_
_
_
_
Tribuna:LA PRIORIDAD, COORDINAR LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Primera crisis global de la nueva era

Años de discusión sobre si nos encontramos ante una nueva era terminaron con el despertar apocalíptico del 11 de septiembre. La respuesta de Estados Unidos, la explicación de la operación y el discurso de reconocimiento de responsabilidad y nueva amenaza contra todos de Bin Laden, en este 7 de octubre, no dejan lugar a dudas sobre la naturaleza radicalmente nueva del conflicto abierto.

De golpe se empieza a comprender que la globalización de la información, de la economía, de las finanzas y, ahora, del terror y la inseguridad, no es una alternativa que podamos aceptar o rechazar, sino una realidad diferente, nueva en muchas dimensiones, a la que ha de responderse con nuevos paradigmas, de acuerdo con valores e intereses compartidos que den sostenibilidad al modelo.

No hay que gastar energía en una búsqueda tan inútil como peligrosa de enemigos que lo sean por sus diferencias culturales o de creencias religiosas, sino emplear todo el esfuerzo en indagar las causas de esta primera crisis global, que empezó siendo económica y es ahora de seguridad.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Desde la desaparición de la Unión Soviética, Estados Unidos y la Unión Europea parecían capaces de periferizar o encapsular las crisis regionales, tanto económico-financieras como de seguridad. Así ocurrió con el tequilazo mexicano del 94, o con la tormenta asiática del 98, que se extendió a Rusia y a Brasil, en rápido contagio epidémico. Así ha ocurrido con el conflicto de los Balcanes, con la masacre de los Grandes Lagos, con el dramático repunte de la violencia israelo-palestina, y un largo etcétera.

Sólo Japón, entre los países centrales, padece una crisis estructural, de inadaptación, durante casi toda la década, a pesar de su alto desarrollo tecnológico y su enorme nivel de ahorro.

Pero en el 2000 la crisis económico-financiera ha dejado de ser periférica y ha empezado a afectar seriamente a los Estados Unidos, primero, y a la Unión Europea, después. Ambos espacios económicos -casi la mitad de la economía mundial pese a su escasa población relativa- han perdido una parte importante de sus ahorros en los mercados de valores. La desaceleración americana era ya, a fines de 2000, algo más que el aterrizaje suave que pretendía Greenspan. La presunción europea de gozar de un margen de autonomía para no sentirse arrastrada por el frenazo del motor estadounidense se fue viniendo rápidamente abajo. Así ha continuado el empeoramiento de todos los indicadores durante el primer semestre de 2001, aunque la opinión pública no lo percibiera en toda su gravedad.

Los atentados terroristas del 11 de septiembre han añadido a la tragedia humana una angustia sin precedentes. El sentimiento de inseguridad también ha perdido su carácter regional para mundializarse. La percepción de que nada de lo que ocurra en cualquier lugar del mundo nos puede resultar ajeno se está abriendo paso.

Aunque la crisis económica no ha sido consecuencia del ataque terrorista del 11 de septiembre, cuando pasen unos meses se unirán en el imaginario popular, alentado por declaraciones oportunistas. Y a pesar de que no exista esta relación de causa a efecto, la pérdida brutal de confianza convertirá el problema de la seguridad en una condición para la recuperación de la economía, no sólo en una necesidad ineludible de defensa de la ciudadanía.

La lucha contra el terrorismo se sitúa así como el principal objetivo de seguridad en la nueva era. Por eso conviene reflexionar sobre esta amenaza y la forma de enfrentarla.

El viejo orden basado en la destrucción mutua asegurada como elemento de disuasión desapareció con uno de sus dos protagonistas; la Unión Soviética. Pero, más allá de los discursos, no ha sido sustituido por otro, alternativo, que responda a la nueva realidad. El paradigma es la ausencia de paradigma. Ni el pensamiento único, ni el becerro de oro del mercado sin reglas, tan caro al fundamentalismo neoliberal, ni los proyectados escudos espaciales son una respuesta sostenible al desorden internacional, económico, financiero o de seguridad.

El desafío exige superar la necia demonización de la política, el desprecio de la res-pública como espacio de convivencia con reglas, como instrumento de ordenación de intereses y valores, en cada una de nuestras sociedades y en la comunidad internacional. El 11 de septiembre nos introduce de golpe en la nueva era. El 7 de octubre ha comenzado la respuesta. El nuevo enemigo, fanático hasta el suicidio para destruir, dispara la demanda de seguridad en amplias capas de la población y en todos los actores del mundo económico y financiero.

La recuperación de la confianza exige la definición de la amenaza y una estrategia consistente para reducirla drásticamente. En Naciones Unidas se responsabiliza al terrorismo, pero no hemos avanzado seriamente en una tipificación aceptada por todos de este fenómeno. Ni siquiera en el ámbito de la Unión Europea.

Las resoluciones del Consejo de Seguridad tras los atentados contra Estados Unidos legitiman la respuesta iniciada. Por si alguien tenía dudas, la propia actitud del Gobierno talibán y las declaraciones de Bin Laden certifican la necesidad de la respuesta.

Pero la dificultad es que no estamos ante una amenaza que sea sólo criminalidad organizada que pueda combatirse con medios policiales y judiciales al uso. Ni tampoco se trata de una agresión bélica tradicional, que pueda ser respondida y controlada con los medios habituales de los sistemas defensivos. Tiene componentes de ambas formas de agresión, pero no es identificable plenamente con ninguna. Por eso se están produciendo errores de análisis y aproximaciones que no conducirán a resultados eficaces aunque se formulen de buena fe.

Cuando Estados Unidos afirma que ha sufrido una agresión bélica y apela a la legítima defensa, tiene razón, aunque el tipo de agresión no esté previsto en la normativa internacional de la guerra. Esto hace más relevante la unánime reacción del Consejo de Seguridad para legitimar la respuesta.

El fenómeno terrorista no suele tener un origen territorial identificable con un Estado nación concreto, aunque haya Estados, como en este caso, que amparen, apoyen o instrumentalicen a grupos terroristas. Pero tampoco tiene un objetivo territorial concreto, referido a un Estado nación determinado, aunque la agresión haya sido contra Estados Unidos en esta ocasión, como se deduce con claridad de las palabras de Bin Laden. Cualquiera puede ser objetivo, occidental u oriental, cristiano o islámico o budista.

Una amenaza de esta naturaleza, con estos orígenes y estos objetivos ubicuos, exige la combinación de medios militares, judiciales y policiales, con una fuerte coordinación internacional en materia de inteligencia. Incluso los grupos terroristas ligados a un territorio tienen cada vez más vínculos con otros de orígenes diferentes, unidos por el interés común de crear terror.

Tal vez lo más importante de esta globalización del terror es la necesidad de crear una conciencia de solidaridad de todos frente a la amenaza. O, si prefieren, una conciencia de egoísmo inteligente. Si se consigue, llegaremos a comprender que la 'frontera' del Estado nación, también en esta dimensión, como en la económica y en la financiera, ha perdido relevancia para enfrentar este riesgo. La penetración del terrorismo en las sociedades abiertas, su ubicuidad, nos obliga a compartir soberanía para combatirlo.

Pero hay que evitar la tentación de las respuestas que den satisfacción inmediática a un estado de opinión naturalmente irritado y deseoso de acción rápida. Prevenir nuevas agresiones es más importante para la seguridad que el éxito de la respuesta inicial. Por eso la coordinación de la información de los servicios de inteligencia es mucho más importante, aunque menos visible para la opinión, que la coordinación de efectivos militares tradicionales, cuya exhibición aumentará el riesgo de atentados.

Asimismo, hay que evitar la deriva hacia la culpabilización del diferente en sus creencias. No podemos olvidar que ETA mata a gentes de su misma religión, o que en Irlanda del Norte, hemos visto con horror, antes del horror global de las Torres Gemelas, a cristianos protestantes tratando de impedir, con bombas, que niños cristianos católicos vayan a la escuela. O al revés. Fanáticos asesinos se reparten en culturas y creencias bien diferentes. A Rabin le costó la vida su deseo de paz con los palestinos, a manos de un fanático de sus mismas creencias religiosas.

Finalmente, si queremos construir un orden internacional para la era nueva, que responda a los desafíos actuales, que se base en valores democráticos, no podemos negarlos con nuestra actuación.

Como todo ello es urgente, no podemos precipitarnos, sino prepararnos para una tarea larga y compleja.

Felipe González es ex presidente del Gobierno español.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_