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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Elecciones a Cámaras Agrarias: una alternativa de cambio

Parece bastante claro que los índices de afluencia electoral en unos comicios democráticos hay que valorarlos sobre una triple escala de nivel de ilusión, de grado de información y, sobre todo, de sentido de responsabilidad. Sin embargo, la interpretación de las cifras no puede ser la misma para unas elecciones legislativas que para unas elecciones sindicales, y tampoco cabe establecer idénticos criterios de valoración cuando se trata de unos comicios de estricto carácter profesional.Entrando en el tema de las elecciones a Cámaras Agrarias del pasado 21 de mayo, creo que una cifra de participación superior al 40% es, a todas luces, un índice más que estimable para valorar la legitimidad democrática de las nuevas entidades creadas para el campo y refrendadas libremente por éste. Hay que teneren cuenta que el sector agrario no anda muy sobrado de ilusión, y faltan, desde luego, los más elementales niveles de información. Quizá lo único que se de con abundancia es el sentido de responsabilidad. Por ello, no sería .aventurado valorar los índices de participación en base a este último factor, cargando las cifras de abstencionismo -con las debidas matizaciones- a los dos factores restantes.

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Porque si hay un solo fundamento de rigor en la interpretación de los datos, este es, sin lugar a dudas. que esos 800.000 agricultores que acudieron a las urnas el 21 de mayo, lo hicieron con plena responsabilidad y conscientes de que firinaban un cheque de confianza y de deseo de participacion en unas áreas de Gobierno que les afectan muy directamente. De la cifra restante hay que valorar unos niveles mínimos de abstencionismo activo y un porcentaje mayoritario de no comparecencia que se justifica por sí so`lo a poco que profundicemos en las peculi,iridades del medio rural. En todo caso. ha primado un aplastante sentido de la realidad sobre los argumentos del abstencionismo demagógico.

De las muchas conclusiones que pueden obtenerse a resultas de estos comicios, hay que señalar un especial simbolismo del voto campesino en el sentido de acreditar legítimamente su voluntad de cambio. Junto al pragmatismo inherente a unos órganos que connotan elementos de interés directo, hay en estas elecciones, en el voto mismo, un fuerte componente emocional que no oculta toda una amplia secuela de desazones antiguas. Hay un rechazo implícito la anterior estructura verticalista, a su estilo, a sus métodos y a sus sempiternos figurones. Y hay, sobre todo, un durísimo frente de sensibilidad contra los intrusos, caciques y oportunistas que históricamente han encontrado en el campo su mejor base de maniobras. Aunque estas elecciones no han demostrado aún el valor instrumental de las nuevas Cámaras Agrarias, sí han servido, al menos, para poner cerco a un continuismo reaccionario y estéril que amenazaba con bloquear cualquier atisbo de democracia en el campo.

Datos indirectos

Como valor añadido a esta primera confrontación electoral agraria hay que constatar una serie de datos indirectos que van a servir, cuando menos, para clarificar el panorama sindical campesino. El mapa de influencia sindical es suficientemente revelador a la vista de los resultados electorales: una clara dominación de independientes. unas áreas de influencia muy localizadas para las organizaciones agrarias de ámbito nacional, un fuerte impacto de algunos sindicatos provinciales y, como era previsible, la muerte súbita de algunos montajes sindicales sin arraigo de base. Todo esto, que ya estaba más o menos claro para los observadores especializados, queda ahora meridianamente definido para el gran público. Y cabe esperar que quede igualmente claro para la Administración de cara a elegir sus portavoces ante lós distintos organismos colegiados de la política agraria.

Paralelamente al mapa profesional, hay un mapa sindical que está ahí y sobre el que nadie debe deslindarse demasiado a la hora de decir «estos son mis poderes». Sin embargo, como en el campo nada es riguroso, y menos aún demostrable argumenta¡ mente, siempre quedarán sin ubicar esos cuarenta y pico mil independientes que, con más moral de victoria que convicción, ya se han repartido las distintas organizaciones en liza. Sin pretender entrar en juicios valorativos de este reparto, hay que decir, no obstante, que al campo en general y a la estructura de las Cámaras en particular se les haría un flaco servicio si esa gran parcela de indeperidientes se convirtiera, a partir de ahora, en una «caza de brujas» sindical o política. Si las propias organizaciones agrarias, e incluso los partidos desde el Parlamento, se han pronunciado a favor de unas Cámaras técnicas y de acción exclusivamente burocrática, no cabe hacer mapas políticos sobre nombres y apellidos profesional,es. Porque entonces, implícitamente, estaríamos instrumentando las Cámaras para Fines ajenos al campo. Y, en tal caso, las próximas municipales encontrarían en la nueva estructura agraria su mejor estrategia para plantear la gran batalla electoralista. Una batalla que, de producirse, rendiría al campo y a la democracia el más envilecedor de los servicios.

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