Alegato del cardenal Tarancón contra la campaña de despenalización del aborto
«Estoy profundamente triste. La campaña contra la vida que se ha orquestado profusamente me ha herido en lo más vivo», comienza diciendo el cardenal Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Madrid-Alcalá, en su «Carta cristiana» de esta semana.
«Cuando en una sociedad no se respeta la vida, se derrumban estrepitosamente todos los valores morales, y hace quiebra el concepto de la dignidad personal -continúa el cardenal-. Es igual que sea el primer germen que el último hálito de vida. Es lo mismo que se trate de una vida embrionaria como de una vida decrépita. La vida es el primero y el más fundamental de los derechos humanos. Cuando se abre cualquier resquicio en el respeto a la vida, caen por su base los derechos del hombre.»El cardenal recuerda que «se dan razones, que pueden conmover la sensibilidad, para justificar los ataques a la vida. Para todo existen razones en el mundo. Las mayores aberraciones han encontrado filósofos que las han defendido con pasión».
«Propone sus razones el que quiere atentar contra una vida indefensa porque aún no tiene realidad fuera del seno de la madre. Utiliza otras razones quien pretende deshacerse de los viejos que le molestan. Los mayores tiranos que han pasado a la historia como criminales han tenido también sus razones para matar a sus enemigos a sangre fría. Sobre todas las razones está el carácter sagrado de la vida; el ser es el derecho primario y elemental -base fundamental de todos los demás- del hombre.»
Tras calificar de fenómeno «curioso» el hecho de que muchos de los que fomentan esa campaña contra la vida se escandalizasen de que la vida de los criminales estuviera en manos de otro hombre, «aunque sea jefe de Estado», el cardenal Tarancón añade: «Me da pena, mucha pena, que hermanos míos -seres humanos y españoles como yo- busquen razones para justificar en unos casos lo que consideran abominable en otros.»
La carta concluye: «No hay más que una manera de defender eficazmente el derecho a la vida en todos los hombres: reconocer que la vida es sagrada y está exclusivamente en manos de Dios. Algunos me dirán que no creen en Dios. Sin embargo, habrán de convencerse de que, si todo lo del mundo -los derechos y deberes de las personas, de la sociedad, etcétera- está en manos de los hombres, nada hay seguro sobre la Tierra. La historia nos demuestra, con absoluta claridad, que los hombres somos capaces de los mayores crímenes y aún -es lo más grave- de justificar con razones subjetivas esos crímenes que se consideran como un medio para conseguir un mayor bien.»
Otros pronunciamientos
Esta «carta cristiana» del cardenal Tarancón sale al paso de la campaña emprendida en pro de la despenalización del aborto, y cuyo punto de arranque fue el juicio a once mujeres de Bilbao, acusadas de haber practicado o ayudado a practicar abortos, posteriormente aplazado. El pronunciamiento del cardenal Tarancón sigue a otras manifestaciones de la jerarquía eclesiástica, en concreto, de su sector más conservador, contra el divorcio y el aborto.El primado de España, monseñor González Martín, denunció en una homilía las «campañas de prensa y manifestaciones públicas del más bajo estilo en favor del divorcio, el aborto y el amoralismo sexual». Rápidamente se solidarizó con esta postura el obispo de Tenerife, monseñor Franco, quien aseguró que se pronunciaba contra el aborto, el divorcio y las relaciones prematrimoniales, lo mismo que el obispo de Burgos, monseñor García.
«Nunca hay que acudir a la guerra religiosa», declaró monseñor González a Informaciones, «pero, igualmente, nunca a la abdicación de nuestros deberes de cristianos por cobardía, por confusión o por complacencia y debilidad con lo que pide el mundo en nombre del desorden, de las pasiones o de los intereses políticos.»
Otros sectores de la Iglesia no parecen de la misma opinión. El padre José María Díez-Alegría precisó, en carta a EL PAÍS publicada el 25 de agosto pasado, que «el hecho sociológico del aborto, tal como hoy se da, hace que su penalización constituya una incongruencia desde el punto de vista de la teoría del derecho», aunque en muchos casos el aborto puede constituir una inmoralidad profunda.
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