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Una noche en la UNICIT

En la tercera entrega de la serie realizada por Universia y EL País Universidad, Alvar Orellana, Estudiante de la Universidad Iberoamericana de Ciencias y Tecnología, UNICIT, de Santiago Chile, relata un día de su vida en la universidad

Voy llegando a la universidad más temprano de lo normal, son recién las 6. Pero no de la mañana, son las seis de la tarde y falta una hora para que el profesor de cálculo nos haga transpirar. No tengo que pensarlo mucho ?a estas alturas del día la verdad es que hay veces en que ya no se piensa- para decidir que la mejor opción es instalarme en el casino hasta que empiece la clase y con ella mi jornada universitaria.

Han pasado casi doce horas desde que mi día comenzó. Me levanto a las 6:30 cuando el odioso tititití del despertador me hace volver a la realidad: levántate que el trabajo te espera. Una vez que el agua ha realizado su efecto renovador, salgo corriendo a luchar contra el sistema de transporte de Santiago y sus más fieles representantes, los choferes de micro.

No he tomado desayuno, casi nunca lo hago y en eso me asemejo a cualquier universitario irresponsable de este país. En eso y en que efectivamente estudio en la universidad, pero de noche. Tengo 26 años y curso primer año de Ingeniería Comercial vespertina en la UNICIT, Universidad Iberoamericana de Ciencias y Tecnología, institución de educación privada, una de las muchas existentes en Chile.

En la hora de viaje de mi trabajo hasta acá sentí la poderosa tentación de seguir de largo hasta mi casa para echarme a dormir. El día ha sido agotador. Como jefe de seguridad de un importante supermercado y centro comercial de Santiago, me veo enfrentado con frecuencia a situaciones de mucha tensión. Estoy a cargo de la parte administrativa del personal de seguridad y de asesorar a la gerencia del local, controlando que se cumplan las políticas de seguridad y proponiendo manuales de procedimientos. Además, represento a la administración del shopping ante los locatarios. El horario de salida no existe, es una labor absorbente, que no me deja ni un segundo para pensar en pruebas, clases o estudio.

En el casino

En la UNICIT, como en muchas partes, el casino es el centro de la vida universitaria. Llegar allí es como llegar a casa, aunque hoy desearía que en lugar de mesas y sillas me recibiera mi cama. No soy el único que ha llegado temprano. En la mesa más cercana a la puerta está un grupo de mis compañeros que, a juzgar por las risas y bromas ? que no siempre son muy simpáticas - están algo más despiertos que yo. Su alegría me contagia, siempre lo hace, y me integro a la conversación que se inició a propósito del calor veraniego y los índices de contaminación y que sin mucho rodeo ya versa sobre la situación económica latinoamericana.

La hora ha llegado, hay que entrar a la sala. Estamos en época de pruebas, falta poco para finalizar el año y los rostros se ven cansados. Alrededor del 95% de mis compañeros de curso trabajan al igual que yo. Además, la mayoría de nosotros costea sus propios estudios, por lo que es raro que faltemos a clases. No es algo fácil, algunos llevan hasta 15 años sin tomar un cuaderno y han perdido la práctica. Para mí es más sencillo, ya que no he dejado de hacer cursos y diplomados. Me gusta perfeccionarme y ser el mejor en lo que hago. Quiero ser ingeniero comercial, una profesión con un campo laboral saturado en Chile; pero no me importa, hay mucho que hacer y lo voy a hacer bien. Si uno se propone una meta y no tiene el ánimo, la fuerza y el empuje para poder sacarlo, muere en el camino.

Estudiantes solidarios

Para los que estudiamos vespertino, una cosa básica, quizás más que estudiar, es tener un equipo de trabajo al interior del curso que te permita apoyarte en ellos. Si faltas a una clase puede ser fatal, porque no tienes tiempo de estudiar, pero tus amigos te prestan la materia y te ayudan. Creo que es precisamente eso lo que tendremos que hacer por Cristian, que no apareció. Ya ha transcurrido más de media hora de clases y hasta el profesor extraña sus intelectuales bromas.

Es viernes, día en que tenemos cuatro horas pedagógicas de un mismo ramo. Al igual que en las otras materias no asistimos a un monólogo. El tiempo es valioso, por lo que las dudas se aclaran en el momento. La vorágine del trabajo nos obliga a estrujar las horas de estudio y, por ende, a nuestros profesores, aunque sea viernes y todos queramos acabar la semana. Si algo se me quedara en el tintero tengo los teléfonos y el correo electrónico de casi todos mis profesores. No tienen escapatoria a mis inquietudes.

La clase llega a su fin cerca de las 22:00 horas y los pasillos de la universidad están vacíos. Me despido de mis amigos que se organizan para el entrenamiento de fútbol de mañana, el horario de sus empleos les deja tiempo para formar parte de la selección de la universidad. Para mí, en cambio, es imposible, porque debo trabajar el fin de semana. Si estás trabajando y estudiando la vida social se reduce un montón, no tienes tiempo de salir, ni de ir a fiestas o participar en actividades extracurriculares. Es un sacrificio, pero no me quejo, he conocido a mucha gente enriquecedora.

Mis pies se dirigen hacia mi casa donde me esperan ansiosos, lo sé, mis 22 peces de agua dulce, una silenciosa, pero agradable compañía de amigos. Me entretiene mirarlos nadar y hace poco he descubierto que son muy afectuosos. Si meto mi mano al agua se acercan y friccionan su cuerpo contra mis dedos como si fueran regalones gatitos. Apuro el paso, ya se termina otro día más ? o tendré que decir noche ? de mi vida universitaria. No puedo sentirme cansado, aún me faltan 4 años y sé que lo voy a lograr.

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