Baile y humor al son de dos pícaros de Cervantes
Sorprendente, desde luego, esta versión de baile flamenco inspirada en el Rinconete y Cortadillo de Cervantes. Por primera vez, creo, el humor condiciona de manera tan total un arte habitualmente escorado hacia lo dramático. Eso implica ya un rasgo de originalidad que se traslada a cuanto vemos en el escenario, en una obra distinta, rebosante de ingenio y de encanto.
Y de arte. Javier Latorre, que es uno de los contados capaces hoy de hacer algo verdaderamente interesante en coreografía flamenca, estructura esta nueva creación en una serie de escenas en torno a las andanzas de los dos pícaros y un pintoresco plantel de personajes caricaturizados con imaginación. Es uno de los mejores logros que conocemos a Latorre, que mueve a sus bailarines con fluidez y ligereza engarzando las situaciones en bailes, flamencos o no -la música de Romero y Sotelo es un acierto-, perfectamente adecuados al carácter de la obra.
Rinconete y Cortadillo
Coreografía y Dirección: Javier Latorre. Música: J. C. Romero y Mauricio Sotelo. Baile: Daniel Navarro, Nacho Blanco, Rosario Toledo, Pol Vaquero y otros. Cante: Enrique el Extremeño y otros. Teatro Lope de Vega, Sevilla, 26 de septiembre.
No es fácil, por supuesto, ya que el flamenco que venimos consumiendo habitualmente propende a veces a un cierto envaramiento, que aquí desaparece en aras de una gran frescura y una aparente espontaneidad. Baile siempre de gran nivel, que la gracia no quiere decir liviandad. Las sevillanas jugando con dos sillas, por ejemplo, son un prodigio de inventiva feliz.
Volvamos al humor, que abunda aunque el público no se ría a carcajadas. Hay momentos que se resuelven casi en gags, en verdaderos chistes escénicos. Hay, indudablemente, mucho eco de las películas cómicas del cine mudo; estos dos pícaros nos recuerdan en ocasiones a parejas como la de Oliver y Hardy, con sus imposibles ocurrencias. Y hay mucho reírse de sí mismos, del propio flamenco, como diciendo 'ya está bien de quejíos lamentosos'.
Latorre puede poner todo esto en pie con una compañía de baile en la que no hay estrellas pero sí profesionales disciplinados y empeñados en un afán perfeccionista que se distingue. Navarro y Blanco incorporan a los dos pícaros con desparpajo y sin excesos. Y bailan muy bien, como Toledo, Vaquero y todos los demás. Enrique el Extremeño hace un Monipodio orondo y empacado, al que Cervantes seguramente daría su aprobación incondicional. El público, al principio un poco despistado, acabó entrando en la obra y disfrutando con ella.
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