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Crónica:TOUR 2003 | Octava etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Las películas de Armstrong

La etapa de Alpe d'Huez siempre ha deparado actuaciones teatrales del norteamericano

Carlos Arribas

"Fast, Triki, fast". La orden le llegó, alto y claro, a Triki Beltrán. "A toda máquina", tradujo para sus adentros el escalador de Jaén, el último llegado a la troupe del tren azul, todo fuerza, todo voluntad. Fast, a toda máquina, era, claro, Alpe d'Huez 2001, el día conocido como "La demostración". El día, aquel día, comenzó nada más salir de Bourg d'Oisans, era tomar la curva, empezar el repecho, la primera cuesta de la subida a Alpe d'Huez, y era Chechu Rubiera, apretando los dientes y lanzando un sprint de 20 metros para que a su espalda fuera el caos y de él emergiera, solo, incólume, el gran sacerdote del Tour, Lance Armstrong en persona. Y Triki Beltrán sintió que había llegado su gran momento, se encendieron los focos y la cámara se centró en su rostro, apretó los dientes, apretó las piernas y, tal como Rubiera, en el mismo sitio que su amigo asturiano, puso el alma en cada pedalada para que Lance Armstrong reventara el Tour una vez más, como era su costumbre. Esperó el caos y la resurrección.

"Elegí una táctica conservadora porque no sentía bien las piernas", dice el estadounidense
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Mayo vuela en Alpe d'Huez

Hace unos años, en 1996, Indurain, que ya no era el gran Indurain, mandó un día acelerar en un puerto de segunda a José María Jiménez, que aún no era El Chava, sino un chavalillo que moría por agradar. Jiménez recibió la orden, la primera vez que la recibía, y puso el alma en el empeño. Tiró hasta que a su espalda sólo hubo un vacío y una voz, como de ultratumba. "¿Adónde vas? Que me sacas de rueda. Pareces un juvenil...". El acelerón de El Chava había desnudado a su líder, a Indurain, quien, claro, no ganó el sexto Tour.

Cuando Lance Armstrong, el 47º maillot amarillo de su carrera, el primero que conquista en Alpe d'Huez, sobre sus hombros, se presentó ante la prensa -mirada de hielo, dominio del escenario, control- habló como el líder de una banda de rock criticando al bajista novato. Lo primero que dijo fue que Triki -que debe su sobrenombre al monstruo de las galletas de Barrio Sésamo: al de Jaén le encantan- era nuevo en el equipo, no conocía los ritmos, las marchas, los hábitos y que sí, le había dicho fast, pero que Triki había ido very fast. "Ha salido supersónico", dijo Armstrong. "Y me ha desnudado". Pobre Beltrán. Toda su vida de generoso doméstico empleado en ayudar a subir a ritmo, al tran-tran, como dice la rima, a Abraham Olano, que sufría en la montaña, y llega al US Postal, se emociona pensando que iba a ayudar por fin a un verdadero escalador, pura explosión, y resulta que no, que tenía que haber seguido al tran-tran.

Antes de encarar el Alpe d'Huez, hace dos años, en la subida de la Madeleine, Armstrong fingió que se encontraba mal. Fue su famosa partida de póquer, su actuación hollywoodiana, en la que picó el Telekom de Jan Ullrich. Ayer volvió a actuar. Fingió que estaba bien para que nadie le atacara de lejos, para que nadie le dejaran sin equipo antes de tiempo. Nadie le atacó. El Galibier, el coloso de los Alpes, el techo del Tour, 2.645 majestuosos metros, se subió al ritmo de Hincapie, casi un bolero. Treintaypico corredores, a rueda. "Es que elegí una táctica conservadora porque no sentía bien las piernas, no eran unas piernas súper", dijo Armstrong.

Así que cuando Triki le desnudó, cuando Beloki lo vio, cuando Mayo, que no podía de impaciencia, lo remachó, cuando Vinokurov le aceleró, cuando Hamilton, el de la venda en la clavícula, contribuyó al asaetamiento, Armstrong, que no era el gran Armstrong, se preparó para vivir una dura jornada. "No me atacaban tanto desde el Joux Plane, hace tres años", dijo. "Cuando se fue Beloki puse a trabajar a Heras, le pedí que me pusiera un ritmo progresivo de caza, y cuando me quedé sin equipo porque Roberto Heras estaba un poco limitado no tuve más remedio que dejar irse a Mayo e intenté limitar las pérdidas". Lo cual se redujo a elegir a uno de los que le atacaban, el valiente Beloki, y no dejarle moverse. Los demás podían hacer lo que quisieran. "Los que iban conmigo utilizaron una estrategia fascinante", dijo, irónico hasta los bigotes, Armstrong, un patrón que no entiende que cuando las cosas se tuercen su lógica no es la única lógica, que incluso es la ilógica. "Qué gran estrategia: se dedicaron a atacarme, a intentar dejarme y le dejaron a Mayo, que es su enemigo, irse por delante; y tampoco han aprovechado el mal día de Ullrich, quien va a ir a más, y va a ser el rival más peligroso. No le han rematado".

Y aunque Armstrong terminó confesando: "No estoy tan fuerte como otros años" -¿seguirá actuando?- y repitió lo que ya dijo en la Dauphiné Libéré -carrera que ganó con una impresionante contrarreloj-, a saber: "No pensé que me hicieran sufrir tanto en esta etapa", el estadounidense aún encontró tiempo y ánimo para machacar a Simoni y a Aitor González, los ganadores, respectivamente, del último Giro y de la última Vuelta, quienes habían llenado las páginas de los periódicos de declaraciones desafiantes. Los llamó "bocazas", vino a decir que el Giro y la Vuelta son carreras secundarias y terminó: "Puede que ganen el Tour, pero no será este año". Aitor González se había retirado antes de salir y Simoni perdió unos cuantos minutos más.

Hace dos años, Armstrong batió el récord de ascensión a Alpe d'Huez, subió los 14 kilómetros en poco más de 37 minutos. Ayer, tardó más de 41. Y sprintó al final para ganar 8s de bonificación.

Roberto Laiseka, Joseba Beloki y Lance Armstrong, durante la subida a Alpe d'Huez.
Roberto Laiseka, Joseba Beloki y Lance Armstrong, durante la subida a Alpe d'Huez.EFE

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Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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