El nudo de Chiapas
Los sucesos de Chiapas nos han sorprendido a todos, lo mismo a los mexicanos que a los observa dores extranjeros. Cierto, teníamos noticia de la existencia de graves con flictos sociales y de repetidas querellas y choques entre las distintas fuerzas en pugna en esa provincia; sin embargo, ninguno de esos disturbios parecía constituir una verdadera amenaza a la paz de ese Estado, y menos a la de la nación. De pronto, de la noche a la mañana, nos enfrentamos a un movimiento armado y prepara do cuidadosamente con meses de anticipación y después de años de indoctrinación. No estamos ante una revuelta espontánea, sino ante una acción militar premeditada. ¿Cómo explicar lo que ha ocurrido?Pasa a la página 15
El nudo de Chiapas
Viene de la primera páginaNo es fácil responder a esta pregunta. Nuestra información es todavía muy incompleta y nos faltan datos esenciales, sobre todo por lo que se refiere a los antecedentes y a la mecánica de la operación subversiva. De todos modos, no es muy arriesgado adelantar un puñado de observaciones de orden general.
Ante todo, la revuelta de Chiapas es un fenómeno que corresponde a las condiciones peculiares de esa región. Por tal razón es muy difícil -aunque no imposible- que se extienda a otras partes del territorio nacional. Cierto, en Oaxaca y en Guerrero prevalecen también condiciones en las que la pobreza rural se alía a las diferencias étnicas. Pero el caso de Chiapas es singular; es una región del sur de nuestro país que padece un tradicional rezago histórico y cuya situación tiene indudables parecidos, en el orden social e histórico, con las de Guatemala y El Salvador. La presencia indígena es muy viva y es la que da fisonomía y personalidad al Estado. La cultura tradicional, aunque postrada por siglos de dominación, no es una reliquia sino una realidad. Se conservan las lenguas indígenas, las creencias -fusión de catolicismo e idolatría mesoamericana- y muchas formas tradicionales de organización social. En Chiapas la modernidad ha penetrado tarde y mal. No ha liberado a los campesinos ni mejorado sus condiciones de vida. Al contrario, al trastornar la cultura tradicional y las antiguas jerarquías, ha acentuado las terribles desigualdades sociales y culturales.
La población campesina -en su inmensa mayoría descendiente de uno de los pueblos prehispánicos más ilustres: los mayas- ha sido sometida desde hace siglos a muchas humillaciones, discriminaciones e ignominias. Por años y años sus peticiones no fueron escuchadas ni por las clases acomodadas -principales culpables de la penuria crónica de los campesinos- ni por los Gobiernos. En los últimos años, sin embargo, el Gobierno federal y el estatal realizaron esfuerzos considerables para remediar estas injusticias y discriminaciones. Por desgracia, debido a su naturaleza, estos remedios producen resultados solamente a largo plazo. Es imposible cambiar de la noche a la mañana una situación de siglos. Al llegar a este punto es necesario tener en cuenta otra circunstancia. Es determinante y sin ella es imposible entender lo que actualmente sucede en Chiapas.
No es un secreto -aunque pocos hablan de ella- la intervención de grupos extremistas en el alzamiento. Desde hace mucho han penetrado en las comunidades indígenas y, debido a las miserables condiciones de vida, les ha sido relativamente fácil formar lo que ellos llaman "bases revolucionarias y militares". Es asombroso, para emplear una expresión suave, que las autoridades civiles y militares no hayan tenido noticias de esas actividades. No es menos asombroso que, si las tenían, no hayan adoptado medida alguna para evitarla o prevenirla.
¿Cuál es la procedencia de los grupos infiltrados entre los campesinos? Sus orígenes ideológicos, a juzgar por sus declaraciones y por su retórica, parecen relativamente claros: retazos. de las ideas del maoísmo, de la Teología de la Liberación, de Sendero Luminoso y de los movimientos revolucionarios centroamericanos. En suma, restos del gran naufragio de las ideologías revolucionarias del siglo XX. Desconozco la extracción de los dirigentes. Pero es evidente que no son ni indios ni campesinos. Basta verlos y oírlos para cerciorarse: son gente de la ciudad. Vienen de organizaciones extremistas supervivientes de las sucesivas crisis de los partidos revolucionarios. Han conservado de su paso por esos grupos la estricta disciplina, el hábito del trabajo ilegal o clandestino y el ánimo conspiratorio. No es imposible, igualmente, la presencia entre ellos de guerrilleros centroamericanos.
Por todo esto, no es extraño que las primeras acciones de los alzados muestren una indudable habilidad táctica. Lo prueban la fecha en que estalló (el primero de enero), la simultaneidad de las operaciones y el manejo del elemento sorpresa. En cambio, desde el punto de vista estratégico, que es el que cuenta finalmente en esta clase de operaciones, la sublevación es irreal y está condenada a fracasar. No corresponde a la situación de nuestro país ni a sus necesidades y aspiraciones actuales. Lejos de extenderse, fatalmente tendrá que replegarse más y más en la selva lacendona hasta desaparecer. El movimiento carece de fundamentos ideológicos y, en materia militar, de pensamiento estratégico. También es notable el arcaísmo de su ideología. Son ideas simplistas de gente que vive en una época distinta a la nuestra. Al carácter quimérico de la sublevación hay que añadir el culto a la violencia. Por las características del movimiento y por su intrínseca debilidad material e ideológica, esa violencia está destinada a revertirse en contra de los alzados mismos. Es una violencia suicida.
El desenlace -me refiero al militar, no al social ni al político- será rápido. Creo que el ejército podrá restablecer pronto el orden en esa región. Debe hacerlo con humanidad y respetando los derechos humanos. En todos los casos nuestras autoridades deben preferir el diálogo al uso de la fuerza. No debe olvidarse que las comunidades indígenas han sido engañadas por un grupo de irresponsables demagogos. Son ellos los que deben responder ante la ley y ante la nación. Han encabezado un movimiento sin porvenir y condenado al fracaso, pero los daños que han causado a la nación son muy graves. Han enturbiado el crédito internacional de México; comenzamos a ser ya el objeto de las especulaciones y de los juicios sumarios de la prensa mundial. Han sembrado la desconfianza en nuestra economía precisamente en el momento de la entrada en vigor del TLC (la Bolsa ha resentido inmediatamente el golpe). En fin, han suscitado el desconcierto y la confusión en un periodo particularmente difícil de nuestra vida política, con unas elecciones presidenciales a la vista. Ojalá que pronto podamos sobreponernos a tantos tropiezos.
Por último: los cabecillas del movimiento no son los únicos responsables. También es grande -quizá más grande, en términos históricos y morales- la responsabilidad de las clases acomodadas de Chiapas y de muchos políticos locales. Lo ocurrido es un aviso. Si en algún lugar de México es urgente la reforma social, política, económica y moral, ese lugar es Chiapas.
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