El ubicuo Xavier Casas
La capacidad de trabajo del primer teniente de alcalde de Barcelona causa el recelo de sus propios aliados
"Esto es de Casas". La frase es una de las más oídas en el Ayuntamiento de Barcelona. Y es que de Casas depende el metro, pero también el autobús, el futuro del tren de alta velocidad y el de Cercanías, el urbanismo y el desarrollo del Poblenou, los rascacielos y la planificación del Fòrum 2004. Y por si le queda algo de tiempo, se ocupa también de Ciutat Vella (es presidente del distrito) y de la sanidad, a través de la vicepresidencia del consorcio sanitario de Barcelona. Así que, a poco que uno hable de casi cualquier cosa medio importante en la ciudad, se topa con Casas.Xavier Casas i Masjoan (Olot, 1956) es el primer teniente de alcalde de Barcelona. La mano derecha de Joan Clos, como éste lo fue, en su día, de Pasqual Maragall. La diferencia, sin embargo, no es baladí: cuando Clos era teniente de alcalde se apoyaba en Casas, su fiel escudero. Casas, en cambio, sólo se apoya en sí mismo.
Todos le reconocen una gran capacidad de trabajo, pero la acumulación de tareas ha empezado a provocar el sufrimiento de más de uno. En el propio equipo de gobierno, concejales que lo aprecian expresan en privado el temor a que Casas acabe colapsado. En el partido, también existe ese temor, y eso que en el último congreso del PSC de Barcelona, donde obviamente Casas encontró tiempo para presentar una ponencia, recibió una votación de apoyo, muy por encima del conjunto de dirigentes municipales. Su hiperactividad no provoca tanto críticas (aunque sí desata algunas) como preocupación. Preocupación que varios dirigentes han hecho llegar al propio alcalde.
Clos se halla inmerso en un periodo de reflexión sobre el funcionamiento de su equipo. No tiene dudas acerca de la capacidad de Casas, entre otros motivos porque él hacía casi lo mismo en su etapa de teniente de alcalde y porque sus horarios y dedicación no son hoy inferiores. Pero tampoco pretende acabar con sus colaboradores. El problema es que uno de los concejales que gozan de su confianza y que podría asumir parte de las tareas que ahora acaban en el despacho de Casas está inmovilizado: Josep Ignasi Cuervo acaba de poner en marcha el nuevo sistema de limpieza, y los primeros días lo que más se nota son los chirridos de la falta de engrase. Cuervo está convencido de que en marzo todo irá como una seda. Hasta ese fecha es inamovible: cualquier cambio podría ser malinterpretado.
El alcalde ha organizado el gobierno de Barcelona con un sistema piramidal. A su lado, Casas. Y en un lugar similar, pero fuera del escalafón, Josep Antoni Acebillo, arquitecto jefe. En el escalón inmediato están Cuervo, Ernest Maragall y Ferran Mascarell. Clos confía en ellos, les escucha y les da cancha, pero no tanta como a Casas. A continuación se sitúan Jordi Hereu (concejal de Les Corts y estrella emergente), Antoni Santiburcio (segundo teniente de alcalde y el hombre que es capaz de salir a dar la cara en las ocasiones más feas) y Carme San Miguel, la concejal más criticada por los problemas del tráfico. Clos confiaba en algunas apuestas personales: independientes incorporados a la lista del PSC. El resultado, de momento, no ha estado a la altura de lo esperado. Luego, el pelotón.
Hay dos factores que incrementan las sospechas de que Casas pueda acabar colapsado. Uno es positivo: Casas se lo trabaja todo, se lo sabe todo, está en todas partes. El otro es negativo: su carácter le lleva a altos niveles de exigencia, es reticente a las críticas y puede llegar a resultar casi insolente. Estas críticas proceden, sobre todo, de los socios de gobierno municipal (ERC e IC-V) y de los técnicos, aunque también de algunos compañeros de militancia, que se sienten marginados. A Jordi Portabella le molesta que Casas tenga siempre la última palabra, incluso en los propios dominios de aquél. Imma Mayol ha vivido tensiones (hoy aparentemente solucionadas) en el consorcio hospitalario. Y la oposición termina frecuentemente, tanto en los plenos como en las comisiones, con una irritación palpable.
Casas reconoce que tiene mucho trabajo, pero asegura que sólo acepta lo que está en condiciones de realizar con corrección. "Me gusta lo que hago y creo que puedo con ello", afirma. "Si estuviera mal, personal o emotivamente, no lo haría", remata. Y añade que todos los concejales trabajan como él, pero que hay alguien en el Ayuntamiento que trabaja más horas. Ese alguien, dice, es Clos.
El superteniente de alcalde, como algunos le llaman, asegura que su capacidad de trabajo sólo tiene un secreto: un equipo competente. "Yo sé cosas porque hago que me lo expliquen, pero yo no dibujo. Eso lo hace mi equipo y me fío de ellos".
Personalmente, Casas se siente satisfecho de su actividad, aunque reconoce que se resiente su vida familiar ("procuro dedicar las pocas horas libres con intensidad a mi mujer y mis hijas") e incluso el ocio. Sus lecturas más frecuentes son textos de urbanismo, incluso la medicina (es médico epidemiólogo) ha quedado de lado. Al cine hace semanas que no va y su libro actual de lectura (la peculiar visión de la historia de Cataluña de Toni Soler), aunque lo encuentra ameno, se le dilata. No es extaño. Casas nunca aprovecha sus movimientos por Barcelona para leer: provisto de una libretita, anota hasta los adoquines levantados en las calles. Llega al despacho y pasa nota. No hace mucho paseaba por Ciutat Vella cuando se topó con una mujer que pegaba carteles en una pared. Se dirigió a ella y le recriminó su actuación mostrándole los espacios destinados para este fin. "No se lo dijo mal", asegura un testigo, "pero la mujer acabó poniendo el anuncio en un pirulí".
Clos confía en Casas, pero es sensible a las reticencias que provoca. No puede, ni quiere, prescindir de él, pero tampoco desea forzar la máquina. El problema es que el alcalde quiere que algo cambie sin cambiar nada o, por lo menos, sin que se note.
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