Actualidad de Castelar
Dentro de la magnífica serie Clásicos para una biblioteca contemporánea, la Editora Nacional ha lanzado un sugestivo título, Crónica internacional: colección de reportajes y artículos publicados en la Prensa española por don Emilio Castelar entre 1890 y 1898.Repasar sus páginas nos traslada al brillante calidoscopio de una época en la que nuestra vieja Europa era aún eje rector del mundo civilizado. Dámaso de Lario, diplomático e historiador, subraya, en excelente introducción (que ya de por sí haría valioso este volumen), la vigencia de la visión internacional de don Emilio, preconizador de "una confederación europea, desde Cádiz hasta Kiel, desde Tánger a Estocolmo", "consagrada de suyo al progreso", y con una mentalidad de cristiano posconciliar que le hace decir: "Hoy somos los soldados de la libertad, y por consecuencia, los soldados de Dios".
Pero hay otro aspecto en la trayectoria ideológica de Castelar que le convierte en precursor de nuestro presente. Me refiero a su "apertura posibilista" hacia la monarquía recuperada por Cánovas. El posibilismo fue una vía problemática en la primera Restauración; y estamos viviendo el nuevo posibilismo desproblematizador de la segunda Restauración: de la Restauración actual.
En este punto no coincido con Dámaso de Lario, de cuyo prólogo parece deducirse una condena de la evolución -en aparente repliegue- de Castelar. Lario entiende que el "Castelar posibilista" (el de los días de la Regencia), está en contradicción flagrante con el Castelar cenital, el del 68, el del 73; porque el posibilismo haría de un republicano legendario, casi mítico, como don Emilio, una de las plataformas sustentatorias del régimen monárquico.
Yo creo que la contradicción no existe. Basta, para entender y justificar el posibilismo castelarino, que veamos en el gran tribuno, por encima de todo, lo que siempre fue -un demócrata puro-, y que no identifiquemos necesariamente -como podían hacerlo sus críticos de 1890- democracia con república. La benevolencia de Castelar con el régimen traído por Cánovas se basaba en la esperanza de que, a través de la paz que éste había sabido afianzar en España, pudiesen recuperarse las esencias democráticas del 68, naufragadas de hecho en el tremendo desbajaruste de la República. Don Emilio nos adelantó, hace cien años, con su actitud expectante y esperanzada, lo que otro gran demócrata de comienzos de siglo, el reformista Melquiades Alvarez, acertaría a definir paradigmáticamente: un régimen -monarquía o república- se justifica según su capacidad para hacer posible la democracia en un país y en un momento histórico determinados. Fue la solución democrática la que Castelar creyó ver asegurada a través de la legislación que Sagasta. trajo a la Monarquía restaurada, entre 1885 y 1890. Hacia esta última fecha -con la reimplantación del sufragio universal- cristaliza la síntesis constructiva entre las dos Españas -la de la tradicíón y la del progreso, enfrentadas en 1868- que Cánovas había logrado reconciliar. Teóricamente, 1890 era como la recuperación de 1869.
Sabemos -con mucha historia a nuestras espaldas- que la democracia sagastina, apadrinada por Castelar, resultaría sólo teórica, y que de hecho no pasó de pura apariencia -"fantasmagoría" la llamó Costa-. Pero asimismo había sido teórica y aparencial la democracia de 1869; porque una democracia sólo puede hacerse posible a través de estructuras socioeconómicas muy distintas de las del último tercio del siglo XIX: las de una España en la que el analfa-
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Viene de la página 9betismo alcanzaba cotas del 70% de la población, y en la que el sector primario quedaba muy por encima de la suma de los otros dos sectores productivos.
Es preciso convenir en que si la democracia no podía ser real en 1890, en 1900, tampoco pudo serlo en 1869, en 1873. Sólo cabía -y fue el empeño de Cánovas- crear un clima de liberal convivencia, desterrar el fantasma -y la realidad- de la guerra civil y sustituir militarismo por civilismo en las esferas del poder. Esta nueva situación conciliatoria se ejemplificó, precisamente, en la amistad fraternal entre dos hombres -Cánovas y Castelar- que, si respondían a ideologías diferentes, participaban de un mismo espíritu de tolerencia. Uno y otro coincidían en la necesidad de lograr la síntesis civilizada a que antes me he referido. "Nuestra misma perpetua contradicción de ideas", escribió a este respecto Castelar en la hora trágica del crimen que puso fin a la vida de Cánovas, su amigo y antagonista, "aproximaba nuestros perennes sentimientos. Eso de contradecirse y disputar de continuo sin reñir nunca es un encanto. Si por espacio de un lustro llegamos a no saludarnos, obra fue de nuestros partidarios, no de nuestros corazones. Hubo más canovistas que Cánovas, y más castelaristas que Castelar, aun pasando los dos por muy pagados de las sendas personas nuestras, tenido él por soberbio a lo déspota, y tenido yo por vanidoso a lo artista. Cuando leo estos juicios no los contradigo; levanto los ojos y exclamo: todo sea por Dios".
Cierto que uno y otro quedaron al margen del nuevo ciclo revolucionario que entonces iniciaba su despliegue: el del obrerismo militante, articulado -canalizado- por la I Internacional. Añadamos en seguida que dicha marginación se explica, al menos en parte, porque la simiente internacionalista arraigada en España al filo de 1870 era la versión ácrata de esta nueva movilización revolucionaria; versión ácrata imposible de asumir por cualquier modelo de régimen político, por muy a la izquierda que se situase.
Sólo a finales de siglo y en la primera década del XX el socialismo -el PSOE- empezó a alcanzar un desarrollo apreciable en la realidad política del país. Y entonces se hizo evidente que, a aquellas alturas, la democracia sólo podía hacerse realidad mediante una síntesis nueva entre los dos grandes ciclos revolucionarios de la época contemporánea -el liberal, de base burguesa, y el socialista, de base proletaria-. Es la síntesis que ha llegado a plasmarse en todos los países desarrollados de nuestro mundo occidental, ya con monarquía, ya con república. La síntesis que por fin se ha logrado en España mediante la nueva Restauración, asentada en estructuras socioeconómicas muy alejadas del subdesarrollo característico de 1874.
Diríase que Castelar soñó lo que hoy es una realidad positiva, sin percibir que su sueño no podía pasar de tal, proyectado sobre las coordenadas sociales de su tiempo. Nuestro presente ha actualizado lo que él formuló, y ello hace especialmente interesante el análisis del "proyecto político" de don Emilio. La tesis posibilista que él mantuvo, alentado por la dignidad y el sentido del deber de la Regente (frente a los extremismos de su propio campo ideológico) hizo posible, cien años atrás, el liberalismo tolerante y fructífero que fue gala de la primera Restauración. La tesis posibilista con que el PSOE ha respondido en nuestros días al espíritu de la nueva Restauración, admirablemente encarnado por el Rey ("motor del cambio"), ha hecho posible, en la España de 1983, el triunfo de una democracia auténtica. Dios quiera que definitivo.
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