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Columna
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Locuras

Para explicar su internamiento durante cinco años en el manicomio londinense de Bethlem, en el siglo XVII, el dramaturgo inglés Nathaniel Lee resumió lo ocurrido con una frase que hoy sería un magnífico titular: "Me llamaron loco y yo les llamé locos; y entonces, maldita sea, me ganaron por mayoría". Todos los días, en algún lugar, una locura establecida, por mayoría o por fuerza, trata de imponerse como sentido común, mientras el disenso es cosa de locos. Hasta que la locura se desmorona y el disenso aparece sensato como un pan. Podríamos hablar así de un método Nathaniel Lee para interpretar la historia y leer la prensa de cada día. Una junta de militares psicópatas, que han conquistado su propio país, Myanmar (Birmania), se dispone a prolongar la cautividad de la Nobel Suu Kyi para impedir que el pueblo la elija de nuevo. Una mujer ceñida a sus huesos, una loca que recomienda no invertir en dukkha (sufrimiento) para ganar en sukkha (bendición), que cada vez que habla con su voz baja pone en evidencia la gran locura de los depredadores. Como gran locura fue crear Guantánamo, ese grillete que ha dejado Bush en los pies de Obama. Hubo locos valientes, Amnistía Internacional, que denunciaron la locura desde el primer momento. Como los hubo para diagnosticar la actual crisis antes de que las gallinas oscureciesen el cielo. En España llevábamos años en que el ladrillo no nos dejaba ver el bosque, ni el mar, ni la vergüenza. Era la gran locura compartida. Hubo locos disidentes que alertaron, en rigurosos informes, como en Destrucción a toda costa, de Greenpeace, de la enfermedad psicosomática del insostenible crecimiento español. Locura es la nueva legislación aprobada en Italia para criminalizar al inmigrante sin papeles. Como locura oficial es la del Papa y su teología del preservativo. El problema es que en el Vaticano no hay ningún loco, aunque son mayoría. Maldita sea, señor Lee.

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