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FÚTBOL 36ª JORNADA DE LIGA

Laudrup pone el sentido en la batalla

El Madrid se recupera después de derrotar a un Sevilla cuyo juego rozó la violencia

Santiago Segurola

El jugador de más clase resolvió un cisco de partido, lo más cercano a una película gore, una de ésas donde la sangre salpica a los espectadores. El Sevilla se echó al monte y quiso acabar con el Madrid por la vía física. Se olvidó del fútbol y predicó la violencia. Por eso fue muy conveniente que un tipo delicado como Laudrup les diera el finiquito. Es mejor que esta clase de batallas tengan una moraleja favorable al juego, porque de lo contrario comenzará a florecer la raza de asilvestrados Desde esa perspectiva, Laudrup tuvo un mérito enorme: aunque consagró su gol en una máquina de petacos -el remate golpeó a dos defensores-, el centrocampista del Madrid era el hombre indicado para ganar el partido desde la delicadeza y el gusto por el juego, que es de lo que se trata.El Sevilla decidió jugar el partido en la barricada. Todo lo hizo en términos bélicos. Brillaron los tacos de los defensas sevillistas, que metían pierna, codo, cadera y cualquier cosa susceptible de provocar daños en los jugadores madridistas. Las tibias y los meniscos corrieron peligro en un partido que el Madrid llevó con bastante pulcritud hasta el área, donde el ataque se derretía no se sabe bien si por el ejercicio de intimidación de la defensa sevillista o por la falta de llegada del Madrid. Había que tener un espíritu de legionario y poco aprecio por la salud para adentrarse en la casamata defensiva del Sevilla, donde las patadas iban y venían ante la mirada complacida del árbitro, un pusilánime que perdió el oremus desde la primera jugada, una carrera de Soler perseguido por Galván, que le dio con todo. Cuando Soler entró en el área, Galván siguió pegando, sin reparar en gastos. Era penalti, pero el árbitro se hizo el interesante y pitó no se qué fuera del área. Desde ese momento, el Sevilla supo que tenía licencia para patear.

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Sin embargo, la obstinación por buscar los ligamentos no significó que los defensores, pusieran orden en su casa. El Sevilla defendió mal y desordenadamente. Durante todo el partido estuvo a un centímetro de quebrarse, pero al Madrid le faltó pegada. Gastó la mayor parte del tiempo en un duelo a distancia entre Hierro y Monchi. Hierro, que tuvo más frescura física que en partidos anteriores, comenzó muy pronto un duro bombardeo contra Monchi, que respondió con firmeza a cada remate. La excesiva presencia de Hierro resultó un mal síntoma para su equipo, que debió repartir más sus esfuerzos rematadores y las llegadas al área. Algunos jugadores dieron la impresión de sentirse físicamente amenazados, como Laudrup, que dirigió con autoridad y elegancia el ataque madridista en la segunda parte, pero temió por su vida en cada balón dividido. Y con razón. Fuera del parte de guerra, el partido sólo tuvo una dirección. El Madrid tuvo la pelota y la manejó con bastante criterio hasta la zona de minas. El Sevilla se desentendió del balón, del juego y del partido. Quedó pendiente de algún contragolpe, pero la articulación de un contragolpe también requiere algo de sentido, un poco de ciencia, y no esos pelotazos groseros que salían despedidos desde su línea defensiva. La posibilidad de cazar alguno se hacía muy remota. En el caso de Suker, casi imposible. Suker, que debía tener el corazón dividido entre los dos escudos, pasó por el partido como un espectro. O no pasó. Tuvo la tarde libre en un día primaveral, uno de esos que invitan al descanso a los futbolistas indolentes. Y el público dále que dále con !Davor, Davor!, pero nada. Davor se había echado a la molicie. Se quedó de palomero, a la espera de alguna pelota suelta y así consumió el partido. Al final, no dio el pego a la gente. Perdió una pelota, dividida con Laudrup y se fue a la caseta entre el abucheo de la gente, que consiente hasta cierto punto.

Moya estuvo más laborioso. Fue el protagonista de las únicas arrancadas sevillistas, muy gaseosas por la insolidaridad de Suker y por la renuncia de los centrocampistas a acercarse al área madridista. En este plan, Cañizares vivió el partido tranquilo y de lejos. La única posibilidad real de gol estaba en el lado del Madrid. Aunque Zamorano y Raúl no estuvieron demasiado activos, había un efecto indiscutible: el partido se jugaba en el campo del Sevilla. Y poco a poco, los defensas sevillistas comenzaron a perder su ardor guerrero. Uno también se cansa de dar patadas. Apareció la fatiga y el miedo se hizo muy evidente. Al Sevilla no le quedaba nada. Entonces apareció Laudrup para ofrecer una enseñanza moral. En medio de la guerra, salió dispuesto a reivindicar el juego. Y su petición fue atendida. Fue el mejor del partido, marcó el gol, ganó el partido y tumbó a un equipo violento, desagradable y muy torpe.

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