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NECROLÓGICAS

Jeffrey Bernard, bohemio empedernido

A los adictos a la columna Low Life, el espacio que el ultraconservador semanario londinense The Spectator dedicaba a lo que queda de la antigua bohemia del Soho, no les sorprendió para nada que la última entrega de su célebre corresponsal, Jeffrey Bernard, era en realidad una despedida. Esta vez en serio. "La semana pasada no asistí a mi sesión de diálisis y creo que no lo haré más", escribió Bernard. Siete días más tarde, el sábado pasado, fuera del hospital, en su propia cama, Bernard, de 65 anos, pidió un cigarrillo, una copa de vodka con soda y limón, y, rodeado de unos cuantos amigos, se puso a morir. Tras una vida de alcohol, tabaco, mujeres, apuestas y juerga permanente que sorprendentemente produjo un espléndido cóctel de ingenio periodístico, Jeffrey Bernard expiró no sin antes bromear que "Dios se quedará sorprendido. Voy a llegar con bastante atraso".Desde hace tiempo que Bernard, "el último poeta del Soho", estaba con un pié en la tumba. De hecho, sus columnas comenzaron hace tiempo a ser descritas como "un suicidio por entregas". Desde que le amputaron una pierna por complicaciones diabéticas hace cuatro años, su miembro, o mejor dicho, la falta de él, le dió una veta para trabajos humorísticos a primera vista pero seriamente ubicados en un plano filosófico y caústico muy particular. Gran parte de sus artículos fueron concebidos en las largas sesiones diarias de alcohol en el decrépito pub Coach and Horses, de la Greek Street, donde pasó buena parte de su vida discutiendo con artistas como Francis Bacon y John Minton, o en el no muy distante y mejor dotado bar del Groucho Club, donde se le trataba como a un rey.

Para Bernard, la medicina era una dictadura, la generación de escritores "modernos" una imparable fuente de tedio y la botella y media de vodka por día, amén de 60 o más cigarrillos, el único bálsamo contra los charlatanes. La desastrosa vida privada de este hombre de clase media que incluso mucho después de perder sus apecto de galán de cine seguía conquistando damas ("Jeff tuvo muchas esposas, incluyendo cuatro propias", solían apuntar sus amigos), fascinaba a los británicos: devoraban sus columnas porque explicaban la depresión y contenían recetas para sacar máximo provecho a la ruina fisica.

Bernard alcanzó fama internacional en 1989, cuando Keith Waterhouse llevó su biografia al teatro con Peter O'Toole en el papel del excéntrico columnista en perenne resaca. La obra Jeffrey Bernard is Unwell (Jeffrey Bernard está Indispuesto, una referencia a la frecuente nota de redacción con la que The Spectator disimulaba el hecho de que no había una columna de Bernard porque éste estaba -otra vez- demasiado borracho como para entregarla antes del cierre de la edición) es un sórdido cóctel de reminiscencias del Soho y postales caóticas de una gran angustia existencial. Todas ellas con el trasfondo de un humor negro muy propio que hicieron de sus dós únicos libros, ambos sobre la hípica (Talking Horses, 1987, y Tales from the Turf, 1991), una lectura obligatoria para los amantes de ese deporte y juego de azar, así como por los nostálgicos de una era de costumbres evidentemente perjudiciales pero sin duda más atractivas que muchas de las distracciones técnológicas que ofrece el mundo de hoy

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