en el pueblo donde vio morir a su padre".
Salvador se consuela pensando que los tiempos ya van cambiando, que ya nadie sufrirá como él cuando se marchó a estudiar a Pamplona. Al enterarse en el instituto de que su padre había sido asesinado, alguien escribió en su pupitre: "ETA, más metralleta".
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