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PERFIL

El cerebro de un científico esquizofrénico

Enric González

John Forbes Nash, hijo, es un misterio. Lo era cuando, antes de los 30 años, unas intuiciones casi sobrenaturales le convirtieron en uno de los matemáticos más avanzados de su época; siguió siéndolo durante tres décadas de miseria y delirio, bajo una abrumadora esquizofrenia paranoica, y lo fue al emerger gradualmente de una enfermedad psíquica considerada incurable. La biografía de Nash y la película basada en ella hablan de una mente beautiful, hermosa. La traducción española, que opta por el adjetivo 'maravillosa', se ajusta algo más a la realidad. El cerebro de Nash produjo ideas geniales y causó daños profundos. Se trata de una historia fascinante.

Nació el 13 de junio de 1928 en una zona remota de Virginia occidental, hijo de un ingeniero electrónico y una maestra, y tuvo la infancia de un superdotado intelectual: aprendió a leer muy pronto, fue incapaz de prestar atención en clase, obtuvo siempre malas notas y demostró una aversión congénita a la disciplina. El mayor problema, sin embargo, fue su falta de amigos. Nunca logró establecer relaciones personales. Sólo dos chicos de su edad se aproximaron a él en la adolescencia, cuando instaló en su sótano un laboratorio para fabricar explosivos. Uno de ellos, Herman Kirschner, se mató manipulando un artefacto, y el otro, Donald Reynolds, fue enviado por sus padres a una academia militar para que no volviera a tratarse con alguien tan raro como el joven Nash.

La búsqueda de la racionalidad como ideal le hundió en la locura. 'Los delirios son como un sueño del que no se despierta', dijo el matemático

El talento científico de Nash era evidente, pese a su torpeza social. En 1945 ingresó en el Instituto Carnegie de Tecnología de Pittsburgh y, tras probar sin éxito la ingeniería y la química, empezó a interesarse seriamente en las matemáticas. A esas alturas resultaba obvia la disparidad entre su madurez intelectual y su retraso emocional. Una pansexualidad infantil, que le impedía -entonces y siempre- decidir si le gustaban los hombres o las mujeres, reforzó el aislamiento en torno a él. Todos sus compañeros le llamaban Homo. Por esa época asistió a un breve curso de comercio internacional, su única relación conocida con la economía.

Con la II Guerra Mundial recién concluida y el prestigio de los científicos por las nubes (el prodigio nuclear había vencido a Japón y ofrecía, según se pensaba entonces, un futuro de recursos energéticos ilimitados), las mejores universidades se disputaron al joven Nash. Él optó, en 1948, por Princeton, la meca de las matemáticas, el selecto club rural donde trabajaban Albert Einstein, Robert Oppenheimmer (creador de la bomba atómica) y John von Neumann (pionero en la teoría de los juegos, un asunto que había de marcar a Nash). El chico de la mente prodigiosa se había convertido en un hombre alto y atractivo, encerrado en sí mismo salvo por algún arranque de pasión homoerótica, obsesionado en problemas de geometría y lógica, enemigo de los libros (quería aprenderlo todo por sí solo) y marginado por excéntrico en un lugar donde todo el mundo, desde Einstein hasta el último estudiante, tendía a la rareza.

La tesis doctoral de Nash, 27 páginas escritas a los 21 años, contenía los elementos de una revolución en la teoría económica. Aplicó la teoría de los juegos de Von Neumann a situaciones que implicaran conflicto y ganancias, y concluyó que la 'partida' concluía cuando cada jugador, de forma independiente, elegía su mejor respuesta a la estrategia de sus adversarios. Esa idea simple, 'el equilibrio de Nash', permitía reemplazar con razonamientos científicos la vieja magia de Adam Smith, la 'mano invisible' que movía los mercados.

Despido por escándalo

John Nash encontró un puesto como profesor en un centro entonces menos célebre que hoy, el MIT de Massachusetts, donde, tras intentar relacionarse con al menos tres hombres, inició un romance con una mujer no universitaria llamada Eleanor Stier. En 1953 tuvieron un hijo, John David Stier, del que Nash se desentendió. El panorama profesional del matemático, reverenciado por sus fogonazos de intuición y su lógica, pero rechazado por su carácter, se complicó al cerrársele una de las instituciones más deseables para un científico, la Corporación RAND: fue despedido como investigador tras ser detenido por 'escándalo público' en unos lavabos. Era la época del senador Joe McCarthy y de la caza de brujas contra comunistas y homosexuales.

Nash siguió en el MIT y conoció a Alicia Larde, una joven salvadoreña que asistía a sus clases. En 1957 se casaron. Justo antes de la boda, los padres de Nash supieron de la existencia del pequeño John David y rompieron relaciones con su hijo. El viejo Nash murió del disgusto, según la versión familiar, y al poco tiempo, Alicia quedó embarazada.

Tal vez todas esas presiones familiares y sociales provocaron el desastre. Tal vez fue la homosexualidad latente, como diagnosticaron los psiquiatras: también Isaac Newton sufrió una crisis psicótica a los 51 años, tras relacionarse con otro hombre. Nash, que siempre ha negado ser homosexual, atribuyó su mal a la disciplina que le imponía la docencia. En cualquier caso, algo parecía funcionar mal cuando pasó una fiesta de fin de año, el 31 de diciembre de 1958, vestido con un pañal y acurrucado junto a Alicia. Luego, en las primeras semanas de 1959, los síntomas se precipitaron. Le perseguían hombres con corbata roja, miembros de una conspiración criptocomunista. Se le había destinado a ser emperador de la Antártida. Los extraterrestres se comunicaban con él a través del diario The New York Times. Los 50 días de encierro en un centro psiquiátrico, en el que se le diagnosticó esquizofrenia paranoica, fueron sólo el principio de tres décadas de destierro mental. ¿Cómo podía un hombre tan inteligente y lógico creer que los extraterrestres le enviaban mensajes? Eso le preguntó, durante una visita al psiquiátrico, uno de los profesores del MIT. La respuesta fue simple y espeluznante: 'Porque las ideas sobre seres sobrenaturales vinieron a mí de la misma forma que las ideas matemáticas. Por eso las tomé en serio'.

Un fantasma en las aulas

En 1962, Alicia pidió el divorcio. En 1968, Nash fue recogido por su madre. En 1970, Alicia le readmitió 'como inquilino' en su casa de Princeton. El matemático se convirtió en un fantasma que deambulaba por las aulas de Princeton, mendigando monedas o cigarrillos o formulando cuestiones enigmáticas. Un ejemplo: '¿Qué hacer con un húngaro obeso?'. Se le permitía la presencia por respeto a sus pasados méritos. Quienes leían y utilizaban sus antiguos trabajos le tenían por muerto, y en las enciclopedias se omitían sus circunstancias biográficas. De vez en cuando escapaba a Europa e insistía en renunciar a la ciudadanía estadounidense. Otras veces se limitaba a quedarse en un rincón, dándose cabezazos contra la pared.

Lo imposible ocurrió hacia finales de los ochenta. Poco a poco, empezó a saludar a la gente y a decir frases coherentes. En 1990 inició un debate, a través del correo electrónico, con otro científico, Enrico Bombieri. Quienes asistieron al proceso, como el propio Bombieri, hablan de 'milagro'. El éxito final se produjo en octubre de 1994, cuando un John Forbes Nash, de 66 años recogió en Estocolmo el Premio Nobel de Economía, por un trabajo realizado antes de cumplir los 30. Su discurso reflejó su idiosincrasia: 'Parece que pienso otra vez racionalmente, de la forma que caracteriza a los científicos. Sin embargo, eso no constituye un motivo para la alegría completa, como si pasara de la invalidez a la buena salud. La racionalidad de pensamiento impone límites en el concepto de mi relación personal con el cosmos'.

John Forbes Nash ha vuelto a la investigación científica. En su página de Internet explica los campos en que trabaja y ofrece su dirección electrónica: jfnj@math.princeton.edu. Ha establecido contacto con su primer hijo, John David Stier, enfermero de profesión. Sigue viviendo con Alicia y con su hijo menor, John Charles, de 43 años, matemático y enfermo de esquizofrenia.

Una remisión milagrosa de la enfermedad

NO QUISO HABLAR de su enfermedad cuando recibió el Nobel en 1994, pero en el X Congreso Mundial de Psiquiatría, celebrado en Madrid en agosto de 1996, John Nash relató la dolorosa historia de la esquizofrenia que anuló sus capacidades durante la mitad de su vida. Tras ser presentado por la presidenta de la Asociación Mundial de la Psiquiatría, Felice Lieh Mak, como un símbolo de esperanza, un explorador de un universo sin límites, el de la mente humana, Nash declaró que la búsqueda de la racionalidad como ideal le hundió en la locura. El miedo a la mediocridad profesional le había llevado a embarcarse en un proyecto demasiado ambicioso que pudo desestabilizarle física y mentalmente, y empezó a tener delirios de tipo mesiánico, político y religioso. 'Me veía como un hombre de gran importancia en la religión, empecé a oír voces', dijo, y definió los delirios 'como un sueño del que no se despierta'. Sobre su recuperación no se mostró en exceso optimista. 'Recobrar la racionalidad después de ser irracional causa mucho dolor', y se comparó con un músico que no puede componer grandes obras: 'Yo no me siento recuperado si no puedo producir cosas buenas en mi trabajo'. Sin embargo, en el artículo autobiográfico que la Fundación Nobel recoge en sus páginas en Internet -http://www.nobel.se/economics/laureates/1994/nash-autobio.html-, Nash, después de señalar que cree que la racionalidad de pensamiento impone límites a la persona en su relación con el cosmos, y que estadísticamente le parece difícil que un matemático de su edad pueda añadir mucho más a sus aportaciones previas, se reafirma en su intención de seguir investigando y en su esperanza de lograr algo valioso en sus estudios actuales y futuros. Alicia, su mujer, no achaca la milagrosa remisión de la enfermedad a ningún tratamiento o medicación: 'Todo es cuestión de llevar una vida tranquila', afirma. Puede suceder por causas desconocidas en algunos casos de esquizofrenia.

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