Estrategia para el trabajo-empleo
En este texto vamos a tratar prioritariamente del trabajo-empleo, término por el que entendemos el trabajo asalariado dentro del marco actual de producción de bienes y servicios. Desde hace cerca de dos siglos, por trabajo se entendía un empleo a tiempo completo y de duración ilimitada, desde que se salía del colegio hasta la edad de jubilación. Servía de referencia al individuo para su instrucción, su lugar en la sociedad, el nivel de su jubilación. Pero este sistema hoy está en quiebra en todos los países industriales.Mutaciones tecnológicas y económicas.- Mientras los responsables políticos y los actores sociales -a remolque de los economistas, las empresas internacionales y los mercados financieros mundiales- no intenten comprender el significado de la mutación tecnológica en la que estamos inmersos desde hace dos o tres décadas, no serán capaces de frenar el progreso del no-empleo, con el aumento irresistible del paro, la pobreza y la exclusión.
La informatización generalizada de la sociedad y las tecnologías mutantes que la sostienen (informática, robótica, telecomunicaciones, biotecnologías) no reflejan una tercera revolución industrial, como se nos quiere hacer creer, sino un cambio de era que remueve todos los cimientos de nuestras sociedades.
Se trata de una nueva naturaleza del progreso técnico que, en el ámbito de lo social que aquí nos preocupa, lleva a una consecuencia imparable: la expulsión de la labor humana -a una escala inédita y de una manera continua- en todos los sectores de la producción tanto de bienes (agrícolas e industriales) como de servicios. Nos vemos forzados a imaginar un reparto diferente de unas riquezas producidas con cada vez menos trabajo humano, porque la economía capitalista de mercado demuestra ser incapaz de regular una situación así.
Esta situación de las economías occidentales se ve acelerada por la mundialización y la globalización de la economía (facilitada por la informática y las telecomunicaciones), que tiene lugar de manera salvaje en el plano financiero y monetario. También se ve exacerbada por fenómenos como el aumento de la producción de bienes de los países de Europa central y del Este, del Sureste asiático y de China, de Centroamérica y Suramérica, o por la justa reivindicación de las mujeres de un mayor lugar en el mundo del trabajo. Aunque la dinámica de la automatización informática generalizada constituye el abono principal de estos cambios.
La situación de declive del trabajo-empleo.- Observamos, por consiguiente, un aumento permanente del paro en los países industrializados, Estados Unidos y Japón incluidos, pese a unas estadísticas trucadas (1). Esta evolución va acompañada de una deflación generalizada (2), de la obligación para un gran número de personas de aceptar trabajos a tiempo parcial, discontinuos y precarios, y de la ampliación de las zonas de pobreza y de exclusión. Las empresas transforman su estructura mediante la reorganización científica del empleo para conservar únicamente un núcleo duro de salarios a jornada completa. Se aceleran las deslocalizaciones a países de mano de obra poco costosa.
Un país como Francia no sólo tiene tres millones y medio de parados declarados, sino, además, entre cuatro y cinco millones de personas de excluidos, que reciben subsidios, o están abocadas a la miseria. La situación en España y el Reino Unido no es mejor, a pesar de las devaluaciones monetarias.
Alemania, cuya economía se reverenciaba no hace mucho, no tiene más remedio que buscar un consenso general para evitar un descontrol social rápido: aunque, en nuestra opinión, lo que la sacará adelante no es la bajada de los costes sociales del trabajo, una mayor flexibilidad de este último, el aumento de las jornadas a tiempo parcial, el fin de las horas extra o la congelación de los salarios, aunque estas medidas vayan acompañadas de una bajada de los tipos de interés.
Los altos tipos de interés han sido, junto con las crisis del petróleo, la subida de los costes sociales y la rigidez de la Seguridad Social, simples cabezas de turco sugeridas por un pensamiendo económico que ha perdido los estribos.
De hecho, estamos siguiendo un camino que conducirá a la Gran Implosión (3) si no logramos formular como alternativa otro proyecto de sociedad con una perspectiva nueva del trabajo-empleo.
La reducción del trabajo-empleo.- La irrupción de las tecnologías de la información convierte a todos los individuos de los países industrializados en parados en potencia, independientemente de sus títulos, ambiciones o profesión.
Nos encontramos ante el siguiente dilema: lanzarnos al crecimiento a tumba abierta, a la hipercompetitividad, a la caza de cuotas de mercado, y aceptar una sociedad futura con un índice de paro de entre 15% y 25%, o bien organizar de la manera más armónica posible una reduccción de la jornada laboral a gran escala que permita el reparto y evite los efectos dañinos de una marginación cada vez mayor.
Desde hace más de dos siglos, el trabajo-empleo según lo hemos definido más arriba, constituía el principal vínculo social y garantizaba la cohesión de nuestras sociedades; hay que garantizar su disminución regular sin que ello signifique perder el beneficio de la socialización de los individuos que representa.
Pero la reducción del tiempo de trabajo exige las condiciones de un auténtico "contrato social para el empleo" más allá de las medidas puntuales a la que se suele reducir.
Este contrato social supone una política de redistribución constante del trabajo (con una fuerte reducción de su duración). pero también de la riqueza y los ingresos. Es una política que sólo puede concebirse al servicio de un proyecto de transformación social; debe abrir una perspectiva de superación de la sociedad salarial.
André Gorz y yo (4) hemos descrito las modalidades principales para Francia, que, en líneas generales podrían aplicarse a un país como España.
1. La duración del trabajo se reducirá de forma periódica y por tramos importantes. La primera etapa, fijada por una ley marco y un acuerdo interprofesional, adoptará, entre otras, la forma de la semana laboral de 32 o 33 horas, distribuidas en cuatro días. Este primer tramo tan importante viene impuesto por la importancia del exceso de mano de obra actual y del previsible aumento de la productividad.
La fecha de entrada en vigor de la reducción de la jornada laboral debe estar lo suficientemente alejada como para para permitir:
- La realización de estudios-provisionales sobre las necesidades cualitativas y cuantitativas de personal que la reducción de la jornada laboral entrañará en las ramas profesionales, administraciones, servicios públicos y cuerpos profesionales.
- La formación o reconversión profesional a trabajos en los que habrá empleo.
- Negociación de convenios colectivos por ramas y de empresa centrados especialmente en la reorganización del trabajo, la duración del uso de los equipos, unos horarios menos rígidos, un contrato de productividad, la evolución de los efectivos, de las cualificaciones y de los salarios.
Pero la reducción de la jornada laboral sólo puede adoptar una forma. La semana de 32 horas en cuatro días sólo es factible para los salarios estables y a jornada completa de las administraciones, la industria y las grandes empresas de servicios, públicas y privadas. En las otras actividades o empresas -incluidas las agrícolas-, la reducción del tiempo de trabajo deberá adoptar otras formas (derecho al trabajo intermitente, reducción a escala trimestral, anual o quinquenal, etcétera).
2. La redistribución de la riqueza pro-
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ducida y la redistribución del trabajo son indisociables. Hay que respetar varios imperativos: no aumentar los costes de producción; permitirles reducir sus costes salariales unitarios mediante inversiones en productividad; preservar la supervivencia de los servicios y oficios artesanales. Con este fin, conviene instituir un ingreso binomio que provenga de dos fuentes distintas: el ingreso por trabajo (en el caso presente, 32 horas pagadas por la empresa) y un segundo cheque (pagado por los poderes públicos de nivel más bajo: región, ciudad, municipio) que compense íntegramente (o para los ingresos elevados, parcialmente) la disminución de los ingresos por trabajo, garantizando siempre la continuidad de unos ingresos normales a los trabajadores activos, cada vez más numerosos, que estén empleados de manera intermitente, temporal o con horario reducido. En el caso de Francia, se puede pensar en una reducción de la jornada laboral con el mantenimiento íntegro de los ingresos en salarios de hasta dos veces el salario mínimo interprofesional, es decir, alrededor de 12.000 a 15.000 francos al mes, y sólo considerar una progresiva reducción de los salarios para los sueldos altos. El segundo cheque no podrá financiarse indefinidamente sólo con la reasignación de sumas con las que hoy se indemniza el paro. Habrá que recurrir a la Contribución Social Generalizada [el CSG es un impuesto suplementario, vinculado al de la renta, para financiar el gasto social] en todos los ingresos -incluidos los financieros- y a un impuesto fuertemente modulado sobre el consumo. Este impuesto puede adoptar la forma tanto de tasas específicas (sobre energías y recursos no renovables, envases no retornables, coches particulares, etcétera) como de un IVA eco-social que grave cada vez más los precios de venta de productos industriales cuya automatización reduzca continuamente los costes de fabricación, pero cuyo consumo creciente no fuera en interés ni de las personas, ni de la sociedad, ni de la calidad del medio ambiente. Estos impuestos tienen la ventaja, respecto a los directos, de permitir a la sociedad orientar el consumo y la producción según criterios socioculturales y ecológicos.
3. Para ello habrá que establecer un sistema fiscal moderno: acabar con la separación entre el presupuesto del Estado y el presupuesto social con el fin de facilitar los flujos y transferencias necesarios, romper la opacidad de éstos y someterlos al control de instancias democráticas.
La reducción de la jornada laboral no resuelve por sí sola la cuestión del empleo pero es una condición básica que permitirá, en el plazo de una década, que los individuos se preparen para disponer de un tiempo progresivamente libre para actividades ajenas al trabajo. Es la mejor respuesta de la solidaridad social a la situación actual.
Otras propuestas para el paro.- Algunas disposiciones en el marco del sistema actual pueden constituir vías de transición y de prueba: indemnización del tiempo reducido de larga duración, compensaciones salariales por el tiempo parcial previsto de corta duración, paro técnico a intervalos regulares compensado en su mayor parte. Pero hay que rechazar las propuestas de experiencias de reducción de la jornada laboral propuestas para asociarlas únicamente a operaciones de anualización o de aumento de flexibilidad sin contrapartida.
Respecto a la reducción de trabajo con una reducción equivalente de salario, tiene un nombre: reparto del paro.
4. Las propuestas anteriores podrían crear, en un plazo de entre 15 y 18 meses, entre un millón y un millón y medio de puestos de trabajo en Francia, pero son insuficientes para alcanzar un nivel aceptable de puestos de trabajo en nuestros países. Ahora bien, en el terreno de la economía de utilidad social, a la que todavía se llama economía solidaria o del tercer sector, donde la lógica no es la optimización del mercado, sino una lógica de cooperación social (cooperativas, mutualidades, asociaciones, pero también formaciones autóctonas), se pueden crear en Francia hasta un millón de puestos de traba o a condición de que se regulen las cuestiones de estatutos, formación y solvencia.
También habría que incluir la cuestión de un ingreso mínimo de ciudadanía, que se podría experimentar en ciertos sectores, como la agricultura, el mundo de las artes o el de los jóvenes en formación alternante.
Aquí no podemos examinar detalladamente estas perspectivas. Pero todas, desde el trabajo-empleo hasta las actividades sociales-empleo, suponen poner en cuestión el totalitarismo de la economía de mercado.
Tenemos que hacer que surja una economía plural (con mercado y no de mercado) y nuevas modalidades de reparto de la riqueza. La política tendrá entonces la misión de arbitrar los flujos monetarios, financieros y fiscales entre los ámbitos del mercado y de la utilidad social, los imperativos del desarrollo sostenible y los primeros beneficios de una economía distributiva. Para que estos cambios sean lo menos perjudiciales posibles, deberán establecerse en el marco de conjuntos geopolíticos de niveles comparables, como el de la Unión Europea, con contratos interregionales, y no en el de una mundialización monetaria salvaje que sirva sólo a las potencias.
Deseamos una toma de conciencia de estas propuestas para evitar que sea la la presión de las catástrofes la que nos obligue a tomarlas en cuenta.
(1). En 1994, la OCDE confirmó las cifras de The Wall Street Journal (20 de marzo de 1989). Si se utilizan los mismos criterios que en Europa, la verdadera tasa de paro en Estados Unidos es del 9,9% (y no del 5,7%), y la de Japón, del 9,6% (y no del 2,7%).
(2). New York Herald Tribune, enero de 1995. La media salarial de los trabajadores norteamericanos ha bajado casi un 20% desde hace cinco años.
(3). Pierre Thuillier, La Grande Implosion, Fayard, 1995.
(4). André Gorz y Jacques Robin, 'Pour l'emploi... autrement', Libération, 24 de febrero de 1994.
Jacques Robin es director de la revista bimensual Transversales Science Culture y autor, entre otros libros de Changer d'ère (Seuil, 1989).
La reducción de trabajo con una reducción equivalente de salario tiene un nombre: reparto del paro
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