El precursor de Charlot
Marcelino, genial 'clown' nacido en Jaca, vivió la fama y la miseria en Nueva York a principios del siglo XX
Los restos de Isidro Marcelino Orbes Casanova (1873-1927) reposan en el cementerio de artistas de Kensico, a una hora en coche de Manhattan. Allí están enterrados, entre otros, Danny Kaye y Serguéi Rachmaninov, pero probablemente pocos saben ya que este español, hijo de un peón caminero analfabeto, fue tan famoso como ellos. Marcelino fue el mejor clown del mundo en la primera década del siglo XX, actuó junto a Houdini y los hermanos Fratellini, enseñó a Charles Chaplin el tragicómico oficio de hombre superado por la vida y el progreso, triunfó en Londres y llenó durante siete temporadas las 5.000 butacas del Hippodrome de la meca teatral, Broadway.
Cuando se voló la tapa de los sesos en el hotel Mansfield de la calle 50, el 5 de noviembre de 1927, Marcelino era un pagliaccio roto, sin amigos, público ni dinero para el entierro, y la Asociación Nacional del Vaudeville se ocupó de los gastos.
Pero, aunque entonces hacía muchos años que había caído en el olvido, The New York Times y The Washington Post llevaron el suceso a sus portadas.
El primero decía que El ídolo de los niños, aquel hombre bajito y genial al que cientos de chavales habían despedido en Londres en 1905 al grito de "¡Marcelino, no te vayas!", había nacido en Zaragoza.
Ahora, un periodista del Heraldo de Aragón, Mariano García, ha descubierto que el dato de su nacimiento estaba unos 100 kilómetros desviado. Investigando en registros, hemerotecas, libros y mentiras (Orbes siempre trató de esconder su humilde origen), García ha averiguado, por un documento de inmigración fechado en 1918 y guardado en la mítica isla de Ellis, que Marcelino nació en Jaca (Huesca) el día de san Isidro de mayo de 1873.
Y así ha rescatado (y publicado por entregas) su fascinante historia, un folletín hecho de éxito y risas, hambre y tragedia.
La leyenda del payaso aragonés circuló durante años por los carromatos y las carpas de medio mundo: el gremio decía que Chaplin copió de él el célebre gag del bastón. Según García, dada la gran admiración que Chaplin (1889-1977) demostró por su maestro en sus memorias, no sería difícil.
En Historia de mi
vida, Charlot cuenta que trabajó con Marcelino en Londres en el año 1900. Siendo un niño le contrataron para hacer de gato en la pantomima La
Cenicienta: "El número de Marcelino era divertido, encantador", escribió Chaplin. "Londres estaba loco con él". Pero hay además semejanzas entre el personaje perplejo y desorientado que creó Orbes y los que luego, con el cine, desarrollaron Chaplin, Keaton o Harold Lloyd.
El historiador Ronald L. Smith cita en Who's who in comedy a un crítico de la época que escribió que el atractivo de Marcelino era su actitud desconcertada, su condición de hombre bueno y desbordado: "Cogía algo del suelo para dejarlo caer de inmediato, intentaba ayudar a alguien y lo estropeaba todo... Niños y adultos gritaban y saltaban en sus asientos cuando veían a Marcelino enredarse en sí mismo cada vez más sobre el escenario".
Años más tarde, Charlot visitó a Marcelino en el camerino de un circo y encontró la otra cara: "Era uno de tantos payasos que corrían alrededor de la enorme pista, un gran artista perdido en el vulgar derroche del circo de tres pistas. Incluso bajo el maquillaje parecía malhumorado, como si estuviera sufriendo un melancólico letargo".
García cree que Marcelino se mantuvo siempre fiel a los números que le dieron el éxito, que no supo actualizarse ni adoptar gags de otros cómicos, que eso acabó llevándole al fracaso, primero, y al olvido después. Pero quizá lo más bonito de su historia es su empuje para convertirse en el mejor saliendo de la nada.
Marcelino narró a los niños varios relatos contradictorios para explicar su llegada al circo: que debutó siendo un bebé, que se quedó dormido con siete años junto a la jaula de un león y cuando despertó un payaso le protegió y le enseñó el oficio, que fue primero acróbata, que hizo siete volteretas ante un jefe de pista y éste le contrató...
Lo único que parece cierto es que Marcelino se enroló en la Compañía Alegría, la troupe ecuestre, gimnástica, acrobática y cómica del Circo Barcelonés que inauguró en 1887 (cuando él tenía 14 años) el Teatro Circo de Zaragoza.
Un dato lo avala: hacían una pantomima titulada La Cenicienta. Luego, la ambición de Orbes le llevó a Londres. Quería ser el número uno y se enroló en el mejor circo europeo: el Hengler. Allí fue puliendo su estilo, cuenta García, desde el clown acrobático hasta el mimo puro, despojando sus gags de saltos y palabras (en Estados Unidos nunca habló sobre el escenario).
Luego vino el salto al Hippodrome, teatro que convirtió en el más popular de Londres: entre 1900 y 1905, las guías incluían a Marcelino como gran atracción. Sus imitaciones de animales tiraban a la gente al suelo... A todos, salvo al rey Eduardo, que se rindió cuando Marcelino tiró el sombrero de copa, tropezó con él sin querer y, desde el suelo, se lo volvió a poner con un pie.
Ese gag improvisado, que incorporó para siempre a su espectáculo, le consagró para siempre. Hizo giras por Europa, y cuando supo que el Hippodrome iba a abrir en Broadway un teatro para 5.000 personas, no se lo pensó, hizo las maletas y conquistó a la ciudad y al país; luego actuó en Cuba (a su vuelta en 1918 por la isla de Ellis fue cuando Inmigración registró su lugar de nacimiento), pero, poco a poco, su estrella se apagó. Y el 5 de noviembre de 1927, Marcelino Isidro Orbes Casanova, el jacetano que fue el mejor payaso del mundo, se pegó un tiro en un cuarto del Hotel Mansfield, hoy llamado Amsterdam Court.
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