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Tramposo

ADOLF BELTRAN Asiste uno perplejo a las reacciones que suscita en algunos sectores progresistas el fracaso, tal vez definitivo, de las conversaciones entre el PP y el PSPV sobre los integrantes de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, ese paso que ha de culminar el pacto lingüístico y que los populares, por lo visto, no se atreven a dar. ¡Que ya te lo decía yo! ¡Que de ese no hay que fiarse! ¡Vaya ingenuo! A esta extraña variante del victimismo, enfocada contra el dirigente socialista, Joan Romero, se reduce la reacción de algunos políticos y opinadores. Fenómeno curioso, el de esa fascinación izquierdista hacia el tramposo, que convierte a un presidente de la Generalitat incapaz de imponer sus compromisos a su hipotecas en un listo admirable, y a su interlocutor, atrincherado tozudamente en su avanzada (es decir, en la exigencia de un organismo normativo que responda a los criterios de rigor y solvencia que en cualquier país civilizado se piden a esa clase de instituciones), en un idiota. A lo mejor hay que recordar de nuevo lo que ocurre: el presidente Zaplana lanzó la idea de un pacto lingüístico para acabar con la polémica; Romero la asumió; el Consell de Cultura logró con esfuerzo un dictamen que le pareció toda una traición a la caverna anticatalanista; las Cortes aprobaron una ley apoyada por el PP, el PSPV y NE; se iniciaron negociaciones para constituir la Acadèmia y... la derecha retrocedió hasta sus posiciones anteriores, que no otra cosa es plantear a estas alturas la reforma de una ley todavía no estrenada para que se cree la entidad normativa por mayoría simple (eso ya lo podían hacer el PP y sus socios de Unión Valenciana el mismo día en que se constituyó la actual Cámara autonómica; lo pueden hacer, de hecho, en cualquier momento mientras dispongan de esa mayoría, como pudieron hacerlo los socialistas durante dos lustros y medio de gobierno). A cualquiera que no quiera engañarse le parecerá evidente que los socialistas y quienes apoyan su actitud son casi la única esperanza que le queda al pacto. La otra es que los dirigentes del PP descabalguen de sus arrogancias y tengan la valentía de acabar lo que está más que empezado. A los que se instalaron desde el principio en el escepticismo, o en el rechazo porque les parece que a este país no le hace falta superar el debate lingüístico, habrá que recordarles que en el fondo están en cuestión muchas más cosas: por ejemplo, la credibilidad de quienes nos gobiernan, o las normas del juego democrático si se entiende que en él tiene cabida algo más constructivo que el monótono ping-pong entre quien manda y quien ocupa los bancos de la oposición. En todo caso, si es necesario escoger, me apunto al partido de la ingenuidad, con un mensaje claro: Zaplana ha de cumplir o pagar el coste del engaño.

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