"Ninguna explicación merma el placer de descubrir figuras bajo un cuadro"
Dice que no es mañanero y suele esquivar el desayuno, pero esta vez hace una excepción y empieza el día a la holandesa: con la energía del pan con queso y un café. En el plato también hay huevos revueltos, que apenas toca. Joris Dik, 37 años, historiador del arte y experto en materiales, ha rodeado las múltiples obras públicas abiertas en Delft para llegar puntual a la cita. Vive y trabaja en la ciudad de la porcelana azul, del pintor Vermeer, y de una de las universidades técnicas más famosas del país. Un centro académico de casi dos siglos de antigüedad asociado ahora a un escáner portátil de rayos X fluorescentes. Una máquina que descubre cuadros bajo los cuadros.
El que le ha ocupado es el Retrato de Ramón Satué, firmado por Goya en 1823. Gracias al bombardeo de poderosos rayos X, y tras cuatro semanas de escaneo del lienzo -sin tocarlo-, un ordenador recompone la imagen oculta. Así ha encontrado a un general napoleónico desconocido hasta la fecha. "El aparato aplica el mismo principio que el acelerador de partículas de Hamburgo. El gran valor añadido del nuestro es que puede llevarse al museo. También podría aplicarse a la geología y a las investigaciones forenses", apunta, mientras apura un zumo de naranja. "O para escrutar códices precolombinos, que ofrecen grandes retos".
El historiador de arte y su equipo han hallado un 'goya' tras un 'goya'
No será la primera vez que utilice el plural para explicar su labor. "Operamos gracias a una cadena de disciplinas imposible de romper", asegura. Por eso cita a la restauradora Anna Krekeler, y al conservador Duncan Bull, ambos del Rijksmuseum, de Ámsterdam. Ella observó la presencia de un retrato bajo el de Satué. Bull estudió la época y las posibles razones para repintar el original. Las apuestas oscilan entre un simple impago y el intento de pasar inadvertido. Goya suscribió la Constitución de 1812. De modo que poseer después, durante el absolutismo de Fernando VII, el retrato de un invasor galo era peligroso.
"Ninguna explicación merma la satisfacción de descubrir la figura que estaba debajo. Te enfrentas por primera vez, cara a cara, con ese otro rostro. Con Goya hemos visto además la historia de España por partida doble".
Antes de recalar en Delft, Dik estuvo en el museo Getty, de Los Ángeles. Allí, al ver los laboratorios y el trabajo museístico, confiesa: "Supe que quería combinar arte y ciencia". No se anima a tomar siquiera otro café, pero la macedonia de fruta está imponente. Imperturbable, el experto explica las ventajas de sus estudios de arte. "Conozco el lenguaje de los conservadores. Muchos museos no quieren ceder sus obras por temor a dañarlas. Por eso les encanta que aparezcamos con algo manejable". De nuevo el plural. Esta vez es para citar a Koen Janssens, catedrático de Química de la Universidad belga de Amberes. "Sin él no habría sido posible conseguir el escáner".
Descendiente de una familia de restauradores de arte, Dik admite ser "un poco patoso" para labores tan delicadas. Recuerda bien, eso sí, el olor a barniz de su infancia. Un pasado tal vez poco llamativo para su hijo mayor, de nueve años. "Me ha preguntado si podría recoger la luz en una caja. Lo suyo es pura ciencia", ríe, en la despedida.
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