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Un parto peculiar

Fue todo un parto. Múltiple y peculiar. Hace una semana una raya Dasyatis Violacea, vulgarmente conocida como chucho, daba a la luz por primera vez en cautividad en el Sea Life de Benalmádena (Málaga). La madre estaba sola. Durante el embarazo y durante el parto. El padre había sido trasladado a Puerto Banús hacía cuatro meses y ella se puso a parir bien entrada la noche. "Cuando entramos por la mañana nos encontramos con que además de las rayas de siempre había cuatro bebés más. Ha sido una pena no verlo", dice Michel Torres, el jefe de acuaristas. Y es que, según explica Torres, es imposible predecir cuándo una raya chucho va a dar a luz. La razón: desde que ha copulado con el macho hasta que pare pueden pasar más de dos años. "La hembra guarda el esperma y cuando cree oportuno se autofecunda". El nacimiento de las cuatro crías no presentó mayor complicación. "Estaban vivas y nadando cuando llegamos". Tenían el aguijón de la cola cubierto "con una especie de pasta" para no dañar a la madre, que, a pesar de los cuidados filiales, "se ha quedado en los huesos". Los bebés, diezmesinos y de color negro viloláceo -como es normal en su especie- han sido separados de la hembra. Los acuaristas los han puesto en la sala de cuarentena, donde entra el agua directamente del mar, para poder estudiar con detalle su evolución. No ha sido una separación traumática sino "por su bien". Cuando empiecen a comer con normalidad y "sean capaces de competir por la comida ellas solas" las trasladarán de nuevo al acuario. Un acuario que la madre comparte con cuatro especies de rayas más. Los pequeños miden unos 20 centímetros de ala a ala y no se dejan coger con facilidad. "El peso lo desconozco", dice Torres al tiempo que acaricia a una cría. "Tienen la piel como una golosina": suave y gelatinosa. "Mira, ahora ha hecho el gesto de picar", dice mientras uno de los bebés se gira convulsiona sobre sí mismo como un alacrán. "¿Ves el aguijón?". Sí. A pesar de su aparente inocencia y tierna edad, ya inyecta veneno. Los pescadores le tiene pánico. "Lo primero que hacen en cuanto cogen a uno en sus redes es cortarles la cola", asegura el acuarista. Y lo hacen con frecuencia porque la raya chucho, un pez de esqueleto cartilaginoso y vivíparo, es una especie muy común en el Mediterráneo. Vive sumida en las profundidades, entre 60 y 100 metros, y en zonas cercanas al litoral. Pero Torres insiste en que estos animales son "muy simpáticos y sociables". "Antes los teníamos en el mismo acuario que los tiburones y cuando nos metíamos a bucear se nos pegaban a la cara y a los brazos". Ahora están en un acuario donde los visitantes les pueden dar de comer y acariciar. Únicamente la parturienta permanece en una esquina ajena a los trozos de calamar que Michel Torres da a las otras rayas mientras se asoman por el borde del acuario y se dejan mimar. De repente aparece una hembra chucho tan inmensa y torpe en sus movimientos como una mujer embarazada de nueve meses. "A ver si esta vez logramos ver el parto. Ésa también está preñada", dice orgulloso el acuarista. Se nota. Está casi a punto de reventar. Y es que, según dice, el milagro se va a repetir: en el acuario nacerán dentro de poco algunas crías más del mismo padre. Por segunda vez una pareja de chuchos ha copulado y se ha reproducido en cautividad.

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