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Yugoslavia necesita un respiro

Hasta octubre del pasado año, Yugoslavia atravesaba una de las reformas más prometedoras jamás experimentadas en un país socialista. Liberalizamos totalmente el mercado y nuestras relaciones económicas con el extranjero. Creamos unas reservas de divisas superiores a 10.000 millones de dólares y redujimos la inflación a cero. Estos resultados recibieron el aprecio y el apoyo incondicional de la comunidad internacional.Sin embargo, este éxito se vio en peligro cuando llegó el momento de establecer un marco legal para las nuevas relaciones que surgían en el país y cuando el tema de la transformación de la propiedad se convirtió en prioritario dentro de nuestro orden del día.

Entonces, en lugar de a soluciones lógicas, nos vimos enfrentados a unas pasiones irracionales con conflictos entre las repúblicas y étnicos, y a un freno de las reformas. En resumen, al caos y a la anarquía económica, legal y social. Todo ello culminó con los bien conocidos acontecimientos de Eslovenia.

Hubo un momento en que pareció que, gracias en parte a la mediación de la Comunidad Europea, habíamos conseguido evitar una guerra en Eslovenia que parecía cada vez más inminente. Pero ahora somos nuevamente testigos en la mayor parte de Yugoslavia de una histeria colectiva reflejada en la provocación y el belicismo.

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Cualquiera que trate de comprender nuestra situación en estos momentos tendrá que tener en cuenta que las decisiones unilaterales para dividir un país en varias partes sin entablar negociaciones tendrán como resultado el derramamiento de sangre.

Asimismo, cualquier intento de bloquear el camino del -cambio hacia la democracia, hacia una economía de mercado moderna y hacia los derechos y libertades humanos -el camino al que llevaban las reformas emprendidas por el. Gobierno yugoslavo- pondrá al país al borde del conflicto.

Estando las relaciones como están, las instituciones y el propio sistema federal se están desvaneciendo gradualmente. Como resultado, el colapso económico está cada vez más próximo, añadiéndose el espectro de la explosión social al de la guerra civil.

En un intento de evitar estas consecuencias, el Gobierno yugoslavo ha propuesto que, durante un período de moratoria de tres meses, los líderes del país -la presidencia federal, los presidentes de todas las repúblicas, los presidentes de los parlamentos y los primeros ministros, los jefes de la Asamblea Federal y el Gobierno de Yugoslavia- lleguen a un acuerdo. Este acuerdo debería cubrir tres puntos principales: cómo garantizar la paz, el cese y la prevención de conflictos entre las repúblicas y étnicos; cómo seguir adelante con el funcionamiento del sistema legal, la economía y la sociedad durante el periodo de moratoria, porque incluso si llegamos a un acuerdo para impedir los conflictos, éste no evitaría el desastre económico y social; y cómo facilitar unas condiciones para un trabajo conjunto en la negociación del futuro de Yugoslavia.

El Gobierno yugoslavo ha propuesto un programa para el funcionamiento del país durante la moratoria que está diseñado tanto para crear las condiciones necesarias para el cese de las luchas étnicas como para permitir las negociaciones sobre el futuro del país. Si todos los elementos políticos no llegan a un consenso sobre este programa, el Gobierno no asumirá la responsabilidad de la catástrofe que se avecina.

Con esta propuesta no pretendemos proteger el statu quo ni imponer cualquier tipo de patrón respecto a las relaciones futuras entre las partes constituyentes de Yugoslavia. Como es lógico, este último problema es algo que deberá ser resuelto por representantes legítimos de los ciudadanos de nuestro país y de nuestras naciones, elegidos democráticamente.

Si hay posibilidades de que Yugoslavia sobreviva, deberán explotarse al máximo. Si no las hay, deberíamos separarnos sin derramamientos de sangre, de una forma civilizada, pacífica y democrática, y dejar a cada parte constituyente que cree su propio Estado.

El establecimiento de Esta dos independientes no excluye la posibilidad de organizar numerosas funciones comunes. En los últimos 70 años, se han creado muchas estructuras en Yugoslavia que no deberían verse aniquiladas de la noche a la mañána. Representaron lo mejor de nuestras relaciones interdependientes durante aquellos años y deberían utilizarse en aras de nuestros intereses comunes.

El derecho a la autodeterminación, si ha de aplicarse en Yugoslavia, implica un proceso democrático, no acciones unilaterales. La secesión, como acto unilateral, será una alteración de nuestras relaciones actuales, una negación de la democracia y de los derechos de otras naciones que viven en Yugoslavia. También planteará el delicado tema de las fronteras.

Si se aplica como una solución a la crisis yugoslava a se cesión nos lleva al uso de la fuerza, quizá incluso a la implicación de factores extranjeros, ampliando con ello la crisis en toda la región.

Los conflictos armados en Yugoslavia, sus víctimas y la miseria de la guerra son actualmente el centro de la atención general, mientras pasa desapercibida la amenaza de un colapso económico que afectará no sólo a las zonas en guerra sino también a todo el país. Las partes en conflicto se preocupan por problemas irracionales, no por los problemas racionales y reales del funcionamiento básico de la vida durante el periodo de moratoria.

Como es lógico, nuestro primer cometido es frenar la violencia y evitar más pérdidas inútiles de vidas, y, para ello, esperamos contar con la ayuda internacional. Pero lo que también esperamos del exterior es un entendimiento y un apoyo económico, porque a toda la comunidad internacional le interesa hacer desaparecer cualquier foco de crisis en Europa y ayudar a una Yugoslavia transformada democráticamente a unirse a los procesos actuales de integración.

Sin un acuerdo dentro del país y sin un apoyo internacional, Yugoslavia se encamina hacia una catástrofe política, económica y social. Estos momentos son cruciales y decisivos para Yugoslavia. Este país tendrá la suficiente sensatez, creo, para ayudarnos a encontrar soluciones para una coexistencia futura. Espero que nuestros amigos en el extranjero nos respalden en estos esfuerzos.

Ante Markovic es primer ministro de Yugoslavia. Copyright The New York Times

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