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La quimera del agua

En la tercera década del siglo XIX el escritor inglés Thomas de Quincey llegó a considerar el asesinato como una de las bellas artes. Ante el reproche que se le dirigió de cultivar la extravagancia, se amparó en el antecedente de Jonathan Swift, quien un siglo antes había sugerido resolver el problema del excesivo número de niños irlandeses que se apiñaba en los orfelinatos mediante un plan consistente en cocinarlos y comérselos, con gran ahorro para el país y ventaja al paliar el problema del hambre. 'El exceso de la extravagancia sugiere continuamente al lector el carácter aéreo de la especulación y ofrece el medio más seguro para desengañarlo del horror que de otra manera podría sentir', hubo de justificar después De Quincey.

Las habilidades literarias capaces de facilitar un pequeño jeu d'esprit se convierten en un sarcasmo o en un incomprensible contrasentido cuando se adueñan de la retórica política con la que se presentan decisiones destinadas a modificar las realidades cotidianas. Uno de los últimos empeños del Partido Popular consiste en someter a consideración de los ayuntamientos valencianos un manifiesto en respaldo al controvertido Plan Hidrológico Nacional. Pretende con ello que los socialistas se definan, sometidos como están a fuertes presiones territoriales en el asunto. El manifiesto popular explica la política de trasvases insertándola en un proyecto de desarrollo sostenible, una de esas nociones que cuando se introduce en el debate público no puede soslayarse debido a la racionalidad que lleva implícita: un desarrollo que preserve los factores que lo hacen posible y restituya las condiciones que favorecen la actividad humana.

Promover trasvases entre cuencas hidrográficas en nombre del desarrollo sostenible es casi tan extravagante como ejecutar reos en aplicación de los derechos humanos, o tomar al pie de la letra las irónicas propuestas de los escritores antes citados. El agua es un recurso cuya demanda potencial rara vez queda satisfecha cuando en su libre disponibilidad descansan muchas de las expectativas de crecimiento económico de un territorio. El abastecimiento de la población y la mejora de la calidad de las aguas potables, una agricultura comercial intensiva, los usos industriales y la expansión de un sector terciario donde el turismo ocupa una posición dominante obligan a acometer importantes infraestructuras en los próximos años aprovechando los fondos estructurales europeos que en 2006 tienen fecha de vencimiento. El último programa operativo redactado por la Generalitat para justificar las ayudas comunitarias señalaba las limitaciones actuales y futuras de agua como una grave amenaza que podía estrangular el desarrollo económico y social de la Comunidad Valenciana.

En el período 1994-1999 las inversiones en infraestructura hidráulica en nuestra comunidad, realizadas básicamente por la Administración central gracias a los fondos europeos para el desarrollo, superaron los 32.000 millones de pesetas. Lo mejor, sin embargo, está por llegar: el Plan Hidrológico Nacional y una de sus ramificaciones inmediatas, el trasvase Júcar-Vinalopó que desde Muela de Cortes discurrirá por el interior valenciano sesenta y siete kilómetros hasta Villena, a la espera de una segunda toma de aguas a la altura de Antella con los sobrantes recibidos del Ebro.

El Ministerio de Fomento, con el beneplácito de la Generalitat Valenciana, se dispone a obsequiar a las comarcas interiores con una notable obra de ingeniería cuyo coste se evalúa en 40.000 millones de pesetas. La conducción abrirá en canal, de norte a sur, seis términos municipales poco habituados a recibir inversiones públicas y la atención de los medios de comunicación: Corte de Pallás, Teresa de Cofrentes, Ayora, Enguera, La Font de la Figuera y Villena. Para encontrar un precedente a la tropa de empleados que se aguarda para ejecutar las obras hay que remontarse a las guerras de la Unión y de Sucesión, o a la llegada en el siglo XVII de los ejércitos reales para aplastar la rebelión morisca del Valle de Ayora y la Canal de Navarrés.

El proyecto señala el déficit de aguas de las comarcas del Vinalopó, Alacantí y Marina Baixa y el peligro que encierra la actual sobreexplotación de acuíferos. Aconseja por eso el trasvase de 80 hectómetros cúbicos anuales para atender las necesidades de los regantes meridionales y, en menor medida, el abastecimiento a la población de la Marina Baixa, al que se destina una octava parte del agua trasvasada.

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Las asociaciones de defensa de la naturaleza de la zona -las otras andan muy ocupadas en la protección de los jardines de sus ciudades-, las sociedades de regantes y los agricultores que se sirven del Júcar o de los acuíferos del macizo del Caroig, movilizadas con firmeza, alegan que se busca abastecer una cuenca deficitaria con el trasvase desde otra cuenca sin sobrantes que requiere además de cierto nivel de embalsamiento en cabecera para atender la refrigeración de la planta nuclear allí existente.

Las alegaciones y los estudios de impacto ambiental han logrado introducir algunas modificaciones en la idea inicial, pero el problema sigue vivo: el temor de las gentes a perder recursos necesarios para la agricultura y la profunda sospecha de que el destino final del trasvase es el abastecimiento de los puntos turísticos del litoral, entre éstos, la gran operación urbanística promovida en torno al parque temático Terra Mítica, pues el volumen de agua ahora previsto será insuficiente frente los 400 hectómetros que se estiman necesarios en el área alicantina dentro de diez años. La obra dejará además la cicatriz que ha de recorrer un paraje natural de gran valor medioambiental, en el que se cifran las esperanzas de un desarrollo interior que no reproduzca el ejemplo de Cofrentes y su raro privilegio de albergar un balneario con vistas a la central nuclear, situación digna de figurar entre las fantasías de Homer Simpson.

En esta fiebre del agua que se ha desatado, cuando se habla de ofrecer un bien escaso y tan preciado, cuantos escuchan se ven a sí mismos entre los receptores. La oferta política encuentra en un tema como éste la materia adecuada para practicar un ejercicio continuado de ilusionismo, ante el que es difícil oponerse sin despertar la incomprensión de los potenciales beneficiarios. Pero sin garantizar el abastecimiento de la actual población, y carentes de un plan integral de ordenación del territorio, uno tras otro los municipios orientados al turismo amplían la superficie edificable y ven crecer su población gracias a los empleos que se crean, a la atracción turística y a los nuevos residentes de la tercera edad. El modelo de desarrollo escogido, depredador, dista de ser sostenible y se mira en Benidorm, esa urbe inclasificable con sueños de verdes superficies y campos de golf en un paisaje mediterráneo degradado y semiárido, donde el crecimiento exponencial del precio de la tierra la convierten en un nuevo El Dorado para quienes ni siquiera ocultan su proximidad al poder autonómico con el que comparten inversiones. También aquí 'el exceso de la extravagancia sugiere continuamente al lector el carácter de la especulación', pero no ni siquiera le libra 'del horror que de otra manera podría sentir'.

José A. Piqueras es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Jaume I.

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