Al ‘Mestalleta’ no le dejaron subir
“Mi padre se vio atrapado entre la ciudad, que quería, la Federación, que no dejaba, y el Valencia, que no podía. Lo pasó fatal”. El que así habla es Luis Casanova Iranzo, hijo de Luis Casanova Giner, que fuera mítico presidente del Valencia, que en el verano de 1952 pasó un muy mal trago. El filial, Mestalla, ganó el derecho a subir a Primera, pero el ascenso no pudo consumarse.
El Mestalla nació de un equipo de barrio, el Cuenca, al que entrenaba el exvalencianista Rino. De él fue la idea. Se dirigió al secretario, Luis Colina, que convenció a Luis Casanova de que sería bueno tener un equipo para foguear a las promesas. Nació oficialmente el 9 de septiembre de 1944, con la misma sede social que el Valencia. Se hizo presidente a Federico Blasco, durante muchos años socio número uno del Valencia.
El Cuenca militaba en la categoría de Adheridos, y ahí arrancó el Mestalla que, entrenado por Valentín Reig Picolín, fue escalando, a ascenso por curso, hasta llegar a Segunda en la 47-48. Su aventura enamoró poco a poco a los valencianos. En el 46, llegó a jugar la final del Campeonato de España de Aficionados, que tenía su importancia. La jugó en Madrid, contra la Ferroviaria. El árbitro, Álvarez Orriols, era empleado de la RENFE. Expulsó al mestallista Peñalver y pitó un penalti a favor de la Ferro poco convincente. El Mestalleta, como ya se le llamaba cariñosamente, perdió 3-2, pero fue aclamado a su regreso de la capital.
La Segunda colmaba las aspiraciones del Valencia para su filial. Ahí podía dar una experiencia de más alto nivel a sus promesas. Para entonces ya habían saltado al primer equipo Puchades, Seguí, Gago, Pomar, Bienvenido, Solves y Fuertes.
Jugaba los sábados en Mestalla, el Valencia lo hacía los domingos. En la 51-52, el equipo fue una maravilla que hacía disfrutar a los aficionados más que el propio Valencia. El capitán era Juan Ramón, veterano central bajado del Valencia, tras larga y gran carrera, para darle solera y experiencia a un grupo muy joven. Regresó Fuertes, que se pensó que había subido prematuramente al primer equipo. El entrenador era Carlos Iturraspe, exjugador del Valencia, muy respetado. El fútbol rápido y alegre de ese año encandiló. La gente disfrutaba más los sábados que los domingos.
Quedó subcampeón del Grupo Sur de Segunda, lo que le dio acceso a la liguilla de promoción, que jugaban los segundos y terceros de los dos grupos de Segunda, y los clasificados trece y catorce de Primera: Logroñés, Mestalla, Ferrol, Alcoyano, Gijón y Santander, (entonces no Sporting y Racing, estaban proscritos los nombres extranjeros).
Jugaba los sábados en Mestalla, el Valencia lo hacía los domingos
¡Y la ganó el Mestalla! El 29 de junio, entre euforia, pólvora y cohetes, goleó al Logroñés, 5-1, con lo que quedaba primero y obtenía el derecho a ascender. Todavía hay en Valencia quien recita de memoria aquella alineación: Timor; Ibáñez, Juan Ramón, Domínguez; Sendra, Mangriñán; Mañó, Fuertes, Sócrates, Pla y Valderas.
—¿Quién iba a pensar que el Mestalleta iba a subir a Primera? Pero es que salió una generación extraordinaria, algo así como el Madrid de la Quinta, o el Barça de los Xavi, Iniesta y demás. Pero mi padre sabía que no podía subir. Primero, no era deportivo. Era como que el Valencia saliera a la Liga con dos victorias seguras. Luego, que no había dinero para mantener a dos equipos en Primera, los sueldos tendrían que ser otros. Pero eso la gente no lo entendía.
Se desató la euforia y Luis Casanova se vio solo. Blasco, el presidente del Mestalla, exigía el ascenso, lo mismo que la afición. Cuatro expresidentes del Valencia, Royo, Jiménez Cánovas, Leonarte y Vidal, firmaron conjuntamente una carta en el diario Levante en el mismo sentido. La calle bullía. El Valencia, campeón de Liga tres veces en los cuarenta, sólo había sido quinto ese año, lo que pareció poco. Llegó a la final de Copa, pero perdió ante el Barça. Casi se estableció una rivalidad. Ese verano casi se puede decir que hubo más mestallistas que valencianistas.
Luis Casanova, casi el único en la ciudad que mantenía la sensatez, llamó en su apoyo a Sancho Dávila, presidente de la Federación. Había llegado al puesto como premio a sus méritos como camisa vieja, como se llamó a los falangistas de primera hora. No se le tenía por inteligente. Corría que José Antonio había dicho de él: “Si estarán claros los puntos de la Falange, que hasta mi primo Sancho los ha entendido”. Viajó a Valencia junto a Andrés Ramírez, secretario general. Se reunió con las directivas del Valencia, el Mestalla, la Regional y el Levante, que acababa de bajar a Tercera. El argumento de que el Mestalla no podría jugar en Primera por no tener campo propio lo reventó el Levante ofreciendo el suyo, a cambio de que sus socios pudieran asistir. Sancho Dávila se fue sin emitir veredicto, lo que dejó más desamparado a Casanova. Decidió aplazar la decisión a la Asamblea de Clubes del 9 de julio.
La Asamblea, claro, rechazó el ascenso y salvó de bajar al Santander, tercero de la liguilla. La ciudad se indignó. Luis Casanova sólo resistió gracias a su enorme prestigio y a la gran obra que traía de atrás. (Fue, para entendernos, algo así como el Santiago Bernabéu del Valencia). Sendra, Mañó, Sócrates, Mangriñán y Fuertes subieron al Valencia. Para la mitad del Mestalla, pues, sí hubo ascenso. Y no pocos criticaron lo que se conoció como “el desmantelamiento del Mestalleta”.
Curiosamente, el año siguiente se repitió la situación, pero con el España Industrial, filial del Barça, también campeón de la liguilla. Valencia se volvió a poner de uñas. ¿Y si ahora…? Pero no. Tampoco pudo subir.
La Asamblea, claro, rechazó el ascenso y salvó de bajar al Santander
Pero aún reflotó el asunto, con más fuerza que nunca y nuevas críticas para Casanova, al final de la 55-56. Otra vez el España Industrial ganó el derecho a subir, y ésta lo hizo, con un subterfugio: cambió el nombre por el de Condal y aseguró haberse desvinculado del Barça. Valencia se indignó, se dijo que al Barça se le había permitido trampear para obtener una ventaja, que al Valencia no se le permitió. Que el Barça iba a tener dos victorias aseguradas. ¡Y sin campo propio! Jugaba en Las Corts, el del Barça.
Pero, desmintiendo las malicias, el Condal-Barça de la primera vuelta terminó en empate. Al final, al Barça le faltó un punto para ser segundo, lo que le hubiera dado derecho a jugar por primera vez la Copa de Europa. El Madrid ganó el título europeo y la Liga, y su puesto de campeón español lo aprovechó el Sevilla y no el Barça.
Y, lo que son las cosas, el Condal cerró su Liga en Mestalla, contra el Valencia. Perdió y ese día regresó a Segunda. Su descenso dejó alivio en la ciudad. La presencia del Condal en Primera era una afrenta.
En 1984 el Castilla de La Quinta del Buitre y el Bilbao Athletic de los Salinas, Andrinúa y Pizo Gómez, fueron campeón y subcampeón de Segunda. Pero para entonces ya estaba todo bien reglamentado y no hubo caso.
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