Sangriento
Resulta que han descubierto en Afganistán unos yacimientos minerales fabulosos. Oro, cobre, hierro, cobalto y, sobre todo, litio, que es un componente fundamental en los aparatos electrónicos. O sea que los talibanes son ricos: controlan militarmente la mitad de los yacimientos. Los periódicos celebran este premio gordo de la lotería geológica como si se tratara de algo muy bueno para un país tan paupérrimo, pero yo no sé si felicitarlos o mandarles el pésame.
En primer lugar, este súbito descubrimiento no ha sido nada súbito: aunque la noticia la acaba de revelar The New York Times, el yacimiento se conocía desde 2007, y seguro que su existencia se sospechaba desde mucho antes. Con lo cual todo el frenesí guerrero que ha vivido durante años esa tierra pelada y miserable empieza a adquirir cierto sentido, una lógica mucho más interesada y más siniestra. Como también podría tener otra interpretación la reciente oferta de paz hecha a los talibanes, y que ahora se traduciría de este modo: pueden seguir torturando a sus mujeres tan ricamente, siempre y cuando dejen explotar los yacimientos a la gente adecuada. ¿Y quién sería esa gente? La historia ha demostrado que la combinación de un país pobre, inestable y corrupto con un yacimiento fenomenal solo conduce a más pobreza, más inestabilidad y mucha más violencia: véanse los diamantes de Sierra Leona o el coltán del Congo. Las luchas comerciales por el control de los yacimientos se camuflan bajo la degollina atroz de las guerras tribales, atizadas con armas, mercenarios y dinero extranjero. No es el argumento paranoico de una mala película: organizaciones serias y fiables (entre ellas la ONU) han encontrado pruebas de todo esto. Me temo que, dentro de nada, estaré escribiendo mis artículos en un ordenador cuya batería llevará litio sangriento. Ya digo, pobres afganos. Y, sobre todo: qué será de ellas.
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