El 'giro Trillo'
Confieso mi admiración casi incondicional por Federico Trillo. A veces dudo y el instinto literario, que siempre prefiere la oscuridad a la luz, me tienta con Carlos Fabra. Que yo sepa, a Trillo no le ha tocado tantas veces la Lotería Nacional, pero la diosa fortuna y el hado de la suerte le acompañan como fieles escuderos en todos sus pasos por los laberintos del poder. Ese es el hábitat natural de Trillo. Parece cumplir órdenes, pero se mueve por los círculos visibles e invisibles del poder como un enigmático primus inter pares. Alguien sabedor de que al poder le favorece la sombra. Me quedé enganchado el día en que arrojó una moneda de un euro a una periodista que le había hecho una pregunta incómoda. Y me rendí a su elocuencia patriótica tras la reconquista del islote de Perejil. El presidente alemán, Horst Köhler, acaba de dimitir por una palabra de más o menos sobre Afganistán. La forma más extrema de admiración es el quedar pasmado.
Y en ese estado alelado permanezco desde que el señor Trillo fue nombrado portavoz de Justicia de su partido, después de su actuación como ministro de Defensa en la tragedia del Yak-42. Ahora nos anuncia un giro copernicano en el caso Gürtel. Y si él lo dice, estoy convencido de que así será. Con Trillo en la estrategia jurídica, Nixon habría sido condecorado por el Watergate. La clave no está solo en su habilidad profesional, que salta a la vista. Hay otro factor, más elevado, que explica todo. Trillo es autor de un magnífico libro: El poder político en los dramas de Shakespeare. Nada que ver con las sosas memorias de Aznar. Creo que he llegado al núcleo del secreto. Está con toda transparencia en Medida por medida, la mejor obra de William Shakespeare según Lampedusa. Allí donde el giro copernicano consiste en que el bien sea mal y el mal, bien.
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