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Columna
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Ben Jeloun escribe que con la conquista de Irak, Estados Unidos ha dado el primer paso de su decadencia, pero Isabel Pisano me telefonea indignada porque el Canal 9, Televisión Valenciana, le ha puesto el veto. Invitada y finalmente vetada, ya que las opiniones de la Pisano sobre la guerra de Irak vertidas en La Sospecha coinciden con las de Ben Jeloun, pero al estilo de la que fue musa de Bigas Luna y hoy agitadora mediática de causas tristes por terrestres. Enamorada de Bagdad, que no de Sadam Husein, la Pisano me cuenta sus angustias ante las destrucciones de una ciudad de gentes ayer apacibles y hoy desesperadas o escindidas.

Reservo a mis dos referentes para futuros encuentros y me voy a ver Bowling for Columbine, porque me encantan los progres norteamericanos, y el hombre orquesta que ha hecho posible este documental, Michael Moore, tiene sentido de la sorna. Sala llena, a pesar de que se trata de un documental, y al final, aplausos entusiasmados porque los espectadores a veces agradecen la coincidencia entre verdad cinematográfica y verdad histórica. Once mil norteamericanos mueren cada año víctimas del uso de armas privadas, jaleadas por la Asociación Nacional del Rifle, presidida por Charlton Heston, un anciano de andares rotos, con tupé incorrupto y rostro muy sugerente que en algo recuerda todavía a Ben Hur. Conmovido por las matanzas perpetradas en colegios e institutos por escolares armados, Moore plantea que la cultura de la violencia norteamericana se basa en el miedo, en los sucesivos miedos acumulados por los inmigrantes que plantaron la semilla del Imperio del Bien, hoy tan reconocido.

Tesis tal vez demasiado simple, pero es propósito de Moore testimoniar sobre una violencia real, interiorizada y exportable, a manera de afirmación de identidad y hegemonía. Los 182 diputados del PP que han ganado la guerra de Irak para los futuros inversionistas en la reconstrucción de lo destruido deberían ver la película de Moore y comprender el papel que juegan en el relanzamiento imperial la Bella y la Bestia, es decir, Bush y Heston o Heston y Bush, según los muy diferentes criterios sobre belleza y bestialidad presumibles en sus señorías.

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