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Murió Sautier Casaseca, "el escritor de la radio"

Doroteo Martí quedaba de pronto silencioso en escena. Pasaba una mano temblorosa sobre su frente, sobre sus ojos. Los otros actores se miraban entre sí, no sabían continuar. Y Doroteo Martí se dirigía al público: «Perdonen, por favor... Me ha ocurrido algo... Ahí, en la tercera fila, hay una anciana que ¡me recuerda tanto a mi madre! Mi madre, que no pudo nunca ver mis éxitos... Permítanme que baje y le dé un beso en la frente...». Doroteo Martí bajaba, besaba, lloraba. La viejecita sollozaba. El público lloraba, aplaudía. Y el primer actor volvía al escenario, se con centraba un momento y continuaba la representación. Esto su cedía en el teatro Calderón, de Madrid, uno de los de más aforo, en las representaciones de Ama Rosa, de Guillermo Sautier Casaseca. Cuatro representaciones diarias: a las once de la mañana, a las cuatro y a las siete de la tarde, a las once de la noche... Cuentan que la viejecita pasaba después por contaduría para cobrar su beso, pero esto es lo de menos. Lo que importa es el estilo, la manera. Guillermo Sautier Casaseca era un maestro de la literatura de masas. Y Ama Rosa le proporcionó de derechos de autor doce millones de pesetas: de los de entonces, de los de hace un cuarto de siglo. Entraron, por consiguiente, en la taquilla, 120 millones de pesetas. El primer actor, Doroteo Martí, de la línea de los grandes histriones populares -los Santacana, los Rambal: una raza prácticamente extinguida- vive hoy retirado.Sautier estaba convencido de su calidad literaria. Creía, sinceramente, en lo que escribía. Suele creerse que esa literatura se puede inventar mediante una fórmula, y es un error: sólo puede producirse a partir de la sinceridad. La gran literatura puede imitarse con algo de cultura, algo de lectura y un poco de tiempo. Pero la que crea lágrimas de verdad sólo puede escribirse con lágrimas de verdad. Sautier defendía la idea, nada equivocada, de que la vida es un folletín, un melodrama. Lo explicaba en conversaciones que eran casi monólogos: hablaba con la facundia con que escribía. Hay, naturalmente, una relación muy clara entre hablar mucho y escribir mucho. Sautier escribió 12.000 capítulos de serial radiofórtíco. Decía él que cada uno de ellos equivalía a un acto de comedia, y que, por tanto, había escrito el equivalente de 4.000 comedias. Algunos de estos seriales los pasaba al teatro, o viceversa; también al libro. Uno de ellos, Lo que nunca muere -que consideraba como su obra maestra- vendió 200.000 ejemplares en los días inmediatos a su salida.

"A las mayorías"

Tenía el orgullo de ser Sautíer Casaseca. Jactancioso como un gran jugador de mus -lo era-, invitando a sus amigos con unas botellas de whisky de buena marca en cuyas etiquetas estaba impreso su nombre, se quejaba siempre de la demagogia del teatro y de la literatura actuales, de su inconexión con el público. Al revés que Juan Ramón Jiménez, dedicaba sus obras «a las mayorías, siempre». En realidad, estaba en la línea de una abundante literatura. El folletín de consolación -como Umberto Eco decía de los de Eugenio Sue- tenía la tradición española de Luis del Val, en los tiempos en que cada semana los pliegos del folletín entraban por debajo de las puertas de cada casa y cada familia humilde se consolaba de sus desgracias leyendo las de los Huérfanos del arroyo. Sautier había sabido comprender que la radio de cada casa -sobre todo, de cada cocina- podía tener esa equivalencia. Había adquirido una técnica del género adaptando grandes autores para la compañía de actores de la radio: dominaba esa artesanía. Pasó después al folletín propio. Era una época en la que hacía falta, también, consolación: la época de la posguerra. El folletín pasaba a toda España por la cadena de Radio Madrid. Se contaba que la vida de los pueblos se paralizaba enteramente mientras se estaban radiando; lo que ahora sólo sucede cuando se transmite un partido de fútbol. O las raras veces en que muere un dictador. Los aparatos de radio se vendían a plazos: unas pesetas al día. Y los vendedores pasaban cada nlañana a cobrar, justamente antes de que se emitiera el folletín de Sautier, con la amenaza de llevarse el aparato en caso de no recibir su dinero. Todos pagaban.

Se le fue el tiempo. Y algo de su ímpetu. En su apartamento de Los Arroyos, cerca de Madrid, o en el de Benidorm, Sautier escribía aún, pero dedicaba cada vez más tiempo al mus con los notables de la urbanización. En Madrid no abandonaba nunca su trabajo de consejero delegado de la Sociedad de Autores, cargo al que había llegado en la entidad de organización más claramente capitalista de España por la abundancia de sus recaudaciones.

Pero probablemente ha sido el escritor más popular de España. En la línea de Corín Tellado. de Mallorquí, Figuerola o de Vizcaíno Casas.

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