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El dominio del centro

Todavía en su última aparición televisiva del 27 de febrero de 1979, apenas 24 horas antes de las elecciones generales del 1 de marzo, el entonces presidente del Gobierno y secretario general de la UCD, Adolfo Suárez, invocando el fantasma del miedo a los daños que acarrearían los socialistas -desde la legalización del aborto hasta otros desastres varios-, pudo contener el desplazamiento del favor electoral reflejado en los sondeos previos y salir de las urnas con una victoria minoritaria, pero capaz de mantenerle como inquilino de La Moncloa.En condiciones distintas de presión y temperatura, ese mismo espectro del miedo, ahora frente a la llegada huracanada de la derecha, fue agitado por el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Felipe González, el 4 de junio de 1993, en el debate que mantuvo en Tele 5 con el líder del PP, José María Aznar. Los peligros que acechaban a los pensionistas y a los parados fueron descritos con tal verismo que, contra todo pronóstico, los resultados del escrutinio de las generales del 64 dieron de nuevo al PSOE la victoria, esta, vez sin mayoría.

Son escenas televisivas para la historia, cuya repetición, si alguien la intentara, carecería de efectos análogos. El 28 de octubre de 1982 el PSOE llegaba a las elecciones habiéndose ganado su condición indiscutible de alternativa de poder, y cuando suene el clarín de la convocatoria a otras generales, el PP tampoco podrá ser invalidado de antemano. La actitud del electorado es como la de aquel vasco que interrumpió al párroco, experto en aterrorizar a la feligresía con la minuciosa descripción de los suplicios del infierno: "¡señor cura, si hay que ir al infierno se va, pero no nos acojone!".

La primera victoria socialista, la del 82, se produjo cuando sus primeros rivales, las huestes de UCD, habían liquidado a su líder, vivían en la desunión y tenían a sus espaldas un grupo en crecimiento encabezado por Manuel Fraga, que invocaba con pretensiones de mayor legitimidad los valores y supuestos de la derecha de siempre. Las banderas de UCD habían ondeado desde 1977 con fuerza en el centro, en la misma medida en que nadie discutía con eficacia sus colores en el terreno de la derecha. Pero, a la altura de 1982, la derecha progresista adelantada de la transición optaba por replegarse para contener el amenazante avance franquista y cedía a los socialistas el dominio del centro, donde florece la victoria, electoral.

La nueva convocatoria a las generales, cuando se produzca, encontrará, con toda probabilidad, un líder socialista erosionado por los asuntos de corrupción ocurridos en el núcleo duro del Estado y un PSOE atravesado por tensiones y corrientes. Al mismo tiempo que, por primera vez, una formación como IU, decidida a ser hegemónica en el campo de la izquierda, crece en espectativas electorales. A un partido oceánico, como el PSOE, en cuyos dominios ideológicos no se ponía el sol, junto a cuya lumbre encontraron asiento desde los trotskistas hasta los vaticanistas, que parecía llamado a ser la casa común de la izquierda, quieren desahuciarle. Los socialistas saben que renunciar al centro equivaldría a fortalecer las perspectivas de victoría del PP. Pero áhora temen que cualquier afirmación suya en ese terreno incentive el avance de IU en los caladeros de la izquierda.

Así se ha llegado a una situación en que los encuentros de Aznar y Anguita resultan un torneo de cortesías mutuas fuera de toda sospecha, mientras que si semejantes idilios se dieran entre González y Angüita serían denunciados como aciagos augurios de pactos socialcomunistas. En cuanto a González, los únicos detalles que interesan a Aznar son los de la mudanza. Aznar ya no propone soluciones, se propone como la solución. Permanezcan atentos porque pronto verificaremos que sólo desde un anclaje muy fuerte en las propias aguas se pueden hacer incursiones, o establecer campamentos en el centro. Cuando las de nominaciones de origen fallan, el centro queda definido, como en geometría, por la equidistancia; viene a ser el lugar de la asepsia, de la insignificancia. Tras su paso por las urnas adquiere las dimensiones del CDS.

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