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Jon Rahm, la confianza y la velocidad

“Estoy acostumbrándome a hacer todo contrarreloj”, dice el golfista vasco, que ganó al sprint su primer torneo de la PGA

Carlos Arribas
Jon Rahm y su caddie, Adam Hayes, celebran el eagle en el 18.
Jon Rahm y su caddie, Adam Hayes, celebran el eagle en el 18.Gregory Bull (AP)

Jon Rahm emboca un putt de 18 metros para ganar con estilo su primer torneo profesional y, mientras lo ven, muchos viejos aficionados españoles reviven la emoción que disfrutaron viendo hace casi 20 años a Sergio García, entonces un niño de 19 años, peleándose con Tiger Woods y un árbol en los últimos hoyos del Campeonato de la PGA de 1999. Desde Severiano Ballesteros, los campeones españoles llegan haciendo ruido al gran escenario del golf mundial. Jon Rahm sigue su senda. Todos se salen del molde. Posee el golfista de Barrika (Bizkaia) una personalidad que su amigo Phil Mickelson, uno de los mejores jugadores del siglo, define como un intangible, el deseo de estar siempre bajo presión, en el puesto más difícil: “Quiere que todo caiga sobre sus hombros”.

“Voy contrarreloj, pero ya estoy acostumbrándome a hacer todo contrarreloj, y acostumbrando a todos a superar las expectativas más espectaculares”, decía hace unas semanas Rahm, quizás asombrado por la velocidad con la que había pasado de amateur a profesional y ganado la tarjeta de la PGA, el circuito de los mejores golfistas del mundo. “Parece que todo va un poco deprisa para mí”, repitió el domingo después de conseguir, a los 22 años, su primera victoria en solo el 13º torneo que disputaba como profesional.

La victoria en el complicadísimo campo de Torrey Pines Sur, en San Diego (California, Estados Unidos), trae consigo, como cerezas entrelazadas en un cesto, algunos de los objetivos que Rahm había hecho públicos para el año: una invitación para el Masters y el Players, un puesto entre los 50 primeros del mundo, lo que le da acceso a los Campeonatos del Mundo y un sexto puesto provisional en la FedEx Cup, que le acerca a la meta que ha hecho pública: disputar en septiembre el Tour Championship, un derecho que solo tendrán los mejores 30 del circuito. Tantas cosas en tan poco tiempo, en menos de un año como profesional, dan un aire vertiginoso a la carrera del chaval que se fue a Estados Unidos a estudiar y a crecer como golfista y se convirtió en el mejor amateur del mundo.

La magia

“Pero el vértigo es otra cosa, no es la velocidad sino lo que está entre lo que creemos que podemos hacer y lo que hacemos”, dice Joseba del Carmen, el preparador mental de Rahm. “Y Jon es de los que cuando ve las cosas las hace. Decidió que quería hacer un eagle en el último hoyo y lo hizo. A mí no me sorprendió tanto que ganara el domingo como la diferencia con que lo hizo, tres golpes, sabiendo que había empezado el día tres golpes atrás. Eso da significado y valor a lo que hizo”.

Cuando habla de su pupilo, Del Carmen habla de magia, de la capacidad de Rahm, y de los más grandes en cualquier arte, de hacer parecer sencillo lo más complicado. “Jon tiene magia. Es muy especial y hace cosas especiales. Todo ello nace de su confianza, de lo mucho que cree en sí mismo. Y a la vez no es arrogante, sino humilde y respetuoso”. Y pese a ello, cuando aún era amateur no le dio miedo afirmar que su objetivo era ser el mejor de la historia. “Hay que soñar, saber que nunca sabes dónde puedes llegar”, añade Del Carmen. “Todo lo que nos llega es lo mejor de cada momento”.

Observando cómo se colocaba el domingo ante la bola, su mirada, su concentración, la fuerza con que golpeaba, su atrevimiento y ambición los que lo conocen dijeron: “Se los va comer a todos”. Se los comió. “Le gusta ser así, le gusta que la gente disfrute con su energía, con su generosidad”, dice Del Carmen. “Quiere dar siempre algo de vuelta a los demás”.

“La agresividad canalizada”

El fin de semana que se acerca Jon Rahm volverá a Phoenix. Lo hará como un jugador maduro, no como el amateur que terminó quinto el Open y deleitó al ruidoso público del hoyo 16º con el nombre de Rahmbo en una camiseta del equipo de fútbol de la Universidad de Arizona. "La agresividad me llevó a hacer cosas estúpidas", decía en diciembre. "Con madurez he conseguido seguir haciendo los mismos birdies y muchos menos bogeys. Eso es una cuestión mental".

“La agresividad no hay que controlarla, sino canalizarla”, dice Del Carmen. “Es una energía que le hace seguir creciendo, viviendo en un aprendizaje continuo”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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