"Yo solo cazo dinosaurios"
Todavía impresionado por los largos dientes de los tarbosaurios, primos asiáticos de los tiranosaurios y de aspecto no menos sobrecogedor, me siento a la mesa en el restaurante de CosmoCaixa -el museo barcelonés donde se exponen los maravillosos fósiles- con el paleontólogo mongol Rinchen Barsbold (Ulan Bator, 1935), gran autoridad mundial en los dinosaurios de los yacimientos del desierto del Gobi. Barsbold ha descubierto casi una veintena de especies nuevas y varias llevan su nombre, como el hadrosaurio Barsboldia. Es, el científico, un hombre tranquilo, de hablar pausado y extraños ojos marrones con reborde azul que parecen avizorar a tu espalda inmensidades de arena y horizontes lejanos y agrestes. ¿Barsbold? "Significa tigre de acero, un nombre muy duro para mí, es el de un rey histórico, Barsbold Khan, gran guerrero y cazador; pero yo, ¿sabe?, solo cazo dinosaurios", dice modesto.
El paleontólogo sueña con hallar un ejemplar "de garras gigantescas..."
De pequeño, explica el paleontólogo, le interesaban los animales en general y no fue sino luego, cuando empezaron las expediciones de la URSS al Gobi tras la II Guerra Mundial, cuando descubrió la, valga la palabra, grandeza de los dinosaurios. A inicios de los sesenta viajó por el desierto, a pie, y se involucró en las primeras misiones científicas profesionales. ¿Cómo era la vida entonces en Mongolia? "No demasiado luminosa, estábamos un poco lejos de todo, ¿sabe? Por ejemplo, solo conocíamos los libros del bloque socialista". En Mongolia siempre han interesado los dinosaurios, dice Barsbold, desde tiempos de Gengis Khan. "Los huesos están en la superficie, bien expuestos. Los antiguos los consideraban dragones caídos del cielo; al ser nómadas conocían muy bien la anatomía de los animales -sus camellos, sus caballos- así que sabían que había distintas morfologías de esas extrañas bestias: ya identificaban distintos tipos de dinosaurios".
Repentinamente -llevamos ya más de 20 minutos conversando-, caemos en la cuenta de que estamos en un bufé y nadie nos va a traer la comida. Así que nos levantamos a buscarla sin dejar de hablar. Él elige vegetales y bacalao. Come maquinalmente, con actitud de saurópodo. Decir dinosaurios del Gobi, le señalo, es decir Chapman, el gran explorador y descubridor estadounidense que inspiró en parte el personaje de Indiana Jones. "Siguió las viejas rutas, las pistas, encontró un gran tesoro paleontológico, incluidos los primeros huevos de dinosaurio y sus nidos. Era un hombre muy interesante, escribió muy bien sobre Mongolia, la vio con buenos ojos, incluso con amor. Quizá no fuera un gran científico pero era un buen jefe de expedición y gestor. Claro que era un aventurero, y tenía mucho éxito con las mujeres. Yo soy mucho más modesto, un humilde investigador. Mi aventura es el trabajo duro de cada día, contar con suministro de agua y gasolina". Al menos también lleva sombrero. "Sí, por el sol; en cambio, pistola no".
Afirma Barsbold que el desierto del Gobi no es especialmente peligroso. Claro que él es de ahí. "Ciertamente, cuando hay tormentas de arena se pone interesante, hay que ir preparados. Lo más duro es ese viento continuo, que no para de soplar". Hace tiempo, dice, "los dinosaurios me parecían algo especial, fantástico, pero al estudiarlos bien comprendes que eran animales bastante usuales, seres comunes de la tierra. Eran los animales habituales del pasado". Al ver mi cara de desencanto, añade: "No por ello son menos interesantes, por supuesto. Siento que nos hayan dejado, pero mírelo por el lado positivo, en vez de aquellos animales tenemos avecillas".
En el postre le pregunto por el final de los dinosaurios. "Un asteroide, seguro". Me quedo mirando el mantel. Al alzar la mirada, el paleontólogo está sonriendo con dulzura: "Le confesaré que sueño con encontrar algo, el esqueleto completo de un Therezinosaurus, de garras gigantescas, un dinosaurio extrañísimo, muy enigmático...".
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