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La Cibeles vive otra noche de fiesta

Cerca de 300.000 aficionados esperaron la llegada de los jugadores y Raúl anudó una bandera blanca en el cuello de la diosa

Y las palabras dirigidas por los indiscutibles propietarios de la Liga 2000/2001 cayeron sobre la masa de aficionados congregada bajo la marmórea tutela de la diosa Cibeles, que se escondía entre escudos del Real Madrid y anuncios publicitarios. Sin embargo, a las 23.00 horas, más de dos horas antes de la llegada del autocar que trasladó al equipo blanco desde el Bernabéu, ya estaba rota la calma sin brisa -más de 30 grados de temperatura en el asfalto que rodea a la Cibeles- de las terrazas dispersas a lo largo de la Castellana.

La llegada de los futbolistas se produjo bajo un cielo sin estrellas y una nube de vapor azul que envolvía los gritos del personal reunido. Mucho personal. Mucha gente. 300.000 aficionados, según las estimaciones policiales. Mucho sudor. Muchas canciones. Muchos saltos y muchas bocinas sincopadas a ritmo de "¡campeones, campeones!". Banderas y bufandas -del Madrid, de Madrid y de España- agitándose en dirección al rostro de la diosa, resguardada por una empalizada de acero y las miradas ausentes de la policía. "¡Que vote la madera!", decían los hinchas en referencia a los custodios de la fuente. Ni caso.

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Francisco Javier Ansuategui, delegado del gobierno en Madrid, celebró su primera Liga, diseñando un dispositivo de seguridad de mil doscientos efectivos entre agentes del cuerpo nacional de policía, policía municipal, Cruz Roja y Samur. La fuente se acordonó con vallas de seguridad y entre las vallas y la fuente, varias dotaciones de efectivos antidisturbios. "Por lo menos no hay vallas electrificadas", bromeaba un aficionado. A última hora, y cuando el autocar de los jugadores ya había abandonado el lugar, se produjeron algunos incidentes que obligaron a la policía a cargar contra los violentos.

Algunas camisetas con el dorso sin renovar desde la última toma de la plaza en nombre de la Liga, se apostaban frente a la sede del Banco de España. El remoto 8 de Mijatovic, o el aún más remoto de Michel, convivían con las camisetas de las tres estrellas del momento: Figo, Raúl y Roberto Carlos.

Mientras la gente se agolpaba bajo las marquesinas de las paradas de autobús, buscando un mirador adecuado para ver la euforia de sus héroes, dos pantallas gigantes escupían los goles del conjunto blanco durante toda la temporada. Las pantallas, una acodada en el muro del Museo Thyssen y la otra en el de la Casa de América, también servían de brújula para los náufragos que deambulaban alrededor de la plaza, ebrios de satisfacción y de las botellas de cerveza que aún llevaban sujetas en las manos. Las pinturas de guerra y los torsos desnudos llegaron casi al tiempo que los componentes de la plantilla. Adolescentes en grupo que coreaban el nombre de los artistas del éxito blanco y lanzaban sonoros petardos. Las jóvenes, subidas encima de los hombros de sus compañeros, ondeaban las bufandas en dirección a la inmóvil y azulada estatua iluminada.

A la fiesta también se sumó algún turista despistado, cámara en ristre, atraído por la muchedumbre que invadía en oleadas el tramo de la Castellana que comprende entre la plaza de Colón y la Cibeles.

Mientras, los seguidores congregados cada vez en mayor número se animaban y cantaban referencias despectivas al eterno rival, el Barcelona, y a sus seguidores, al compás del alarido de "polaco el que no vote". También hubo algún recuerdo en forma de estribillo despectivo para el vecino, el Atlético, a quien se invitaba a quedarse en Segunda División.

A la una y veinte de la madrugada, el autocar descapotable que transportaba a la plantilla consiguió hacerse un sitio entre la multitud y llegar a la orilla de la Cibeles. Los agentes policiales instalaron un pasillo de seguridad de unos treinta metros donde se detuvo el autobús. Se abrieron las puertas del vehículo y a la carrera se fueron los jugadores a la estatua, donde se subieron, liderados por Raúl, que llegó más rápido y más alto que ninguno y fue el encargado de ponerle a la diosa una bandera madridista a modo de pañuelo.

Luego le dio el relevo a Figo, que contempló desde lo alto cómo la multitud le aclamaba. El resto de compañeros le solicitaron al portugués que descendiera de la cumbre y dejara el sitio a otro, petición que Figo tardó en aceptar. Y a la estatua se encaramó también Sergio García, invitado por la plantilla al evento.

El jolgorio de los futbolistas contrastó con el habitual recato de Del Bosque a la hora de participar en cualquier festejo. El técnico se quedó abajo, lo que no resultó sorprendente. Como tampoco lo fue que Illgner ni siquiera abandonara el autobús. Desde allí pudo oir el grito de "illa, illa, illa, Juanito, maravilla, sólo callado cuando tronó por la megafonía instalada junto a la Cibeles el "We are the champions" de Queen.

Figo, rodeado de sus compañeros, saluda a la multitud desde lo alto de la Cibeles.
Figo, rodeado de sus compañeros, saluda a la multitud desde lo alto de la Cibeles.CLAUDIO ÁLVAREZ
Aspecto que presentaba la calle Alcalá antes de la llegada del autocar de los jugadores.
Aspecto que presentaba la calle Alcalá antes de la llegada del autocar de los jugadores.SANTI BURGOS

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