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Impacientes y modernos

La exposición de El Monte sobre la pintura abstracta sevillana está muy bien y guarda sorpresas muy agradables, como un magnífico catálogo y algunos cuadros de José Soto, tan perdidos desde que el autor dejó de pintar allá por los años setenta. Sosiega el espíritu contemplar una obra equilibrada, ordenada y limpia, austera en su concepto, de un hacer preciso, sin prisas ni ensoñaciones, como una mirada que nos restituyera la normalidad clara, espaciosa y serena, sin trampas. Lo digo porque esta exposición ha coincidido en el tiempo con la noticia del microprocesador inventado -por segunda vez, detrás de un japonés- por un granadino. Según he podido entender, se trata de un artilugio que permite acceder, con rapidez y sin esfuerzo, nada menos que a la amistad y al amor. Así, tal como suena. El procedimiento es bien sencillo y elude las dificultades y molestias de probar suerte cuerpo a cuerpo o de perderse en las profundidades de Internet; sólo hay que meter en el microprocesador nuestros sueños y esperar a un bip-bip que nos alerte de su presencia lo suficientemente cercana como para que los podamos aprovechar. No es de sorprender que, cuando se tienen las necesidades cubiertas y el capricho cumplido, se compren y se vendan ilusiones, entra dentro de una lógica comercial que ya conocemos. La novedad consiste en que esas ilusiones no sólo tienen existencia real sino que pasen a nuestro alrededor sin que lo advirtamos. Hemos oído hablar de muchos y prodigiosos inventores andaluces obligados a emigrar a países interesados en sus ingenios porque aquí no les hacíamos ni caso, no nos acabábamos de creer ilusiones científicas tales como una que recuerdo sobre el aprovechamiento de la energía gravitatoria. Durante años hemos producido genios en el arte y la ciencia para exportarlos y olvidarlos lo antes posible, pero ahora no sólo se trata de un hallazgo con rentabilidad cultural y científica sino, sobre todo, emocional. Y muy de actualidad también: una respuesta de alta tecnología a unos deseos de sociedades avanzadas. Ya no cabe duda que Andalucía está inmersa en las corrientes sentimentales y existenciales de vanguardia que esperan conseguir la felicidad aquí, ahora y con el menos esfuerzo posible. Es posible que los andaluces hayamos alcanzado la cima de la modernidad, no digo que no. También puede ser que la modernidad nos haya alcanzado a nosotros mientras seguíamos en ese dejarnos llevar por lo que llega, una felicidad poco exigente para no tener que irritarnos demasiado, el mismo lugar en que nos dejará la modernidad del futuro cuando las necesidades y los antojos cambien de rumbo. Pero lo más probable es que nos hayamos encontrado en algún cruce de caminos, cerca de esa impaciencia nueva que se adivina en los avances tecnológicos, en la comunicación, frente a la pantalla, en el alcohol o las drogas, al pulsar una tecla prodigiosa o tragar una píldora mágica. Por eso es de agradecer en estos momentos y en el arte, que tanto tiene de milagro el poder comprobar la razón, la exigencia, el reposo, el esfuerzo y el esmero.

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