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Martín Zabaleta, héroe de la gesta, brinda el triunfo a la Euskadi "abertzale"

La noticia y también la sorpresa se produjo ayer por la tarde en Bilbao en torno a los montañeros vascos que hace un mes alcanzaron la cima del Everest. En el aeropuerto de Sondica estaban Carlos Garaikoetxea y todo el Gobierno vasco, para recibir a la expedición que protagonizó una de las gestas más importantes en la historia del deporte español.

El general Sáenz de Santamaría, que viajaba en el mismo avión de los montañeros, se vio sorprendido cuando los txistularis que esperaban a los montañeros se fueron a la otra salida del avión, donde festejaron la llegada de los héroes. Juan Ignacio Lorente, jefe de la expedición, no asistió a la cena que se les ofreció porque dijo que tenía problemas que se lo impedían. Nada de extraño tiene todo esto. EL PAIS estuvo en Barajas y tuvo un amplio cambio de impresiones con Martín Zabaleta, el hombre que puso la ikurriña encima de los 8.848 metros que tiene el pico más alto del mundo.Ni aplausos, ni ovación, ni un clamor -«prefiero alcanzar un pico que meter un gol de cabeza»- para premiar la gloria, el triunfo, el éxito -«a mí esto me gusta más»-, el monstruoso éxito de un hombre soltero de 31 años que va con la cabeza alta -8.848 metros-, que no oculta su forma de pensar, ni humana -«me molesta que sólo os dirijáis a mí cuando esto es una labor de equipo»-, ni política -«tengo afinidad con Herri Batasuna»-, ni religiosa, y proclama por todo lo alto que brinda el éxito a la Euskadi abertzale.

Nada de esto impidió, o todo esto hizo que Martín Zabaleta llorase al llegar al pico junto con Pasang Temba, el sherpa que le acompañó hasta el final -en estas ocasiones siempre se habla el mismo idioma-, al mismo tiempo que dejaban clavadas dos banderas, la ikurriña y la antinuclear.

Doce hombres hicieron posible una hazaña que difícilmente se sabrá valorar. Doce hombres que trabajan en distintos menesteres, que no entienden de medallas, ni de podios, ni de primas, que llegan tan alto a pulso, que el frío, el hambre, el miedo y demás les trae sin cuidado. «Nosotros no ganamos una sola peseta con esto. Eso sí, hemos conseguido que no nos echen de nuestros trabajos por esta ausencia».

Bastan unos minutos de charla con Martín Zabaleta, frío, calculador, sereno y sincero, para explicarse perfectamente por qué llegó a la cima del Everest con casi todo en contra y con los sherpas recelosos ante el tema.. Había más nieve y más dificultades de las que se puedan imaginar. EL PAIS se dirigió a Juan Ignacio Lorente y le explicó la postura modesta de Martín. «En efecto, esto es un trabajo de equipo, pero Martín le echó..., pero que mucho salero».

« La ilusión no la hemos perdido, y la emoción creo que es inexplicable», afirma Martín, «pero insisto en que en este deporte no queremos divismos. Cuando llegué lloré con el sherpa, me acordé de Euskadi y eso es todo. Hay representantes de las cuatro provincias -Navarra, Alava, Vizcaya y Guipúzcoa-, y no admito que se diga que es la primera expedición española que llegó al Everest, sino la primera expedición vasca».

De ahí que la verdadera emoción llegara a las cinco y media de la tarde, cuando llegaron al aeropuerto bilbaíno. Allí ya no pudieron hablar porque la emoción se lo prohibió.

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