_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Temporeros

No me explico el júbilo de los empresarios inflexibles y ferruginosos por las declaraciones del jefe de la mayoría acerca del trabajo temporero para atenuar el desempleo juvenil. Han llegado a declarar algunas figuras notables y prehistóricas de la intransigencia nacional que el contrato de trabajo por seis meses de jóvenes inéditos es la medida más positiva de los socialistas. Seguramente se les cegó la ideología por el lujurioso placer de practicar cada semestre el arte empresarial del despido en la mayor de las impunidades.Porque un buen empresario de hoy ya no es el tipo lanzado que se aventura en los nuevos negocios del siglo, capaz de engañar a los bancos con juegos malabares de papel, que sabe traficar con las pérdidas, le echa imaginación y riesgo a las sociedad anónima y seduce a los consejos de administración. Esos eran otros tiempos. Ahora el empresario que causa envidia a sus colegas es el que organiza buenos despidos, reduce plantillas o le gana pleitos a la Magistratura de Trabajo. El que crea desierto laboral a su alrededor.

Sin descartar que ésta haya sido una de las motivaciones inconfesas del Gobierno para hacer.salivar de gozo al empresariado duro y sin imaginación, mucho me temo que con esta medida psicológica se esté fomentando un modelo de españolidad altamente revolucionario para nuestros usos y costumbres. Inculcar en la juventud la idea del trabajo temporero implica introducir en nuestro estático país la alteradora idea de movilidad. Y ese es un factor que puede subvertir los recios cimientos de un pueblo que ha hecho del sedentarismo contumaz su filosofía vital y productiva. Unos jóvenes acostumbrados a cambiar cada seis meses de trabajo, casa, familia, amistades, ciudad, geografía y señas de identidad, educados en la transhumancia, dotados de gran movilidad pueden revolucionar un país fraguado en la idea medieval de que las cosas son para siempre. Adiós a todo eso. A la vivienda de plazos eternos, a las raíces de barrio, ciudad, comarca y autonomía, al sexo inmueble, a las perennes relaciones de vecindad, a la familia patriarcal, a la religión parroquial, a las tradiciones inmemoriales. No saben lo que aplauden nuestros despedidores.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_