El imperio
Se debatía la primera ley que regulaba la interrupción del embarazo. La España del vade retro echaba humo. Por entonces, yo hacía prácticas en un centro regional de la televisión pública. El director me había dado instrucciones muy precisas. Íbamos a emitir una encuesta y debían aparecer tres opiniones. Un cura. Una feminista. ¿Y la tercera? La tercera, me dijo muy serio, debe ser una persona "normal". Fue fácil recoger las dos primeras. Nos dispusimos entonces a localizar a la persona "normal". Recorrimos las calles durante horas. Hasta que por fin la vimos. Allí estaba. Era ella. Era una mujer con bolsas. Había algo de radical singularidad en su presencia: la fisonomía inconfundible de la personal "normal". La miramos y ella también nos miró. Inició una veloz maniobra de huida en diagonal. Pero el animal periodístico articulado e intimidatorio que formábamos el camarógrafo y yo consiguió atajar la fuga, con un hábil movimiento depredador de cable envolvente. Habíamos capturado a la Personal Normal. Le apunté con el micro. Disparé la pregunta. Y ella respondió: "¡Ay, chico! Yo no te soy de aquí, que solo vine a comprar unos zapatos". Ahora creo que aquella reacción furtiva fue la mejor lección de periodismo que recibí en mi vida. Cuando leí las Cuatro obligaciones del periodista de Albert Camus, reconocí en uno de sus puntos la voz de la mujer normal: "Negarse a dominar". La primera obligación dice: "Reconocer el totalitarismo y denunciarlo". Es decir, no dejarse dominar. Lo que más sorprende en los documentos del Departamento de Estado filtrados por Wikileaks es la manera servil con que los líderes indígenas responden a las preguntas, sugestiones o presiones de sus interlocutores imperiales. En vez de la docilidad de un subalterno, podrían al menos permitirse una honrosa ironía: "En realidad, yo tampoco soy de aquí, míster. Como usted, solo he venido a comprar unos zapatos".
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