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A LA MANERA de Elvira Lindo
Columna
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SÍNDROME 'PAPARAZZI'

Un mal momento lo tiene cualquiera. Mi santo y yo habíamos salido en nuestro utilitario a celebrar que hace un año que circula sin la L y nos dio por rememorar viejas batallitas. Ya saben: un aquí te pillo aquí te mato tarareando el qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000 de cuando la movida madrileña y tal. Estábamos probando el elevalunas ante una señal de prohibido aparcar cuando nos cortó el rollo una pareja de la Benemérita. Mi santo es andaluz y, en presencia del cuerpo, no puede evitar pensar en Federico.

A mí me pasa lo mismo con el toro de Osborne: cada vez que veo uno, me llevo la mano a la petaca. A lo que íbamos: uno de los agentes nos pidió los papeles. Yo me olía la multa o, peor aún, tener que soplar. Pero Dios es grande y el agente me miró fijamente y díjome: '¿Usted es la del Lecturas, verdad?'. Noté que a mi santo le dolía que me hubieran reconocido y a él no. Él, que, sin tregua, limpia, fija y da esplendor a nuestra destartalada lengua. Y recordé el día que me propusieron salir en el Lecturas y el debate que, a continuación, tuvimos en casa. Ríanse de La clave de Balbín. 'En peores garitas has hecho guardia', me dijo con agrio ardor guerrero uno de nuestros hijos. Yo veía que a mi santo no le gustaba que compartiera papel couché con obregones y lecquios. Por eso insistí. A veces la vida de pareja requiere de esos pulsos. Si cedes, te tocará sacar la basura todos los días o perderás tu cuota parte de multipropiedad sobre el mando a distancia.

Al final, impuse mi aparición en el Lecturas y, la verdad, me ha dado más prestigio que un documental en Arte o que una mala crítica en Babelia. En el barrio me tratan como si fuera Tita Cervera y en la cola del pan me ceden la vez como a Ana Botella. La única condición que me puso mi santo es que en la foto saliera junto al Capitán Haddock tamaño natural que tenemos en la entrada para disuadir a los mormones y a los Testigos de Jehová.

Total: no nos pusieron la multa. Para celebrarlo, mi santo y yo nos gastamos el importe de la misma en una mariscada que resultó gastroenterítica en lugar de afrodisíaca. El médico que nos atendió en el servicio de urgencias no se parecía a George Clooney y, además, no me reconoció. A mi santo, en cambio, sí. '¿Usted es Javier Marías, verdad?', le preguntó mientras yo miraba a ver si había algún paparazzi de ¡Hola! a mano para, nunca mejor dicho, inmortalizarnos.

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