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Crepúsculo educativo

PACO MARISCAL

Un millón cincuenta dos mil cuatrocientas ocho pesetas pagaba la Administración de Joan Lerma cada tres meses por el alquiler de cuatro barracones, que esa misma Administración instaló en una escuela Secundaria de L"Hora Nord. Eso fue el primer lustro de esta década; el segundo que es ahora, la Administración de Eduardo Zaplana sigue instalando barracones en los patios, y pagando un millón cincuanta y dos mil cuatrocientas ocho pesetas por los mismísimos barracones de L"Horta Nord.

El quiosquero de Benicarló, el fabricante de peladillas de Alcoi y el labrador de Albuixech, saben sumar y restar, y concluir que con el dinero pagado durante ocho años, por cuatro barracones utilizados como aulas, se hubiesen podido construir bastantes más aulas a las que darle el nombre de escuela.La cuestión carece de importancia: es una anécdota.Porque en el mundo fantástico de las anécdotas, el dinero y las palabras no existen barracones; existen, eso sí, tanto para la Administración Lerma como para la Administración Zaplana, "aulas prefabricadas" que son barracones.

Al cabo, algunos de nuestros políticos venden las palabras como las vendía Belisa Crepusculario, la sugerente protagonista de uno de los cuentos más lindos de la chilena Isabel Allende. Claro que Belisa pagó por aprender palabras y luego poder venderlas en el mercado; aprendió la muchacha por no servir en casa de los ricos, por no mendigar, por no prostituirse. El labrador, el quiosquero y el peladillero ignoran quizás por qué las venden algunos de nuestros políticos, o quizás aseguran de forma perversa que a bastantes de ellos les gusta en demasía calentar el asiento. Otra cuestión sin importancia; otra anécdota.

El mundo fantástico de las palabras está lleno de anécdotas. Anecdóticamente habla el consejero de Educación valenciano de igualdad y libertad y Constitución; anecdóticamente se apoya en leyes sobre conciertos escolares aprobadas por anteriores administraciones socialistas. Anecdóticamente y con la inestimable ayuda de un par de militantes del PSPV-PSOE aprueba financiar colegios privados de élite. Todo muy legal, todo muy correcto, todo muy evocador de conceptos tales como sensibilidad social o uso de los recursos públicos de forma prioritaria para atender las perentorias necesidades educativas de los más débiles. En fin, anécdotas y palabras crepusculares a lo mejor.

Porque no hay sonrojo, sino entereza de ánimo y altivez por parte de los nuevos vendedores de palabras, llámense estos Manuel Tarancón o llámense Baltasar Vives, que para el caso de la venta tanto da el gobierno como la oposición, la credibilidad del consejero o la credibilidad del ciscarista Vives. El primero porque iguala con las palabras a los pudientes y a los más necesitados; el segundo por olvidar quién redactó las leyes de los conciertos escolares hace algo más de una década, y por olvidar también el exigir modificar esas leyes que permiten la tarea igualadora e igualitaria a la derecha sin que se le altere el talante.

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Aunque olvidadizos son todos, y por ello se venden airadas palabras en las Cortes Valencianas. Mientras ayer como hoy, cada tres meses, se sigue pagando el millón y pico por el alquiler de unas aulas que son barracones. Tuvimos y tenemos una Administración educativa anecdóticamente impecable y crepuscular.

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