"No deis por mí ni una perra gorda"
Delfín de Franco para unos, eminencia gris del Régimen para otros, el almirante Luis Carrero Blanco estuvo largamente considerado como continuador del franquismo. Sin embargo, como se revela en el libro Golpe mortal (Asesinato de Carrero y agonía del franquismo), cuya prepublicación de los primeros capítulos se viene publicando desde el domingo, el asesinado presidente del Gobierno había prometido al príncipe Juan Carlos que dimitiría en el mismo momento en que fuese nombrado Rey. Carrero trabajó estrechamente con Franco desde que en 1941 fuese nombrado subsecretario de la Presidencia, aunque el primero guardó siempre las distancias con el segundo desde que se conocieron en 1925 a bordo de un barco de la Armada. Incluso siendo vicepresidente del Gobierno continuó asistiendo a su clase en la Escuela de Guerra Naval, de la que era profesor y, con anterioridad, aprovechó fines de semana y vacaciones para embarcarse y sumar las horas necesarias de navegación para seguir ascendiendo en la carrera. Según sus colaboradores, acostumbraba a decir: 'A ver si crees que yo estoy en la política por gusto'. En una ocasión, almorzando con los marqueses de Santa Cruz, se tocó el tema de conversación de los secuestros y Carrero dijo a los reunidos: 'Si me secuestran, no deis por mí una perra gorda'.El libro Golpe mortal (Asesinato de Carrero y agonía del franquismo), cuyos autores son los periodistas del Equipode Investigación de EL PAÍS Ismael Fuente, Javier García y Joaquín Prieto, es la reconstrucción minuciosa de los acontecimientos en torno al asesinato de Carrero y la crisis política derivada del mismo.No se trata de una reinvención novelada, sino de un trabajo de investigación del más puro estilo periodístico. Todos los hechos, situaciones y personajes son reales y se ha comprobado todos y cada uno de los datos. Durante más de tres meses, los autores han trabajado en exclusiva en el tema y han recogido y elaborado los testimonio directos de unos 100 protagonistas de los hechos, lo cual ha servido como base del libro editado PRISA, la empresa del diario EL PAÍS.
Luis Carrero Blanco ha pasado a la historia como una de las figuras más controvertidas de la vida pública española, a causa de la polarización de actitudes que provocó su trágica muerte. Delfin de Franco, para unos, eminencia gris del Régimen para otros, hay una circunstancia en la que todos coinciden: fue el más cercano de cuantos colaboradores tuvo el anterior jefe del Estado. Hasta el punto de que, interrumpiendo en 1941 su carrera militar, Carrero inició un dilatado período de servicios a Franco, que le llevó a permanecer 32 años ininterrumpidos en puestos políticos."Soy un hombre totalmente identificado con la obra política del Caudillo, plasmada doctrinalmente en los Principios del Movimiento y en las Leyes Fundamentales del Reino; mi lealtad a su persona y a su obra es total, clara y limpia, sin sombra de ningún íntimo condicionamiento ni mácula de reserva mental alguna". Así se expresó el propio Carrero en su primer discurso a las Cortes como presidente del Gobierno, a las que se dirigió 41 días después de su nombramiento para este cargo. Dado que tina de las decisiones de Franco había sido nombrar a don Juan Carlos como sucesor, Carrero se ocupé de aclarar el origen de su actitud hacia el futuro Rey: "Como consecuencia lógica de esta identificación mía con la obra política del Caudillo, declaro igualmente mi lealtad, con la misma claridad y la misma limpieza, al Príncipe de España, su sucesor".
Carrero se situaba por encima de cualquier tendencia política. Hasta el último año de su vida, que fue año de cábalas y conciliábulos en voz baja sobre la posibilidad de las asociaciones políticas, se había preocupado de recordar que el 18 de julio de 1936 continuaba siendo el punto de referencia: "Quizá quienes nos invitan a olvidar el pasado lo hacen precisamente con la esperanza de que el futuro no tenga nada que ver con nuestro presente". Y tras declararse hombre del Movimiento, dijo a ' las Cortes: "Si entre los hombres del Movimiento, si entre la enorme masa de españoles que aceptan sus principios, que son permanentes e inalterables, y las leyes que integran nuestro sistema institucional, sin reservas mentales de ninguna especie, se admite la posible existencia de matices, sectores, grupos o lo que se ha dado en llamar familias políticas, quede bien claro igualmente que estoy con todos en general y con ninguno en "En cuanto a intereses de otro orden", prosiguió, "quede también muy claro que ni tengo ni he tenido el más mínimo interés en entidad o empresa de ningún tipo, ni agrícola ni industrial, ni de servicios. Todo mi interés está centrado en la gran empresa de todos que se llama España". En cierta ocasión, refiriéndose a quienes estaban contra sistema franquista, escribió: "Debemos perdonar porque perdonar es de cristianos, pero no olvidar, porque olvidar es de tontos".
A pesar de la intensa relación que mantuvieron, Franco siempre guardó distancias con Carrero. Éste se dirigió habitualmente a él como mi general y se refería al jefe del Estado, indistintamente, como el Caudillo o el Generalísimo. Franco le llamaba siempre por el primer apellido. Esta fue la norma de conducta desde que se conocieron, en 1925, pocos días antes de un desembarco en Alcazarseguer (Marruecos), cuando el alférez de navío Luis Carrero Blanco, de 22 años, segundo comandante del guardacostas Arcila, se acercó al jefe de la expedición, coronel Francisco Franco, de 33 años, para ofrecerle el rancho.çLuis Carrero Blanco había nacido en Santoña (Santander) el 3 de marzo de 1903, en una casona sobre el mar Cantábrico. Era hijo de Camilo Carrero, un coronel diplomado de Estado Mayor, y al igual que su hermano Camilo, ingresó a los 15 años en la Escuela Naval, después de ganar una oposiciones
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en octubre de 1917,con. 104,3 puntos. La carrera militar constituía para él- una verdadera preoupación: aún de ministro subsecretario aprovechaba los fines de semanas y las vacaciones para sumar las horas de embarque suficientes, a fin de seguir ascendiendo en el escalafón del Cuerpo General de la Armada. Los mejores momentos de su vida, según él mismo había dicho, fueron los tiempos en que estuvo embarcado en los buques Reina Regente, Pelayo, Carlos V y Affonso XIII, antes de pasar dos años seguidos en el submarino B2.El Juego de la guerra'
Desde que en 1922 alcanzó el grado de alférez de navío, hasta que en 1941 fue nombrado subsecretario de la Presidencia del Gobierno, su carrera militar activa se prolongó 19 años y quedó Interrumpida cuando era capitán de fragata. Casi hasta el final fue profesor de Estrategia Naval en la Escuela de Guerra Naval -lo que en la jerga militar se llama el juego de la guerra-, lo cual le permitía seguir en la carrera y ascender. Por eso continué como profesor de dicho centro y en fines de semanas y períodos de vacaciones se hacía a la mar, con el objetivo de ir sumando los días de embarque necesarios para cubrir su expediente personal. Ello le permitió progresar en la escalilla, hasta alcanzar, el grado de almirante en 1966.
En julio de 1936, al estallar la guerra, se refugió sucesivamente en las Embajadas mexicana y francesa, hasta que un año después logró pasar a Francia. Desde allí volvió a cruzar la frontera, conecté con la llamada zona nacional y se incorporó al Ejército del Norte. Más tarde fue nombrado comandante del destructor Huésear y del sumbarino General Sanjurjo. En 1938 mandó la división de cruceros de la Flota Nacional, y al término de la contienda fue designado jefe de operaciones del Estado Mayor de la Armada. En calidad de tal se opuso a la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial al lado de los alemanes, pormedio de un informe que le permitió estrechar sus relaciones con Franco.
En 1940 fue nombrado consejero nacional del Movimiento, primer paso para su larga carrera política, que se inició realmente en 1941, cuando fue designado subse cretario de la Presidencia del Gobierno y presidente del Consejo de Administración del Patrimonio Nacional, cargo, este último, que mantuvo siempre. La ascensión formal fue lenta: ministro subse cretario de la Presidencia en 1951, vicepresidente del Gobierno en 1957 -en sustitución de Agustín Muñoz Grandes- y presidente del Gobierno en 1973. Desde el principio tuvo línea telefónica di recta con Franco. Con el paso de los años, y especialmente en épocas de grandes operaciones en la orientación de la economía -de la autarquía a la estabilización, y de ésta a los planes de desarrollo-, la figura de Carrero empezó a hacerse imprescindible, no sólo para marcar la política del Gobierno y del Estado, sino en la introducción de los hombres que habían de ejecutarla. Todo lo hizo encerrado en su despacho y en las conversaciones de El Pardo: nunca gustó de los viajes ni de conocer el mundo exterior, característica muy acusada también en su jefe, Francisco Franco.
Seis meses antes de su muerte, Franco nombró a Carrero presidente del Gobierno. De este modo, el jefe del Estado tomaba una decisión de verdadera importancia para una dictadura, como es desprender a su máxima figura de parte de sus poderes y confiárselos a otra persona, aunque, como en este caso, se tratara de su más estrecho colaborador. La medida se tomó en un contexto político importante: la extrema derecha había utilizado el asesinato de un policía por el FRAP, el 1 de mayo, para orquestar una dura campaña contra el ministro de la Gobernación -Tomás Garicano Goñi- y contra los sectores más progresistas de la Iglesia, cuya figura principal era el cardenal Tarancón, mientras los hombres del Opus Dei mantenían las espadas en alto contra los azules. Y además, Franco estaba ya muy viejo, y Carrero era quien mejor podía advertirlo en sus frecuentes despachos.
La mayoría de los políticos y de los observadores de la época le consideraron el hombre llamado a perpetuar el franquismo después de la muerte de su fundador, o al menos, la garantía de la continuidad y el freno frente a un futuro que los franquistas adivinaban inquietante, una vez muerto el jefe del Estado. Pero no todos coincidían en el juicio sobre la capacidad de Carrero para mantener inalterable el régimen político de Franco. Manuel Fraga, quien vio en la maniobra de nombramiento como jefe de Gobierno el alejamiento de las posibilidades de apertura política, considera que Carrero no hubiera podido jugar al continuismo ni mantenerse de forma perenne en el poder, una vez muerto Franco. Una opinión similar sustenta Santiago Carrillo, para quien Carrero era una pieza más del sistema, sin que pudieran atribuírsele facultades decisivas para orientar a España en uno u otro sentido después de la muerte de Franco.
Ni que decir tiene que ETA pensaba otra cosa. Para la organización terrorista vasca, que le consideraba un hombre duro, violento en sus planteamientos represivos, Luis Carrero "constituía la pieza clave garantizadora de la continuidad y estabilidad del sistema franquista. Es seguro que, sin él, las tensiones en el seno del poder entre las diferentes tendencias adictas al régimen fascista del general Franco -Opus Dei, Falange, etcétera-, se agudizarán peligro samente".
De su forma de ser personal merecería destacarse una anécdota, algo ocurrido poco tiempo después de ser nombrado presidente del Gobierno. Su hijo Guillermo fue a visitarle a El Escorial en julio de 1973, donde el matrimonio Carrero pasaba unos días de vacaciones. Cuando aquél entró en la casa, su padre estaba escribiendo su discurso a las Cortes con motivo del nombramiento de su Gobierno. Tras el saludo Guillerino felicitó a su padre y éste, con una sonrisa, le contestó:
-Me quedan cuatro años, diez meses y veintisiete días.
Justamente de este tema había hablado alguna vez el príncipe Juan Carlos con un destacado general de la época, quien le comentó que en caso de que aquél fuera proclamado rey antes de ese tiempo tendría, necesariamente, que mantener a Carrero como presidente, porque la ley no preveía nada al respecto.
Juan Carlos interrumpió al militar:
-Nada de eso. Carrero me ha dicho que me presentará la dimisión en el mismo momento en que se cumplan las previsiones sucesorias.
Según relató Guillermo Carrero al diario Abc, en 1975, su padre habló una vez sobre la posibilidad de que fuera secuestrado. Fue en 1973, en una comida privada con los entonces: embajadores de España en Londres, los marqueses de Santa Cruz, amigos de la familia Carrero. El hijo del almirante no recuerda cómo surgió el tema en la conversación, pero el caso es que, hablando de secuestros, Carrero dijo:
-Si me secuestran, no deis por mí ni una perra gorda.Los duros sagrados del Estado
De su forinia de ser austera puede destacar el hecho de que en una ocasión uno de sus ministros le indicó -al verle utilizar un bolígrafo arreglado con cinta adhesiva- la conveniencia, de que renovase al gunos objetos de su escritorio, Carrero le respondió:
-Cada duro del Estado es sa grado.
Solo al final de su vida logró reunir algunos ahorros, en bonos del Estado, que cedió en vida a sus cinco hijos. Cuando fue amortajado se le encontró en sus bolsillo una cartera antigua con monedas (unas 50 pesetas en total), un rosario y un bolígrafo que resultó dañado por la explosión.
Al general Manuel Díez Alegría y al teniente coronel San Martín les unía un síncero afecto por Carrero. El prirnero, ex jefe del Alto Estado Mayor, lo retrata como un hombre de una honestidad y de una lealtad fuera de toda duda"Del presidente asesinado recuerdo algo muy significativo. Yo solía despachar con él una vez por semana. Dos o tres días antes de su muerte fui a su despacho. Era ya de noche. Le dije que estaba verdadaderamente mal protegido, sobre todo allí en Presidencia, donde se entraba y se salía prácticamente como a cualquiera le venía en gana. Él tenía la mesa junto a una ventana que daba a la Castellana. Encima de la mesa había una lámpara encendida. Entonces me dijo: 'Sí, soy consciente de que me falta protección. Fíjate, desde allí enfrente, desde el hotel Fénix, si apuntan a esta lámpara se me han cargado".
"Carrero, aparte lo que pudiera pensarse de sus ideas, sus filias y sus fobias", prosigue Díez Alegría, .era un hombre de una honestidad fuera de serie y obraba también con gran lealtad, pero yo diría que tenía una lealtad de alférez. Es decir, al alférez se le dice: 'Abra esa ventana y tírese'. Y se tira. Pero el que está en un puesto más elevado tiene la obligación de decir: 'Lo que usted me dice tiene estos y estos otros inconvenientes'. Con el almirante se podía llegar a conclusiones racionales. Aunque aquel sistema desarrollaba como hongos personas que halagaban al superior, cuando se discutía algo serio con razones, él atendía a esas razones. Sin embargo, a veces al día siguiente decía: 'De aquello que hemos hablado ayer, nada'. Era porque en El Pardo no había gustado el tema. Entonces él aceptaba sin más la decisión del jefe del Estado".
En una ocasión, cuando el general Díez Alegría le dijo que era un militar que no le gustaba meterse en política, Carrero le contestó:
-A ver si te crees que yo estoy aquí por gusto.
"Aunque estuviésemos en polos opuestos", señala Ruiz Giménez, "yo me consideraba amigo de Carrero. Y sé que él me apreciaba pese a todo desde la época en que colaboró decisivamente para que fuese ministro en 1951. Recuerdo que en el monasterio de Lupiana, en Guadalajara, propiedad de los De la Cuesta estábamos invitados mi mujer y yo y los Carrero y otros matrimonios un día de febrero de 1951, cuando Luis me llamó aparte y me d¡jo:'Va a haber crisis de gobierno. Franco está descontento sobre todo con Ibáñez Martín
[el ministro de Educación] porque no termina de funcionar la Universidad y está buscando un catedrátíco joven. ¿Tú te atreverías?'. Yo le dije que ni hablar, que estaba llevando la negociación con la Santa Sede y que creía que debía de concluirla y muchas disculpas más. Le propuse el nombre de Castiella y pareció que ahí quedó la cosa, porque volví a Roma y seguí trabajando tranquilo. Pero cuatro meses después recibí un telegrama de Alberto Martín Artajo, el ministro de Exteriores, en el que me decía escuetamente que volviera a Madrid, que me habían nombrado ministro de Educación. Con Carrero me entendí perfectamente, pero a medida que yo iba colocando gente joven en la Universidad, como a Duperier, comenzó el distanciamiento.
San Martín le define también como un hombre profundamentereligioso, amante del hogar, de la familias, sencillo, afable y honrado a carta cabal,- con una gran vocación por su profesión de marino. "En el orden ideológico estaba tan alejado del marxismo como del capitalismo. Tenía fuertes inquietudes sociales, si bien por puro pragmatismo huía de cualquier posición demagógica. Pensaba que había que crear riqueza distribuyéndola mejor". (Carrero tenía siempre por costumbre preguntar a los ministros, cuando iban a plantearle algún proyecto: ,¿Y quién defiende el bien comúnT. También Franco solía decir: 'Muy bien, fulanito, eso es bueno?)".
"En el terreno político", prosigue San Martín, "no le gustaba la pequeña política. Esa política era para él un asco. Su lealtad a Franco era, como dijo a las Cortes el 20 de julio de 1973, total, clara, limpia, sin sombra de ningún íntimo coridicionamiento. Y esa lealtad se extendía al entonces Príncipe de España. A mí me diría más de una vez:'San Martín, al Príncipe cuéntele usted todo'. No prodigaba elogios. Distinguía a López Rodó por su enorme eficacia; a Gamazo, por su lealtad y discreción; tenía afecto a Rodríguez de Valcárcel, Ruiz Jarabo y Fernando Herrero Tejedor; mostraba simpatía por Licinio de la Fuente; respetaba a José Antonio Girón; desconfiaba de José María de Areilza; era muy cordial con sus colaboradores más próximos, Luis Acevedo y Enrique Pichot, y también sentía simpatía por Adolfo Suárez. En una ocasión me dijo: 'Arrope usted al director general de RTVE".
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