Inmigrantes
Soplan vientos de poco paro y mucho movimiento económico. Los empresarios de Castellón necesitan trabajadores y la patronal alicantina habla de realizar contratos temporales en los países de los futuros inmigrantes que se necesitan, formarlos y darles un billete de ida y vuelta, es decir, que trabajen mientras sean necesarios y, cuando ya no sean necesarios, que vuelvan a sus países de origen. Todo en función de nuestras necesidades y sin parar mientes en las necesidades humanas ajenas.Martín, por ejemplo, no quiso ser un eterno emigrante. Nació en un pueblo blanco andaluz entre un mar de olivos. A los 27 años tenía una mujer, un hijo y unas semanas de trabajo que le proporcionaba el vareo de la aceituna. Había que paliar la falta de mano de obra en Centroeuropa, y Martín, movido por la necesidad económica, acudió donde los sindicatos verticales y firmó un contrato de trabajo. Luego cogió la maleta de madera, se puso la chaqueta de pana con la que se casó y se fue a Alemania. Un contrato que Martín limitó a cuatro años de mucho trabajo, mucho ahorro y mucho transistor para escuchar en tierras frías la voz de Juanito Valderrama que hablaba de rosarios y emigrantes. Martín quería ahorrar y volver con los suyos. Y ahorró y volvió, y se compró una parcela para cultivarla y construyó su casa. Fue un temporero y quiso ser temporero, no un trabajador a quien se le utiliza cuando se necesita y se devuelve a su país cuando no se le necesita.
A otros, como Manolo, no les acuciaba la necesidad económica, y también se fueron a paliar la falta de mano en Europa. Manolo era el hijo de un carnicero de Santander y hasta los veinte años no había hecho prácticamente nada. A esa edad pasó por el sindicato vertical y firmó el contrato. El ahorro no le preocupaba en exceso; sentó la cabeza, aprendió un oficio, se llevó a la novia y se casó, y allí está Manolín, el hijo de Manolo, acaba de casarse con una chica alemana de origen balcánico. Manolo y la mujer se compraron un apartamento en la Costa Dorada y están esperando, como otros alemanes, la jubilación para tomar el sol que casi siempre nos acompaña.
El matrimonio Peris-Saura era de por aquí, de las comarcas del secano castellonense y se fueron a Francia, porque a los valencianos siempre nos vino Francia más a mano. El minifundio de nuestro secano no ofrecía perspectiva alguna en los sesenta y había que paliar también la falta de mano de obra en el país vecino. Firmaron los contratos y han estado por allá más de dos décadas. Ella se ocupó de tareas domésticas en casa ajenas; él aprendió a apretar tornillos en una cadena de montaje. Ahora están aquí. Cobran sus respectivas pensiones, toman el sol, vigilan sus índices de colesterol y cuidan su jardín. Los Peris-Saura se dejaron en Francia a su única hija, casada con un marsellés, y nunca hablan mal -fenómeno extraño- de nuestros vecinos franceses. Historias reales como la vida misma. Historias que nos son inmediatas y que conocen la mayoría de los lectores. Historias de las necesidades de la industria, la construcción y los servicios europeos en donde había que paliar la necesidad de mano de obra. Historia de necesidades económicas e intereses humanos de los Martín, Manolo, Peris o Saura. Necesidades e intereses, que no son de ida y vuelta y se han de respetar, de nuestros futuros inmigrantes con quienes tendremos que vivir y convivir, y que quizás algún día volverán a su aldea en el Atlas a cobrar la pensión y cuidar la higuera de su casa. Futuros conciudadanos que no pueden ser trabajadores de quita y pon.
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