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Ceros a la derecha

Es opinión ya antigua y siempre válida la de que "el hambre es mala consejera", como ya dijo Virgilio. Y Lucio Anneo Séneca añadió: "El vientre no oye preceptos; pide, grita". Todos los grandes santos de la Iglesia han insistido en este aspecto de la exigencia vital del hombre para atender sus necesidades más imperiosas de subsistencia y en el deber de los demás de socorrerlas.Hasta el mismo Concilio Vaticano II ha recogido la doctrina tradicional de que debemos alimentar al que muere de hambre, "porque si no lo alimentas, lo matas", y repite y asume el antiguo principio de moral cristiana de que "quien se halle en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí" ("Qui autem in extrema necessitate degit, ius habet ut ex aliorum divitiis necessaria sibi procuret". Gaudium et spes, número 69).

Hay que reconocer, no obstante, que con la evolución de la cultura y de la civilización -por aceptar, ahora que está de moda, una orteguiana división, o que al menos él vulgarizó-, eso de las necesidades es un concepto elástico; a veces, demasiado. Se constata, por ejemplo, que con la crisis económica actual, las clases medias españolas están su friendo gran merma de su poder adquisitivo. Eso, probablemente, se traduce en muchos casos la clase media baja, por ejemplo en menos fiestas, menos cambios de trajes, de coches y de muebles; en menos viajes y menos, altemar, cosa legítima, sin duda. En otros -la clase media alta-, los recortes alcanzan a las villas de recreo, los buenos cuadros, las joyas, los modistas de lujo y quizá los tenedores de restaurantes visitados, que tengan que bajar de cinco ahora.

Por eso, ya el gran sabio citado añade: "Pero no es acreedor molesto -el vientre-; con poco se le paga, con tal que le des lo que le debes, no le, que puedes" (Séneca, epístola XXI). O sea que, como dice el refrán castellano, a buen hambre no hay pan duro. Y no vendría mal que todos, pero sobre todo los que más tienen de todo, aprendiéramos a perder algo de lo que sobra y vivir con sobriedad, para que no nos ocurra que tanto tiremos de la manta, cada uno por su lado, que al fin se rompa, y nos quede-

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mos a la intemperie (si no es que hasta tengamos que dormir al raso porque no tengamos ni intemperie, como dice el chiste).

Todas estas morales y moralejas me vienen a la mente con frecuencia en estos tiempos, cuando se suceden oleadas de reivindicaciones salariales por medio de presiones laborales, y muy especialmente cada vez que oigo hablar de huelgas y conflictos por parte de altos cargos, de técnicos y de white collars. Líbreme Dios y la Constitución de tratar de impedir a nadie el derecho legítimo de huelga, aunque puede que algunos que lo ejercen ahora con fruición no fueran partidarios de su regulación social en otros tiempos, lo cual prueba quizá su conversión al espíritu democrático. Confío que tampoco me impida nadie ejercer mi derecho de opinión, como cristiano, como español y como simplemente hombre de nuestro tiempo.

Como cristiano, quisiera recordar el espíritu del Evangelio y de los santos padres de los primeros siglos del cristianismo. Desde el Sermón de la montaña, pasando por el libro de los Hechos de los apóstoles, por Santiago y san Pablo, hasta san Juan Crisóstomo o san Jerónimo, es unánime la invitación y la exigencia de la vida cristiana a vivir en sobriedad y a compartir los bienes de este mundo con los necesitados y los que tienen menos que nosotros. Así podríamos seguir por toda la tradición, hasta llegar a las encíclicas sociales de los papas, desde León XIII hasta Juan Pablo II, con la Laborem exercens, donde se insiste fuertemente en la retribución igualitaria del trabajo: "Desaparece casi el fundamento mismo de la antigua división de los hombres en clases sociales según el tipo de trabajo que realizasen" (número 6).

Solidaridad

Aun no siendo cristiano, basta un elemental análisis para entender que la sociedad moderna se va constituyendo cada vez más, afortunadamente, y a pesar de retrocesos y de parciales fallos, en una red de solidaridades que, en último término, a todos benefician.

El ejemplo del subsidio del paro, aun con su insuficiencia todavía, ha sido un elemento de equilibrio en esta situación dramática, que ha evitado de momento un estallido social de alcance aún más trágico, que a nadie beneficiaría.

Y basta, sobre todo, tener un corazón simplemente de hombre y no de fiera para aceptar de buena gana la renuncia a tantas cosas superfluas, aunque fueran legítimas y hasta usuales para la mentalidad del consumismo que a todos influyó, cuando vemos que muchos cientos de miles de familias de nuestra sociedad están siendo alcanzados, como una marea que sube progresiva y casi fatalmente, por el hambre, las deudas, la frustración, el alcoholismo y la desesperación, todo ello causado porque mes tras mes, año tras año, se van quedando en paro y sin subsidio uno tras otro de la familia, donde quizá hace ya algunos años entraban varios sueldos y ahora no entra ninguno, salvo a veces el de la madre de familia, que va a echar unas horas como asistenta del hogar en algún barrio burgués (¡y que no falten!).

El hecho de que exista alguna picaresca aislada no invalida la realidad y el triste cuadro de conjunto, la terrible situación por la que pasan la clase obrera y agrícola de España. Aparte de que las picardías de los pequeños son pequeñas también, mientras que las de los grandes pueden resultar muy grandes, como se ha demostrado en el caso, por ejemplo, de Rumasa, donde siempre tenían las cifras muchos ceros... precisamente a la derecha.

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