"Hay que plantar cara a Al Qaeda"
"Cediendo a las exigencias de los terroristas, pagando los rescates, se echa leña a una máquina que producirá nuevos secuestros de ciudadanos occidentales". Jean-Christophe Rufin, de 58 años, cree que ha llegado la hora de plantar cara a Al Qaeda en el Sahel.
"Por eso creo que el ataque francomauritano" del 22 de julio contra un campamento terrorista en el norte de Mali "fue una buena noticia", prosigue Rufin. Aunque, reconoce, "el asesinato
del rehén francés Michel Germaneau fue una tragedia".
Rufin no es un aficionado. Cuando discurre sobre el terrorismo islamista sabe de qué habla. En la Nochebuena de 2007, cuando era embajador de Francia en Senegal, acogió al único superviviente, gravemente herido, de los cinco miembros de una familia francesa acribillada en Aleg (sureste de Mauritania). Más tarde supervisó la persecución, a través de Senegal, por la gendarmería local y los servicios secretos franceses, de dos de los terroristas asesinos finalmente capturados en Guinea-Bissau y extraditados a Mauritania. Ambos fueron condenados a muerte en mayo junto con un cómplice. "Nunca olvidaré la emoción que me causó ese hombre herido y que sufría", recuerda Rufin. "El relato que me hizo de los hechos me conmocionó", añade.
El cautiverio de los rehenes españoles es desde hoy el más largo del Sahel
Aquella narración y su participación, en 2009, en el llamado grupo de contacto que ayudó a organizar las elecciones presidenciales en Mauritania, inspiraron a Rufin una novela, Katiba (París, editorial Flammarion), que salió a la venta en abril y que se sitúa en segundo lugar de las ventas en Francia. El asesinato de Germaneau ha colocado al libro bajo los focos de la actualidad.
Médico, psiquiatra, responsable de la ONG Médicos Sin Fronteras y, más tarde, presidente de Acción contra el Hambre, Rufin es, sobre todo, conocido por ser un escritor de éxito que obtuvo el prestigioso premio Goncourt en 2001 y entró en la Academia francesa en 2008 poco después de ser nombrado embajador de Francia en Senegal. Fue destituido del cargo, en medio de una gran polémica, a finales de junio.
Katiba es una apasionante inmersión en el mundillo del terrorismo islamista en Mauritania y Mali aderezada con intervenciones de una agencia privada de seguridad de EE UU, de la CIA, del DRS -el servicio secreto argelino cuya profesionalidad ensalza- y, por supuesto, de la diplomacia francesa.
"Los flecos de los grupos armados salafistas que asolaron Argelia en los noventa se han refugiado en las montañas de Cabilia y en el Sahel", explica Rufin. "En el desierto han cogido un nuevo impulso porque los regímenes débiles de la región estorban menos sus movimientos que el argelino y porque a sus filas se han incorporado chavales de varios países del área".
El apresamiento de ciudadanos occidentales a lo largo de los últimos siete años "les ha brindado una publicidad inusitada y les proporciona además una importante fuente de ingresos", asegura el ex embajador.
"Sé que cada secuestro es un dilema para los Estados europeos", admite el escritor. "Pero yo, que tengo una larga experiencia en materia de ayuda humanitaria, digo que los rescates que se pagan hoy en día alimentan los secuestros de mañana", sentencia. Si el Sahel se vacía de europeos los barbudos "irán a buscar sus rehenes más al sur, en África subsahariana", vaticina. En Senegal y Burkina Faso ya hubo varios sustos.
"Hasta ahora los europeos han seguido una política de cortas miras", se lamenta Rufin. "Ahora Mauritania ha cambiado y quiere responder al desafío del terrorismo". "Nuestro deber es ayudarla", dice. ¿Se equivoca entonces el Gobierno español dialogando indirectamente con los secuestradores? Rufin rehúsa contestar: "No soy español y no tengo esa perspectiva para poder pronunciarme". Hoy los dos rehenes españoles de Al Qaeda, Albert Vilalta y Roque Pascual, baten el récord de estancia en el Sahel (253 días) que ostentaba un matrimonio austriaco.
Francia también negoció la liberación del rehén Pierre Camatte, y forzó incluso a Mali a liberar, en febrero, a cuatro terroristas. "Aquello fue una decisión judicial clemente", ironiza el escritor.
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