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Columna
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Comer

Los casos de vacas locas detectados en las últimas semanas en varios puntos del país, junto con la difusión de informaciones contradictorias acerca de las posibilidades de contraer la enfermedad a través del consumo de carne de vacuno y las diversas revelaciones respecto a los sistemas de control existentes indican que el muy natural y necesario acto de alimentarse conlleva hoy en día ciertos peligros. El tema es tan serio que hasta el Papa ha terciado. Por más que los especialistas aseguren que el mal de las vacas locas afecta sólo a las reses de más de tres -¿o son dos?- años y que, por lo tanto, podemos consumir la carne de ternera y hacer caldo con sus huesos con toda tranquilidad siempre que sean animales jóvenes, la duda persiste cuando nos enteramos de que hay veterinarios que, con el beneplácito de alguna Administración, certifican la edad y la salud de las reses sin examinarlas, fiándose de lo que les dicen los ganaderos, y de que a los mercados llegan vacas de procedencia incierta. Pero las dudas no se limitan a la carne de vaca, porque muchos compuestos que permiten acelerar el engorde de los animales -que, como poco, son escasamente naturales, cuando no directamente perniciosos, como las harinas animales, que los estudios señalan como origen del mal de las vacas locas-, se usan también para criar otras especies destinadas al consumo. Así, los pollos engordan en el tiempo récord de catorce días, eso sí, para conseguir una carne blancuzca, blandengue y con un ligero sabor a nada. ¿Y qué piensos se utilizan en las piscifactorías? Acabaremos teniendo, además de vacas locas, cerdos, peces, pollos y corderos majaras. Todo ello, unido a la proliferación de alimentos transgénicos, no hace sino generar nuevas dudas. Ya no sabemos qué ingerimos en realidad; comer deja de ser un placer y se convierte en una peligrosa actividad. Habrá que volver a los sistemas de autoabastecimiento, regresar al campo para criar nuestras propias vacas sacándolas a pastar, echándoles salvado y bellotas a los cerdos y alimentando a los pollos con maíz. El pescado tendremos que pescarlo, o comprarlo en la lonja, siempre que la contaminación y la sobreexplotación de los caladeros no lo impidan.

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