_
_
_
_
_

Por cada 'etarra' detenido, otros dos o tres cruzan clandestinamente la frontera y se refugian en Francia

ETA tiene en suelo francés una completa organización que le permite preparar las acciones en España

Por cada activista de ETA detenido, dos o tres personas cruzan clandestinamente la frontera y se refugian en Francia. El dato, aportado años atrás por un político vasco aficionado a, la estadística, se corresponde con las últimas cifras disponibles: un total de 333 miembros de ETA permanecen recluidos en cárceles españolas y más de ocho centenares de refugiados españoles, vascos en su mayoría, residen actualmente en suelo francés, según estimaciones de la Subprefectura de Bayona. No es arriesgado afirmar que al menos 400 de estas personas viven en Bayona, San Juan de Luz, Hendaya, Biarritz o cualquiera de las pequeñas localidades del País Vasco francés. Sólo 10 disponen de la carta de refugiado político, ya que las autoridades francesas optaron en 1979 por negar el documento a los vascos que no puedan demostrar que su vida corre peligro en el caso de que regresen a sus lugares de origen.

La cifra exacta de refugiados vascos en Francia es difícil de determinar, en parte por los cambios constantes de domicilio y por el hecho mismo de que no todos aquellos que llegan a suelo francés huyendo de la policía española registran sus nombres en la OFRA (Oficina Francesa para Refugiados y Apátridas). Se ignora asimismo qué porcentaje de estas personas participa hoy día en actividades de las distintas ramas de ETA y cuántas cruzan esporádicamente la frontera para perpetrar atentados en territorio español.Algunos de los actuales refugiados no han formado nunca parte de organizaciones terroristas y sus delitos consistirían en haber dado cobijo a un familiar o en haber prestado un coche que luego sería utilizado en actividades delictivas. En estos casos, la decisión de refugiarse en Francia estuvo motivada tanto por el temor a comparecer ante la policía como por el deseo de sustraerse a la condena.

Por otra parte, la evidencia ha demostrado repetidamente que las distintas ramas de ETA mantienen en suelo francés una verdadera organización que les permite dirigir y programar sus acciones en territorio español, recaudar el impuesto revolucionario, centralizar la información, coordinar el aparato que mantienen en el interior y gestionar la compra de armas. Los elementos más buscados por la policía española se encuentran allí, al igual que la dirección y los responsables de las armas y el dinero. En ocasiones, la policía francesa ha descubierto pequeños arsenales y documentos comprometedores, pero eso no significa que las distintas ramas de ETA descuiden la cobertura.

Por el contrario, ETA Militar especialmente parece haberse comportado muy consciente de que no puede arriesgar su retaguardia. Ha presionado ante las autoridades francesas buscando estabilizar su situación, y cuando se vio amenazada hizo estallar bombas en establecimientos de empresas francesas ubicadas en el País Vasco y hundió un barco francés en el puerto de Pasajes. Más recientemente, tras el asesinato por Iparretarrak (los etarras del norte) de un gendarme francés en Dax, fuentes cercanas a los milis insinuaron públicamente a determinado medio de comunicación francés que esa organización estaba dispuesta incluso a frenar a los independentistas vascos del sur de Francia para que sus acciones no les comprometieran.

El desarraigo

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

La vida del refugiado vasco parece marcada por el desarraigo. Después de residir allí durante años, muchos no dominan el idioma francés, forman una colonia recluida deliberadamente en sí misma, sometida a un régimen semiclandestino de vida, dividida en grupos cerrados herméticamente a los miembros de las otras ramas de ETA. Los que están desvinculados de toda actividad clandestina se sienten igualmente atrapados por la imposibilidad de volver, las dificultades económicas, la ausencia de comunicación con el entorno social y, en muchos casos, por la falta de perspectiva y de convicción de una salida para la situación política del País Vasco. La sociedad francesa los ignora, los acepta o los rechaza como se ignora, acepta o rechaza al paisaje o la geografía humana que se contempla todos los días.

Romería de familiares

Los pocos refugiados que han roto la incomunicación con la sociedad francesa forman parte de la primera generación de miembros de ETA cuya llegada a Euskadi norte despertó los recuerdos de la población francesa que acogió a los miles de refugiados vascos de la guerra civil española. Antiguos refugiados se han casado con mujeres vascofrancesas, poseen un trabajo estable y no parecen estar interesados en volver a España. El resto ha logrado implantar en sus círculos la costumbre de ir de vinos por los bares, aprecian el paté y la mantequilla y, el canard, pero echan de menos las alubias de caserío, las chuletas, la tortilla de bacalao y el copeo nocturno.

Los sábados y festivos una romería dispersa de familiares y amigos cruza la frontera con alimentos, ropas y dinero para pasar la tarde con el hermano, el primo o el amigo refugiado. En algunos de estos encuentros la situación política es el tema central, pero en otros se aparta de la conversación para no provocar los lloros de la madre, el gesto airado del padre o la ruptura de una cuadrilla de amigos, cuyas simpatías políticas se reparten a veces en partidos tan dispares como el PNV, Euskadiko Ezkerra o Herri Batasuna.

Los que volvieron a Euskadi con la amnistía del 1977 guardan de su estancia en el sur de Francia una negra experiencia personal y en su mayoría no estarían dispuestos a volver a vivirla. Hablan de la soledad y, paradójicamente, de absoluta falta de intimidad, del hacinamiento, del tedio, del continuo vigilar por si vigilan, del aburrimiento mortal, de las tardes-noches de televisión, preferentemente española, y del sectarismo que lleva a negar el saludo a un vecino del pueblo que pertenece a otra rama de ETA. Y, sobre todo, de las dificultades económicas, de la sensación de provisionalidad y de tensión, siempre pendientes de los acontecimientos que tienen lugar al otro lado. Las provincias vasco-francesas poseen un amplio índice de desempleo y de emigración hacia otras zonas de Francia.

Los trabajos a los que tienen ocasionalmente acceso los refugiados son trabajos eventuales que no requieren mano de obra cualificada, tales como peonaje de construcción, marineros, etcétera. Para ejercer esas tareas los refugiados necesitan tener en regla sus permisos de residencia, que consiguen al solicitar asilo político en la oficina de la OFRA, y contar con un contrato de trabajo. Las autoridades francesas conceden en muchos casos permiso de residencia para unos meses únicamente, lo que obliga a renovarlo y someterse a pesados trámites burocráticos.

Los activistas de ETA más buscados por la justicia española viven en una situación de práctica clandestinidad y no se inscriben en la OFRA para evitar ser controlados por la policía francesa, que cada vez mantiene mayores niveles de colaboración con sus colegas españoles.

Con el permiso de residencia, los refugiados tienen derecho a los servicios casi gratuitos de la Seguridad Social y al seguro de desempleo por un período máximo de un año y con una aportación mensual de unos 2.000 francos. Además, consiguen ayudas familiares de 600 francos al mes por cada hijo y un descuento de hasta las dos terceras partes de los 1.500 o 2.000 francos que cuesta el alquiler de una vivienda normal. El seguro de desempleo obliga a los beneficiarios a asistir a clases de francés y a cursos de formación profesional.

Anai Artea, organización controlada prácticamente por el sector de refugiados que simpatiza con ETA Militar, se dedica a gestionar preferentemente los trámites administrativos. De los 400 refugiados que viven en el País Vasco francés, más de las dos terceras partes huyeron por caídas de miembros de ETA Militar, una organización que precisa de grandes sumas de dinero para atender las necesidades de sus miembros. La desaparición de los refugiados Lasa y Zabala y la agresión a José María Larrechea, presunto dirigente de ETApm-VIII Asamblea, parecen marcar una nueva etapa para los refugiados de ETA, que extreman ahora sus precauciones y adoptan medidas de protección al igual que años atrás, tras los atentados que acabaron con José Martín Sagardía, Enrique Gómez Corta, Lopategui, Agurtxane Arregui, Justo Elizarán Sarasola o el propio Argala.

Recientemente, refugiados vinculados con ETA mantuvieron un tiroteo con un grupo de individuos en la carretera que une Bayona con San Juan de Luz, cerca de Biarritz. Los refugiados poseen una lista con las matrículas de media docena de coches que, según ellos, son ocupados por policías españoles. El País Vasco francés vuelve a ser una zona peligrosa.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_