La verdad
Escribo esta columna bajo el impacto que me ha causado el último libro de Ángel Viñas. Fruto de una investigación exhaustiva en secciones recientemente desclasificadas de diversos archivos, La conspiración del general Franco aporta argumentos decisivos para desmontar lo que aún es la versión canónica del 18 de julio de 1936. Pero lo que más me ha impresionado no es que Franco pudiera volar desde Canarias hasta Marruecos gracias al probable asesinato del general Balmes, ejecutado para darle la excusa de ir a su entierro y viajar así desde Tenerife hasta Las Palmas. Ni siquiera los indicios de que algunos servicios o, al menos, algunos servidores de la Inteligencia británica estuvieran al corriente, si no implicados en la conspiración. Lo que más me afecta es que en 2011 aparezca un libro capaz de contarlo.
Durante décadas, la muerte de Balmes, la ruta del Dragon Rapide, han alentado hipótesis desestimadas como locuras rencorosas por quienes detentaban el monopolio de la verdad oficial. Otra verdad, la auténtica, sepultada bajo toneladas de polvo y de mentiras, ha encontrado un camino para reivindicar su incorruptible terquedad. Eso es lo que más me conmueve en estos días pantanosos, esta época desnuda de certezas, enjoyada de precariedades, en la que cada mañana despertamos a una actualidad que se parece demasiado a un guión escrito previamente para anestesiar nuestra razón, para extirpar nuestras dudas.
La verdad, por muy remota que sea la fecha a la que remite, siempre aflora a tiempo. Algún día se sabrá quién diseñó esta crisis. Nosotros no viviremos, pero otros aprenderán quién planteó el empobrecimiento de las clases medias occidentales como una inversión rentable. Y entonces, aunque abunden los tontos que digan que no, la historia enseñará a nuestros nietos a comprender su presente, y el futuro de sus hijos.
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