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Con Kübler, muere una época del ciclismo

El campeón del Tour del 50 fallece en Zurich a los 97 años

Carlos Arribas
Ferdi Kubler, durante una de sus grandes cabalgadas del Tour, la etapa de Briançon de 1949.
Ferdi Kubler, durante una de sus grandes cabalgadas del Tour, la etapa de Briançon de 1949.STAFF (AFP)

Federico Bahamontes está en el hospital, junto a la cama de Fermina, enferma desde hace semanas, y cuando le dicen que se ha muerto Ferdi Kübler su voz responde cargada de tristeza, la voz de uno que ve cómo desaparece una época, su época. “Solo los antiguos resistimos”, dice el primer español que ganó el Tour.

Su época, la de Kübler, El Águila de Adliswil, fallecido el jueves en Zúrich a los 97 años, la de Bahamontes, El Águila de Toledo, aún fuerte y enhiesto como un roble a los 88 años, fue la edad de oro del ciclismo: el Tour de los años 50 y el ciclismo de Coppi, Bartali, Bobet, Anquetil Gaul, Géminiani, Walkowiak, Koblet, Robic, Ockers, Van Steenbergen, Loroño, Bernardo Ruiz, Miguel Poblet y Fiorenzo Magni. De los ganadores del Tour de aquella década solo quedan vivos el francés Walkowiak, de 89 años, y Federico.

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Kübler, nacido en 1919, como Coppi, era una gran nariz que cortaba el viento aerodinámica y unas piernas tremendas, casi caballunas, a las que un corazón tempestuoso, exagerado, obligaba a esfuerzos tremendos, desmesurados. Un hombre sin miedo que pudo en el Tour de 1950 con Bobet insultándose en voz alta, con gritos que estremecían al pelotón y grandes lagrimones, y golpeándose las piernas. Fue camino de Saint Etienne por el col de la República. Bobet había atacado con Géminiani. Detrás se quedó solo Kübler, con su maillot amarillo. Solo después de someterse a su peculiar forma de estimularse fue capaz Kübler de arrancar, alcanzar a Bobet y superarlo incluso. Tenía 30 años. Había alcanzado el comienzo de un apogeo que le daría un año más tarde el maillot arcoiris de un Mundial ganado en Varese (Italia) y, en 1951 y 1952, victorias consecutivas en la Flecha Valona y la Lieja-Bastogne-Lieja, las dos grandes clásicas de las Ardenas que se disputaban entonces en fin de semana, sábado y somingo seguidos.

Entonces, los años de la posguerra y las carreteras descarnadas y los puertos de montaña apenas asfaltado, los años de antes de la televisión, las crónicas del Tour eran leyendas que transformaban la realidad. La de Kübler era la de un ciclista grande y sentimental que hablaba de sí mismo en tercera persona y que coincidió en el tiempo con Hugo Koblet, otro suizo con una k para empezar su apellido, que ganó el Tour del año siguiente. Ningún suizo más, ni antes ni después, ha ganado el Tour. Koblet era esbelto y elegante y unos ojos que enamoraban, era la charme, el encanto, y la fragilidad de espíritu, que chocaban con la dureza y el pragmatismo de Kübler, la ambición y la furia, y los estimulantes.

La últimaba etapa que corrió en el Tour Kübler fue la que ascendía el ventoux antes de descender a Aviñón un día de calor abrasador. Kübler atacó el gigante de Provenza a 10 kilómetros de la cima y Géminiani, que pedaleaba a su lado, le advirtió, “cuidado, Ferdi, que el Ventoux no es un puerto como los demás”. El suizo le miró y le respondió: “Tempoco Ferdi es un ciclista como los demás”. Pocos kilómetros más tarde, Kübler zigzabeaba en la carretera, víctima de uno de los desfallecimientos más espectaculares que se recuerdan. Llegó a Aviñón a 29 minutos del ganador. No volvió al Tour tras retirarse al día siguiente, y dos años más tarde, a los 38, colgó la bicicleta.

Entre las dos k no hubo verdadera rivalidad, tan diferentes eran, aunque Kübler siempre reconoció que si no hubiera sido por Koblet quizás no habría ganado tantas carreras, incluidos tres Tours de Romandía y tres de Suiza. Koblet murió a los 39 años, en 1964, tras estrellar contra un árbol su Alfa Romeo blanco. “Pero yo me convertí en campeón porque era pobre”, recordó Kübler años después. “Luchaba para comer, para tener una vida mejor. Gané el Tour porque sabía que después no volvería a ser pobre.

Floristería

Federico se acuerda de Kübler, de su segunda mujer Christina, que le acompañaba siempre que el Tour convocaba en parís a sus ganadores, una azafata bastantes años más joven, a la que puso una floristería y a la que dijo en la cama del hospital, sus últimas palabras antes de cerrar los ojos para siempre: “Christina, eres la mejor mujer del mundo”. “Con Ferdi compartía el coche en los critériums de después del Tour y pagábamos la gasolina a medias”, recuerda Federico. “Era uno que gastaba lo justo, y yo le venía bien también porque hablo italiano y tenía muchos contactos con los italianos, todo un poder entonces”.

Después de retirarse, Kübler se conviertió en Suiza en Ferdi Nacional, el deportista más popular del país hasta la llegada de Federer. Fue un icono antes incluso de que la palabra se pusiera de moda, un ídolo de una época que desaparece.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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