El campo como alternativa
Decenas de pueblos deshabitados de toda España recuperan la vida ante la presencia de comunidades de jóvenes
Agustín Montero es doctor en Ciencias de la Información, rama de periodismo, tiene 28 años, barba espesa y oscura, pelo ondulado y largo y es uno de los 27 nuevos pobladores de Aineto, una aldea del Prepirineo oscense, propiedad del Instituto para la Conservación de la Naturaleza (Icona), en la que hace apenas cinco años no quedaban sino los muertos del pequeño cementerio.Agustín nació en Chile, de padres españoles, vivió en Huesca capital hasta los 17 años, edad en que marchó a Madrid a estudiar periodismo. Al finalizar la carrera entró como profesor no numerario en la propia facultad. "Ya entonces vivía en una comuna urbana. Me fue desengañando cada vez más mi trabajo, mi modo de vida, y llegó un momento en que decidimos, cuatro de nosotros, buscar un pueblo al que marcharnos". Anduvieron por las Alpujarras, Extremadura, Salamanca, Cantabria..., hasta que encontraron un lugar de su agrado, Lasausa, en las cercanías de Sabiñánigo. En septiembre de 1979, Paco y Chusa fueron por delante. Alquilaron una casa que no tenía luz ni agua corriente y necesitaba muchos arreglos. Unos meses después se incorporaron Agustín y Ana.
Mientras tanto, un grupo de cinco jóvenes de Zaragoza, Enrique, María Jesús, Santiago, Fernando y Carmina, vieron en el Boletín Oficial de la Provincia que Icona quería hacer una experiencia de repoblación en aldeas de su propiedad que habían quedado deshabitadas. Presentaron un proyecto para repoblar Solanilla, también cerca de Sabiñánigo, y consiguieron de leona que les permitiera residir en la casa forestal de la cercana Aineto en tanto reconstruían las edificaciones de Solanilla, que estaban en completa ruina.
El 29 de julio de 1980, María Jesús tuvo, en la casa forestal, a Natán, el primer niño que nacía en Aineto en un cuarto de siglo. Unos meses más tarde, y por diferencias que hicieron muy difícil la convivencia, Fernando y Carmina volvieron a Zaragoza y Santiago abandonó temporalmente la experiencia para emplearse como vaquero de un ganadero que había arrendado los pastos de la zona.
En Lasausa también había problemas. El dueño de la casa decidió echar a los inquilinos. Tras algunos avisos y amenazas, llevó el caso a los tribunales, que no se pronunciaron por ninguna de las partes. Sin embargo, la situación era tan incómoda, que Paco, Chusa, Agustín y Ana, después de varios contactos con Enrique y María Jesús, decidieron abandonar su pueblo e integrarse en la comunidad de Aineto.
La visión 'bucólica' del campo
"El ingeniero de Icona de los primeros tiempos, que se llamaba Ramiro Puig, nos ayudó mucho, nos facilitó las cosas, contrató a Fernando, Enrique y Santiago como miembros de un retén de incendios", cuenta Agustín. "Pero llegó un momento en que le trasladaron de destino y sus sustitutos intentaron hacernos la vida imposible. Suspendieron las ayudas que nos daban para arreglar las edificaciones y se negaron a arreglar el motor del grupo electrógeno de la casa forestal, que nos procuraba a nosotros luz eléctrica y agua, puesto que la sacábamos de un pozo con una bomba de inmersión que el motor alimentaba. Nos contratábamos con Icona para la repoblación de pinos, y mientras al resto de los trabajadores se les transportaba hasta el tajo en, un Land-Rover, a nosotros nos hacían ir andando, una hora de ida y otra de vuelta, pese a que el vehículo pasaba por delante, de nuestra casa".
La situación cambió momentáneamente en octubre de 1982. Dos días después del triunfo del PSOE en las elecciones, Icona les llevó un grupo electrógeno completamente nuevo, con lo que dispusieron de luz y agua tras13 meses de carecer de ellas en la casa.
Cultivaron escarolas, garbanzos, judías, coles, remolacha, maíz. Recogieron manzanas y membrillos. Se les helaron, las almendras. "La visión bucólica del campo ya había desaparecido"'.
En 1983 nevó mucho. Icona se negó en redondo a ceder más tierra para cultivos. En julio, una ola de calor, primero, y una granizada, después, diezmaron la cosecha. Pero cuando estaban a punto de arrojar la toalla, cuando pensaban trasladarse a tierras menos inhóspitas, recibieron la visita de un nuevo grupo que buscaba un lugar donde instalarse. Hoy son 20 adultos y siete niños.
Han encontrado en la fabricación de pan, pasteles y bollos integrales una actividad económica de excelentes resultados. La casa de Aineto ha sido totalmente arreglada. Han montado un taller de costura y otro de cuero. Son autosuficientes en el 75% de sus necesidades alimenticias.
Al noroeste de la provincia de Guadalajara, en La Vereda, se ha dado un proceso de recuperación del pueblo muy diferente. El lugar estaba vacío y casi en ruinas cuando, de modo casi casual, fueron a parar a él un grupo de arquitectos amigos del excursionismo que se enamoraron casi de inmediato de aquellas soledades, del aire serrano, de la arquitectura de piedra de pizarra que las pocas casas aún en pie conservaban.
La Vereda era propiedad de Icona, que lo había expropiado al construirse el embalse de El Vado Ingenieros, economistas, médicos y, por supuesto, los arquitectos descubridores del lugar constituyeron una asociación cultural y lograron de Icona una concesión de uso del pueblo por 10 años. En fines de semana y períodos de vacaciones han reconstruido 22 de las 27 casas del pueblo y las usan ahora como segunda residencia. Han restaurado también la iglesia y arreglado el ayuntamiento, que se utiliza como lugar de reuniones y fiestas. En todo el trabajo han respetado escrupulosamente los modos de construcción que eran tradicionales en la zona. Cada miembro de la asociación trabaja en la casa que tiene asignada, pero ha de cumplir también unos turnos de trabajo comunal.
La preocupación del grupo está puesta en una fecha, 1987, año en que termina la concesión. ¿Qué hará entonces Icona? ¿Respetará el derecho de uso adquirido por los reconstructores de La Vereda? En el mismo año cumple también la concesión de Matallana, un pueblo cercano recuperado por dos jóvenes artesanos que trabajan el barro y la madera.
Detener el expolio de los pueblos
A La Artejuela (Castellón), que estaba deshabitado desde hace 10 años, han llegado por distintos caminos, desde 1981, unas 40 personas, siete de ellas niños de hasta ocho años de edad. En noviembre nacerá uno más, hijo de Miguel Cañas y Lucía Formiconi. "Llevábamos cuatro años juntos y no nos habíamos planteado nunca tener un nano. Ahora, con esta gente, en este pueblo, ya sí".
Los nuevos pobladores han reconstruido 22 de las 43 casas del pueblo, han recuperado el sistema de riegos y detenido el expolio a
El campo como alternativa
Viene de la página anteriorque el lugar fue sometido tan pronto lo abandonaron sus antiguos habitantes. "Venían incluso con camiones, se llevaban piedras, muebles, puertas, herramientas. Intentaron llevarse todas las tejas de las casas. Nosotros hemos recuperado el pueblo. Los antiguos habitantes están encantados, han vuelto a pagar la contribución después de varios años sin hacerlo. Pero el problema es que un día querrán echarnos, convertir esto en su segunda residencia. Nos preocupa que la gente que estamos recuperando un pueblo muerto quedemos a merced de quienes lo abandonaron".
Los niños de La Artejuela en edad escolar acuden diariamente a Montañejos, a siete kilómetros de distancia, pero sus padres desean tener un colegio propio. "Pero no una escuela convencional, sino una acorde con el modelo de colectividad económica por el que estamos ahora funcionando".
Reacciona la Administración
Sin embargo, la Administración, en sus múltiples formas, está sólo empezando a reaccionar ante la problemática que el fenómeno de la repoblación de núcleos deshabitados provoca. Entre los propios repobladores hay también quien pide a los poderes públicos que les dejen en paz y quienes les piden subvenciones y créditos para seguir en esta labor.
En un reciente encuentro sobre pueblos deshabitados, representantes de diversos grupos de nuevos pobladores de núcleos deshabitados firmaban una carta a la Administración para pedir que Icona elabore un catálogo exhaustivo de pueblos deshabitados y asuma la responsabilidad de responder con rapidez a la demanda de tierras; que la recuperación de un núcleo abandonado conceda a sus repobladores el derecho de uso; que en el caso de ocupación de propiedades privadas abandonadas se exija a los propietarios una actitud abierta y que se dote a los artífices de estas experiencias de los servicios mínimos de traída de aguas, accesos, asesoramiento técnico, materiales de construcción y Seguridad Social gratuita al menos durante el primer año, así como que se les reconozca el derecho a nombrar a uno de ellos como alcalde pedáneo para participar en los plenos del ayuntamiento al que el núcleo pertenezca.
La petición a Icona tiene su origen en el hecho de que el Instituto es propietario del 40% de los pueblos deshabitados en España, según cálculos y aproximaciones de estudiosos del fenómeno de despoblación rural. Confederaciones hidrográficas y diputaciones provinciales son otros organismos públicos propietarios de núcleos des habitados. Los nuevos pobladores no están, por lo general, satisfechos con la acogida que estos organismos tributan a su intentos de recuperar pueblos.
Las transferencias de competencias de Icona a las comunidades autónomas abre también otro elemento de esperanza a los nuevos pobladores, dada la mayor sensibilidad demostrada por algunas administraciones regionales hacia estas iniciativas, aunque hasta el momento parece que no se ha encontrado la fórmula.
Una comunidad tántrica
En la vecina Navarra, la Diputación Foral ha facilitado la instalación de 12 comunas en pueblos deshabitados de su propiedad. En Lizaso está la comunidad del Arco Iris, de filosofía tántrica y que en la actualidad cuenta con más de 100 miembros, que dan cursos de relajación, sexualidad, vida natural, etcétera. En Arguiñáriz, la Comunidad del Arca, que va en la línea de lucha no violenta por la paz y que tiene en Elche de la Sierra (Albacete) otro de sus núcleos. Como pacifista es también la que desde hace cuatro años se encuentra en Lekabe y que recientemente se ha dividido en una de mujeres y otra de hombres.
En Cantabria, aparte de algunas iniciativas de pequeños grupos en la zona de Potes, se encuentra la Comunidad Antroposófica de Casamaría de la Herrería, que sigue las enseñanzas del teórico alemán Rudolf Steiner.
En Genicera, al norte de León, está Taller 7, un movimiento que comenzó en Moiá (Barcelona) ' hace ya 11 años, como una alternativa de vida natural. "Al principio éramos unos 25 individuos. Nos instalamos en una casa alquilada y fundamos una cooperativa, en la que se integraron 18 familias del pueblo", cuenta Diego Segura. "Sin embargo, el obispado de Vich y los políticos de Pujol comenzaron a perseguirnos, abrieron expediente a una maestra del grupo y consiguieron trasladarla fuera de Moiá. Después, pese a que llevábamos ocho años en la casa, pagando el alquiler puntualmente, lograron desahuciarnos. Marchamos a León y siguieron persiguiéndonos. Iban inspectores de Hacienda porque vivíamos de dar cursos de terapias naturales, de vida autosuficiente, de ecologismo. Iban inspectores de Turismo porque albergábamos gente en nuestra casa. Iba, cada dos por tres, la Guardia Civil. Tan pronto como el PSOE ganó las elecciones en el 82, cesó aquel acoso. Luego supimos que la larga mano del obispado de Vich llegaba hasta nosotros por medio del obispado de León y de las autoridades provinciales".
Espejo de Tera y Sarnago, ambos en Soria, son dos ejemplos de pueblos un día abandonados y hoy recuperados parcial o totalmente por sus propios hijos. Espejo perdió sus últimos vecinos en el otoño de 1971. En 1973 volvieron dos jóvenes. Después, a goteo, ha ido retornando más gente. Se han reconstruido las casas caídas, se han recuperado las fiestas, los huertos, la cabaña ganadera.
El último habitante de Sarnago, a finales de los sesenta, acabó sus días en un hospital de la capital, al que le trasladaron ya muy enfermo. Como nadie lo reclamara, el cadáver acabó en un centró universitario como material de prácticas del alumnado. Ahora, tantos años después, el pueblo ha recuperado la vida, siquiera en los veranos y fines de semana.
Abioncillo, aldea también soriana, tuvo en un tiempo 70 habitantes que vivían del ganado, de las colmenas, de la madera, de la pesca fluvial. A principios de 1983 quedaban sólo tres personas, pero llegó de pronto al pueblo un nuevo grupo de vecinos: seis parados, dos niños, dos profesores de instituto y una maestra en ejercicio. Compraron casas semiderruidas y un tractor. Recuperaron las tierras, la matanza, la fragua. Ahora los antiguos vecinos, que habían dejado el pueblo a su suerte, han empezado a volver.
Algunos de los colectivos que se han instalado en pueblos han acabado derrotados por su propios problemas internos o por la dureza de la vida rural en las zonas más deprimidas de España. Pero otros los sustituyen. Es un flujo continuo.
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