El 'tsunami' que llegó de Argelia
El pasado 21 de mayo se produjo en Argelia un terremoto de gran magnitud cuyo epicentro se localizó bajo las aguas marinas. Inmediatamente se formó un tren de olas que alcanzó la costa española y que, según los análisis mareográficos del Instituto Español de Oceanografía, viajó hasta las islas Baleares a una velocidad próxima a los 300 kilómetros por hora. Estas olas marinas, que se denominan tsunamis (palabra derivada del japonés "ola de puerto"), suelen ocasionar graves desastres una vez que han impactado sobre la costa. El puerto de Mahón ha sido uno de los lugares más afectados por el tsunami.
Los tsunamis no son olas formadas por el viento, sino que se generan como consecuencia de los desplazamientos que suceden en el fondo marino, ocasionados, en gran medida, por los terremotos. La energía se propaga desde el epicentro, a lo largo de la columna de agua, de manera que cuando las olas alcanzan la costa disminuyen drásticamente su velocidad e incrementan su altura. Este efecto de ralentización forzado por la disminución de la profundidad en el litoral, facilita el rápido crecimiento de su tamaño y su posterior precipitación brusca sobre la costa.
No todos los terremotos generan tsunamis, ni todos los tsunamis son igualmente destructivos. Muchos se producen por fenómenos ajenos a los terremotos, por lo que son más difícilmente previsibles. El problema tiene tanta trascendencia social que en algunos países existen redes de observación científica y de alerta a la población, para prevenir la irrupción de episodios catastróficos. Es el caso de Japón y Estados Unidos.
La cuenca mediterránea occidental tiene una cierta actividad sísmica, manifestada por la irrupción de frecuentes terremotos, cuya evidencia más reciente ha sido el de Argelia. Ocurrió a las 18.44 horas (GMT) del 21 de mayo y alcanzó una magnitud 7 en la escala de Richter. Esta actividad sísmica se relaciona con los procesos geológicos derivados de la colisión de las placas, europea y africana, que determinan un levantamiento del borde magrebí y su progresivo desplazamiento hacia la cuenca marina. El mecanismo de presión activa, de una placa contra la otra, hace que los terremotos sean de elevada magnitud y que ocasionen deformaciones del fondo marino proclives a la formación de tsunamis. En algunas zonas submarinas españolas, el acumulo de sedimentos no ha alcanzado todavía una posición de equilibrio y su inestabilidad se ve incrementada por las vibraciones que generan los terremotos, provocando deslizamientos en el talud continental que también producen tsunamis.
El mareógrafo de Palma de Mallorca registró la hora (19.41 GMT) y la amplitud del tren de olas que impactó contra la costa insular y que originó los desastres portuarios conocidos. Su estudio indica que la velocidad de propagación fue de 300 kilómetros por hora, que puede considerarse relativamente baja pues las más frecuentes rondan los 500 kilómetros por hora, habiéndose registrado máximos de 950 en el Pacífico. La firma del tsunami revela que estuvo compuesto por un tren de 31 olas, agrupadas en dos series: las de mayor rango fueron las 11 primeras, mientras que las 21 restantes fueron disminuyendo su rango, progresivamente, hasta disiparse al cabo de 10 horas. La sexta ola alcanzó un máximo de 1,1 metros. Mantuvieron una periodicidad de 27 minutos, lo que hace que su ritmo de llegada a la costa tuviera un impacto tan destructivo.
Un análisis comparativo del registro mareográfico de Palma con los registros de la Red Mareográfica de Puertos del Estado, evidencia la distinta intensidad con la que el tsunami sacudió el litoral mediterráneo y su rápida disipación una vez que sobrepasó el promontorio balear. El resultado es: Ibiza, 75 centímetros; Valencia, 73 centímetros; Barcelona, 35 centímetros y Málaga 23 centímetros. En consecuencia, el principal impacto lo recibió el archipiélago balear.
Durante las 10 horas en las que el tsunami afectó al litoral mallorquín, se registraron 153 terremotos, con el mismo epicentro, de magnitud superior a 3 (nueve de ellos superior a 5) y que, sin embargo, no generaron ningún tsunami. No obstante, se podrían haber producido importantes modificaciones en la geometría de los depósitos sedimentarios submarinos. Estas alteraciones podrían manifestarse a través de procesos de deslizamiento que generarían nuevos tsunamis más locales. Hay, pues, razones suficientes como para especular con la posibilidad de que el origen del tsunami que afectó al puerto de Mahón pudiera estar en la formación de algún deslizamiento de carácter local, próximo a la costa, cuestión que se mantendrá en una vidriosa incertidumbre al no poder contar con un registro mareográfico local que nos aporte el dato científico. No sería, pues, de extrañar que los frecuentes terremotos de baja magnitud que se producen en el Mediterráneo occidental puedan desencadenar otros tsunamis, de carácter local, cuyas peligrosidades convendrá valorar científicamente.
Víctor Díaz del Río Español es doctor en Geología y oceanógrafo.
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