El republicanismo de Rodríguez Zapatero
En España de manera particular, y fuera del contexto académico, suele ser imprescindible advertir de que cuando se habla de republicanismo no se hace necesariamente en el sentido de defensa de una forma concreta de gobierno enfrentada a la Monarquía, sino que se trata de una filosofía política democrática que afecta a otros ámbitos, convirtiendo en muy secundaria la alternativa entre Monarquía o República, por otra parte bien resuelta por nuestra Constitución mediante la fórmula de la monarquía parlamentaria. Éste es el caso del republicanismo de Rodríguez Zapatero, exhibido, aunque sin nombrarlo de manera expresa para evitar esta confusión, en la conmemoración de los veinte años del primer triunfo socialista. Cuando Rodríguez Zapatero fue desgranando muchas de las ideas que constituyen el ideario republicano, lo hizo siempre de manera compatible con la Monarquía parlamentaria porque, entre otras razones, no la discute. Su discurso republicano supone una novedad, no sólo respecto al tradicional discurso socialista en España, sino también a lo que Giddens llamó Tercera vía, un híbrido entre socialismo y liberalismo (económico) que termina en la práctica comiéndose al padre, al primero, como demuestra la política del premier británico T. Blair.
La novedad del discurso de Zapatero, por supuesto, no está en las ideas republicanas, que encuentran referentes fuertes y clásicos en la Ilustración francesa y en la británica, desde Montesquieu, Milton, Ferguson, Harrington o Rousseau, hasta Benjamin Constant; incluso en lo que es el republicanismo de los antiguos, en los filósofos de la Grecia clásica o de la Roma republicana, con Sócrates y Cicerón a la cabeza (mejor que Platón), que recuperará más tarde Maquiavelo; y hoy, en autores como Skinner, Pettit, Taylor, Viroli, o incluso Habermas. Es una novedad su discurso porque, por primera vez en 25 años de democracia en España, un líder político del PSOE, que con mucha probabilidad le tocará gobernar, corrige o completa el socialismo de partida, no tanto con liberalismo (económico), cuanto con republicanismo, que significa sobre todo compromiso (de) y confianza (hacia) los ciudadanos, así como prioridad de su libertad entendida como ausencia de dominación, de dominación arbitraria.
Esta nueva filosofía del PSOE de Rodríguez Zapatero ayuda, de entrada, a comprender de otra manera las relaciones entre la sociedad y el Estado, aportando una mirada que supera la vieja alternativa estatalista y la contraria ultraliberal. Sin olvidar el papel del Estado como garante de los derechos (también de los de naturaleza social), se devuelve el protagonismo a los ciudadanos para que sean ellos, de manera permanente y no sólo cada cuatro años, los que promuevan el interés general, que es mucho más que la adición bruta y atomizada de los intereses individuales, mediante su participación directa en organizaciones sociales o a través de una mejor y más dinámica representación institucional. Supone también la prioridad de la libertad entendida como ausencia de dominación, que es otra forma de ver el protagonismo de los ciudadanos, también en el diseño de su vida privada ("que cada uno viva con quien quiera" y "frente al neoconfesionalismo de nuestro tiempo, laicidad del Estado y avance de la ciencia y la investigación" -Zapatero dixit).
El republicanismo de Rodríguez Zapatero representa, en suma, la pasión por lo público, por la Política con mayúsculas, por la Democracia participativa y responsable como garantía de una libertad sin dominadores, religiosos, políticos o económicos (también del hombre sobre la mujer), y no tanto como valor en sí mismo (la libertad de los antiguos), por una concepción de la ciudadanía activa y no escéptica, que lleva la cabeza alta, que delibera con buen sentido y que se aleja del idiotés que ya denunciaran los griegos. En definitiva, una nueva manera de interpretar la Constitución, que refuerza la cohesión ciudadana sin anular las diferencias políticas o culturales, y que junto al valor fundamental de los derechos, reaparecen con sentido el de los deberes, sin los cuales no puede construirse una sociedad bien ordenada o suficientemente justa (decente, dicen ahora autores como Rawls o Pettit).
Rodríguez Zapatero reúne además en su persona y en su talante esas virtudes cívicas necesarias para que un republicanismo de izquierdas, progresista, sea posible y pueda inspirarse desde el poder. Tiene en este sentido una fuerza pedagógica de la que ha carecido la mayoría de los políticos españoles en los últimos años y que nos devuelve a lo mejor del espíritu de la transición. Rodríguez Zapatero es dialogante, escucha antes de hablar, se ve como un primus inter pares y no como un líder tocado por el destino o la divinidad, participa del amor por lo público, la res pública, en particular la Educación, cree en la igualdad de todos los seres humanos y en su condición natural de ciudadanos ("los hijos de los inmigrantes valen igual que los nuestros", dijo en Vistalegre); ciudadanos a los que sólo se les pide que salgan de su ensimismamiento privado. Se aleja así de la ciudadanía formal liberal, de esa ciudadanía como status, o privilegio en lo que es hoy un auténtico obstáculo para los derechos humanos de muchos, cuanto de lo que se conoce como el síndrome de Procusto, una ciudadanía sustantiva propia de los nacionalismos excluyentes que identifica el demos con el etnos, como ha recordado Javier de Lucas, la condición de sujeto político con la reunión de ciertas características étnicas o culturales.
Todo esto tuvo reflejos en su discurso del 27 de octubre, más allá de sus palabras, en sus gestos y en muchas imágenes de aquel entorno, más que festivo, con un simbolismo muy gráfico sobre lo que representa el PSOE hoy, en una recuperación del mejor PSOE: la España de Zapatero (no el vergonzante Estado español) es la España de las nacionalidades o de las naciones culturales diversas, en donde la identidad no es un argumento que se esgrima a la defensiva (prietas las filas) o, peor aún, al ataque, sino algo que se vive con naturalidad y con libertad, apoyados en la común condición de ciudadanos que es lo que nos garantiza la esencial igualdad sin la que no es posible comunidad política alguna. Y la plaza de Vistalegre tenía un color que representaba bien todo esto: sin conflictos ni estridencias, ondeaban ikurriñas y senyeres, junto a las demás banderas autonómicas, al tiempo que Zapatero hablaba de España, de esta realidad compleja y rica que es nuestro país, que algunos han olvidado y que otros no quieren aceptar. Más allá de la prioridad partidista o ideológica, la alternativa que representa el nuevo PSOE es un signo de buen sentido y una lúcida y serena respuesta, incluso honesta en el mejor sentido republicano, a los retos y embates al Estado de la Autonomías y a su laicidad. Una lectura republicana de la Constitución, desde el socialismo democrático que enarbola el PSOE de Rodríguez Zapatero, puede ayudarnos a superar los extremos excluyentes de los últimos años, devolviendo el carácter integrador a nuestra norma fundamental, que no es patrimonio exclusivo de nadie, sino marco de convivencia, el mejor, para promover la libertad y la igualdad de todos.
José M. Rodríguez Uribes es profesor de Filosofía del Derecho de la Universitat de València.
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