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Tribuna:LA MÁQUINA HUMANA | Duodécima etapa | TOUR 2001
Tribuna
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Sangre de campeones

La primera investigación sobre dopaje sanguíneo se remonta a la Segunda Guerra Mundial. Científicos estadounidenses estudiaron la adaptación a la atmósfera hipóxica (con menor presión parcial de oxígeno) de los pilotos que debían bombardear la Alemania de Hitler. Al trasfundirles un litro de sangre compatible con su grupo sanguíneo, su hematocrito aumentaba desde sus valores normales, entre 40% y 50% hasta 55%-58%, sin efectos adversos para su salud. Además, les hicieron correr sobre un tapiz rodante: los pilotos 'dopados' rendían mejor que el correspondiente grupo control, compuesto por pilotos que no había sido trasfundidos. Si aquellos científicos hubiesen sabido lo que ese hallazgo significaría años más tarde para el deporte...

De todos modos, fueron los Juegos Olímpicos de 1968, celebrados en México, a 2.225 metros de altitud, los que marcaron un 'antes' y un 'después' en la historia de la medicina deportiva... Las pruebas de fondo en atletismo fueron dominadas por 'nativos de las alturas': kenianos y etíopes. Este hecho dio que pensar a médicos y entrenadores: 'Quizás su dominio se debe a que su hematocrito es más alto', pensaron. En efecto, en los nativos de las alturas (personas que han nacido y vivido siempre por encima de los 2.000 metros) el hematocrito es mayor (más cerca de 50% que de 40%) que en los atletas no acostumbrados a la altura, cuyo hematocrito suele estar más cerca de 40%. Y es que la hipoxia hace que el cuerpo produzca más eritropoyetina (EPO), una hormona encargada de acelerar la producción de glóbulos rojos.

La ciencia del deporte no se hace esperar mucho: a principios de los setenta, un sueco, Ekblom, publica un estudio pionero sobre dopaje sanguíneo. Al trasfundir sangre a un grupo de deportistas, su consumo máximo de oxígeno (VO2max) aumenta significativamente. Después, se suceden los estudios. Y los resultados parecen claros: cuanto mayor sea el aumento del hematocrito inducido artificialmente por las transfusiones, mayor es el VO2max. En ciclismo, la ecuación es así de simple: cuanto más hematocrito, más vatios.

Llegan a los ochenta: ya no hace falta pasar por el lío de las transfusiones porque la EPO sintetizada por ingeniería genética está disponible en el mercado farmacológico. Su efecto es dosis-respuesta: cuánto más EPO se inyecta uno, más rinde. Pero la EPO está prohibida. Queda el entrenamiento en altura.

Lo malo del entrenamiento en altura es que no es un método realmente efectivo para incrementar el hematocrito de aquellos que no son nativos de las alturas: son necesarias muchas semanas (hasta 9) y muchos metros de altura (desde luego, más de 2.000-3.000 metros) para que sus efectos sobre el hematocrito se asemejen a los del dopaje sanguíneo. Primer problema: ¿qué ciclista puede dejar de competir durante 2 o 3 meses en plena temporada para concentrarse en altura? Segundo problema, aún mayor: cuánto más sube uno (por encima de 3.000 metros), mejor para el hematocrito, pero peor para el entrenamiento. En efecto, a tanta altura se hace muy difícil entrenar a un ritmo intenso, y en el mejor de los casos son necesarias varias semanas para que el deportista se aclimate del todo.

Un estadounidense, Benjamin Levine, parece dar con la combinación perfecta: dormir en altura, para estimular a la EPO al menos durante 8 horas diarias, y entrenar abajo (a nivel del mar), para que el entrenamiento siga siendo suficientemente intenso y efectivo. Por ejemplo: dormir en el centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada y hacer series en Granada. Una solución más refinada llega de la mano de fisiólogos escandinavos: no hace falta irse a Sierra Nevada para dormir a más de 2.000 metros: se puede transformar la casa de uno en 'una casa de altura'. Es relativamente sencillo: basta con quitarle oxígeno al aire que se respira en la casa, metiendo mayor cantidad del gas más abundante de todos, y que además es inocuo: el nitrógeno. El nuevo gas puede entrar a través del aire acondicionado, por ejemplo. Y funciona: el hematocrito aumenta, y no hacen falta incómodos desplazamientos. Lo malo es que los ciclistas se pasan más de 90 días al año compitiendo y durmiendo en hoteles. O sea, que se perderían más de 90 noches hipóxicas, de esas que hacen aumentar el hematocrito. Tampoco hay problema: para eso están las nuevas tiendas de campaña hipóxicas y portátiles, en cuyo interior se pueden simular atmósferas de hasta 5.000 metros de altura. Así, un deportista podría viajar con estas claustrofóbicas tiendas, en las que apenas cabe una persona tumbada, y montarlas cada noche en la habitación del hotel de turno. Lance Armstrong así lo ha hecho.

Alejandro Lucía es fisiólogo de la Universidad Europea.

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